Tengo muchas ganas de gritar, pero él me tapa la boca con tanta fuerza que solo se me escapa un sollozo ahogado. Un gemido lleno de horror y desesperación.
-¿De verdad creíste que todo se haya terminado? –me pregunta Black en un tono burlón, y me devora con los ojos–. No, esto es solo el comienzo.
Me quedo atónita de tanta presión de su parte. El frío se apodera de mi cuerpo. Su enorme mano me manosea debajo de mi chaqueta, se desliza atrevidamente sobre mi piel helada.
Este bastardo se deleita sintiéndose superior, más poderoso que yo. Sus movimientos son rápidos. Impulsivos. Ansiosos. Pero esos toqueteos suyos me ayudan a espabilarme.
Me estoy retorciendo. Intento liberarme de su agarre de hierro. Me resisto desesperadamente, pero no pasa nada.
Black me sujeta con tanta fuerza que casi me estrangula. Tengo miedo. Estoy en pánico. Sus ojos brillan intensamente, sus labios se curvan en una sonrisa. La mirada del bastardo me demuestra claramente que no piensa retroceder. Todo está decidido. No me dará más oportunidades.
Unos escalofríos nerviosos sacuden mi cuerpo como una corriente eléctrica.
-Lo ves –Black sonríe y continúa en voz ronca–: Ya te pones caliente. Te va a gustar. Pronto me vas a pedir más y más.
Me mira directamente a los ojos.
Su mano, que sigue tapando mi boca, se mueve ligeramente. Su pulgar roza mi pómulo acariciándolo lentamente. Es una caricia extraña. Me da miedo. Sobre todo, porque la otra mano del bastardo en este mismo momento está rasgando bruscamente mi suéter.
Puedo oír cómo se rompen los hilos. Siento cómo se clavan dolorosamente en mi piel, lastimándola. Cómo se rompe la cremallera, que, literalmente, está arrancada.
Y, en contraste con sus rudos movimientos, los dedos del bastardo acarician suavemente mi rostro.
No. ¡No! Todo dentro de mí está protestando. Pero a Black obviamente no le importa lo que le diga. Él no acepta cuando le dicen que no.
Estoy esperando hasta que mueva su mano hacia abajo. Aguanto la forma en la que sus dedos se deslizan sobre mi cara. Me estremezco.
Uno. Dos…
Muerdo con fuerza la mano del bastardo. Clavo mis dientes en su piel. Me esmero para darle una patada dolorosa. Le doy un golpe en la rodilla. Pero él no me suelta.
Lo único que hace Black es sonreír.
Quita su mano, pero solo para apretar mi hombro.
No hay ningún pensamiento en mi cabeza. No tengo un plan. Sólo estoy tratando de liberarme.
Me retuerzo, le doy unos arañazos. Busco algún objeto pesado en los estantes, pero no encuentro nada adecuado.
Solo hay unas cajas de cartón. Unos blísteres de plástico. Con eso no podría darle una buena golpiza.
Entiendo que Black es mucho más grande que yo. Más fuerte. Me puede dominar en un instante. Pero no quiero rendirme. Me resisto ferozmente.
-¡Socorro! –grito–. ¡Auxilio! ¡Por favor!
Black me está mirando. Se pone sombrío. Un sentimiento desconocido brilla en sus ojos oscuros. Peligroso. Despiadado.
Me mira de tal manera que las palabras de repente se atascan en mi garganta. Y me callo. Me quedo inmóvil. Ahora no puedo decir ni pío.
La atmósfera cambia en un segundo. El aire parece estar electrizante por alto voltaje.
Hago un esfuerzo para tragar saliva. Siento con mi piel la amenaza que proviene de Black. Hace un par de segundos tenía una esperanza. Tal vez, era algo estúpido, inexplicable. Pero que importa…
Y ahora entiendo claramente: nadie vendrá. Nadie me va a salvar.
Este reo está acostumbrado a conseguir todo lo que quiere.
Está al límite. Su respiración es ruidosa y pesada. Sus labios se retuercen en una sonrisa bestial. En su mirada cruel puedo leer inequívocamente mi propio veredicto.
-¿Estás jugando conmigo? –pregunta en voz ronca–. Bueno, ya es suficiente.
Sus manos aprietan mis hombros con tanta fuerza que me hace sollozar. Me duelen los ojos. Empiezo instintivamente a parpadear y siento como las lágrimas caen de mis pestañas.
-Eso no te va a salvar –sonríe él sombríamente.
Cierne sobre mí. Lame mis lágrimas saladas. Y luego mordisquea con sus dientes la fina piel de mis pómulos, dejándome unos rasguños.
Se comporta como un animal. Brutal y salvaje.
Sus toqueteos hacen que me retuerza en una convulsión.
-Estás jugando conmigo demasiado tiempo –me dice y se aparta de mí para poder ver mi reacción.
-No, no… Yo no juego… Yo… –me pongo a tartamudear.
Las frases simplemente se atascan en mi garganta. Tengo que respirar profundamente.
-Y no me mires así –dice Black con dureza.
-Pero yo…
-Voy a tomarte cuando así lo desee –entrecierra los ojos e inclina su cabeza hacia un hombro–. Ahora mismo. Ya me debes mucho.