Serás mía

14

Aplico un desinfectante en la herida de mi pie, la cubro con una curita.

Estoy temblando tan fuertemente, que casi no siento dolor, o mejor dicho, simplemente no me doy cuenta del dolor que siento. Me encuentro en un estado terrible. Un trabajo mecánico me distrae un poco, pero el ataque de pánico aún no me suelta. Entiendo que es imposible que me calme.

Ante mis ojos de nuevo aparece el rostro de Black. Su mirada loca.

Se me corta la respiración, y el frío se apodera de mi interior. Tengo que sacudir la cabeza para ahuyentar este doloroso recuerdo. Aún está demasiado vivo en mi memoria.

Basta. Aquí estoy a salvo.

-Aquí y ahora –repito en voz alta.

Sonrío amargamente.

En realidad, no me siento a salvo. Black no vendrá a por mí hoy, pero sigo encerrada en esta maldita cárcel. Incluso si me voy de aquí, la pesadilla continuará.

El propio bastardo de Black me lo ha prometido. Dijo que me encontraría en la libertad. Que haría conmigo lo que no pudo conseguir aquí.

Me da escalofríos.

Unas lágrimas brotan de nuevo desde mis ojos. Quiero gritar de desesperación. Entiendo que no puedo confiar en nadie. Ni siquiera en el director de la cárcel. No puedo hablar con nadie.

Aunque… ¿Acaso tengo algo que perder ahora?

Sonrío amargamente. Las cosas no pueden ser peor de lo que son.

Tengo que contarle toda la verdad. No hay otra salida. Mañana por la mañana iré a la oficina del director.

 Sí, el Carnicero me ha salvado por hoy. Pero tampoco puedo confiar en él. Es un criminal. Es una casualidad de que me haya ayudado, que estaba de mi lado, pero entiendo que en realidad él tiene sus propios intereses aquí.

Miro el calendario. ¿Cuántos días de práctica aún me quedan?

Tengo un ataque de pánico. ¿Qué pasa si no me dejarán irme al final de la práctica? ¿Qué pasa si encuentran una razón para obligarme a que me quede aquí por más tiempo?

-Esto es una locura –digo en voz baja–. Necesito calmarme.

En vano trato de distraerme trabajando. No puedo concentrarme. Paso la noche sin dormir. Pero no me siento cansada. Estoy demasiado tensa para sentir cansancio.

En la mañana del día siguiente me encuentro con el director de la cárcel. Nos topamos en la puerta del archivo.

-Taisia Alexándrovna –me entrega una carpeta pesada–. Aquí están sus documentos. Su práctica ha sido perfecta, así que no veo ninguna razón para que usted siga aquí.

Agarro la carpeta. Intento calmar el temblor nervioso que sacude mis dedos.

-Gracias –murmuro.

Incluso esta palabra corta se me da con mucha dificultad. ¿Acaso todo se acabó? ¿Tan sencillo? ¿Estoy libre de nuevo?

-Puede empacar sus cosas –continúa el director–. ¿Una hora sería suficiente?

-Puedo hacerlo incluso más rápido.

Tengo ganas de correr. Ahora mismo.

-Está bien –asiente el hombre–. El coche la estará esperando abajo. Los guardias le van a indicar. Salga cuando esté lista.

Nunca en mi vida había empacado mis cosas con tanta rapidez. Frenéticamente meto toda la ropa en un bolso, cojo mi teléfono móvil, reviso los estantes de nuevo para asegurarme de que no haya olvidado nada. Salgo de la habitación.

-¿Está lista? –pregunta el guardia, y, cuando asiento con la cabeza, continúa–: Entonces, vámonos.

Hasta el último momento me temo que es una trampa. Tanta suerte me parece algo sospechosa.

Pero en realidad me dejan salir de esta jaula, me escoltan hasta el coche que me está esperando.

Instintivamente sacudo la cabeza hacia atrás y respiro profundamente.

El aire de libertad. Es horrible. Tengo la impresión de que yo misma haya esta estado en la prisión. Cada día era tan largo como todo un año.

Me doy la vuelta bruscamente. Tal parece que alguien me está observando. Pero solamente veo a los guardias quienes están ocupados abriendo la puerta.

Veo una silueta alta y oscura. Me estremezco instintivamente. Sin embargo, la tensión desaparece casi enseguida.

El hombre que se me acerca es el Carnicero. Abre la puerta del coche.

-Vamos –se ríe.

Subo al asiento trasero. El Carnicero se acomoda a mi lado. Luego de un par de segundos el coche arranca.

Al principio guardamos silencio. Quiero decirle muchas cosas, pero no me atrevo a hablar delante del conductor.

-Es mi hombre de confianza –el Carnicero de repente rompe el silencio.

Asiento con la cabeza.

-Y Black... –empiezo a hablar, pero me callo.

-Está vivo –el Carnicero hace una mueca–. ¿Qué le va a pasar?

-No era eso lo que quería preguntar –trago saliva convulsivamente–. Él me ha dicho que pronto iba a salir de la cárcel.  Y luego me iba a encontrar.




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