Pasan unos días. Qué bueno que por fin estoy en mi casa. Aquí me siento más segura.
Poco a poco estoy empezando a olvidar. Me esfuerzo mucho para que mis padres no se den cuenta de nada. Aunque mi madre instintivamente siente que no le haya contado toda la verdad.
Mis padres ya tienen muchos problemas que los tienen distraídos. Si tuvieran una vida tranquila como antes, sería más difícil ocultarles la verdad.
El lunes que viene mis padres tienen que viajar a otra ciudad, y yo me quedaré sola en casa.
-Bueno, Taya, tenemos que irnos –dice mi madre dándome un beso de despedida.
Cierro la puerta detrás de ellos, pero ni siquiera tengo tiempo para llegar a la cocina, porque suena el timbre. Tal vez la mamá haya olvidado algo.
Vuelvo al pasillo y abro la puerta.
Veo en la puerta a una persona a quien definitivamente no espero ver.
Así que mi primer impulso es cerrar la puerta de inmediato.
-No, Taya, espera –me dice Zhdánov y mete su pie para que no pueda cerrar la puerta–. Tengo que explicarte algo. Escúchame, Taya, por favor.
-Vete –le digo firmemente.
-Taya, por favor –repite Zhdánov mirándome directamente a los ojos–. Es importante.
Irrumpe en mi apartamento, y me obliga a dar un paso hacia atrás. Cierra la puerta detrás de sí.
Entiendo que no tengo suficiente fuerza para obligarlo a salir. Físicamente no podría hacerlo. La situación es agobiante. No quiero hablar con él. No quiero verlo.
-Tengo que decirte algo –dice Zhdánov–. Deberías saberlo. Y luego me iré enseguida, no te preocupes.
Es extraño, pero a pesar de todo lo que pasó, ahora no me siento en peligro. Él se ve bastante asustado. Casi no reconozco en él a aquel chico rico, descarado y agresivo, que siempre me molestaba, que intentó arrastrarme a la fuerza a su coche.
-Sé lo que hiciste –le respondo en voz baja–. Lo de mi práctica. No hay nada de qué hablar entre tú y yo.
-No, Taya, te equivocas –dice Zhdánov apasionadamente–. Tú no sabes nada.
Da un paso adelante, pero se queda inmóvil bajo mi mirada, como si se hubiera chocado contra una pared invisible.
-Sí, es verdad, quería vengarme –sigue explicando y se pone sombrío–. Pero me lo imaginaba totalmente diferente. No era eso lo que quería hacerte.
-¿Qué? –arrugo la frente.
-Solo quería que te hubieran enviado a un lugar lo más horrible posible. Me dijeron que existía una posibilidad de hacerlo. Pero también me aseguraron de que no habría ningún problema para ti.
-Claro que sí –sonrío amargamente –. ¿Qué puede salir mal cuando estás en una cárcel?
-No me explicaron cómo lo pensaban arreglar exactamente –respira el aire ruidosamente–. He entendido lo que sucedía en realidad solamente cuando no pude llamarte por teléfono. Te llamé varías veces. Te mandé varios mensajes. Pero tu móvil estaba constantemente fuera de servicio. Así que comencé a investigar.
Los mensajes de Zhdánov nunca me han llegado. Tampoco los de mi madre, ni los de mis amigos. No aparecieron ni siquiera cuando volvió la cobertura y mi móvil volvió a funcionar.
-Debería haber preguntado por los detalles. Debería haber sospechado de inmediato. Yo no quería que te sucediera algo realmente malo. ¡Te lo juro! Yo... Casi pierdo la cabeza cuando me dijeron que te habían llevado como una chica de diversión para un prisionero.
-Ya no importa –respondo convulsivamente–. Hiciste lo que hiciste.
-Yo no quería eso. Todo debería haber sido completamente diferente.
-¿Como? –me estremezco e involuntariamente me abrazo a mi misma.
-Después me explicaron que esa era la única manera de enviarte a la prisión. Es una institución de alta seguridad, es difícil ingresar allí. Te enviaron en el último momento. Y para lograrlo, simplemente reemplazaron contigo a una chica contratada para complacer a...
-Es suficiente, no quiero escuchar ni una palabra más –otra vez tengo ganas de llorar, la conversación me lleva de vuelta a donde no quiero estar en absoluto–. Vete por favor.
-Taya, fui a recogerte. A la cárcel. Tan pronto cuando me enteré de la verdad. Quería sacarte de ahí. Pero no me dejaron entrar. Yo insistía, pero ellos...
-Vete, Andrey –trago la saliva, no quiero romper en llanto en su presencia–. Te lo ruego. Simplemente vete.
Zhdánov no me escucha. Se me aproxima y se queda inmóvil adoptando una postura tensa.
-Taya, dime. ¿Él te lo hizo…? –tartamudea.
-Vete –le grito y le empujo hacia la puerta–. No discutiré nada contigo.
-Me ocuparé de él –promete Zhdánov–. Pagará por todo lo que te ha hecho.
-¡Sal de aquí! –estallo en gritos porque no puedo dejar de temblar.
-Taya, lo siento...
-Sal.
Zhdánov lentamente se retira hacia la puerta. Lo empujo una y otra vez, y él cada vez da un paso más hacia atrás.