-Trataré de llegar a tiempo –le digo a mi madre mientras ella se prepara para salir–. Se nos dan dos horas para responder todas las preguntas en el examen. Pero si respondo más rápido, podré salir antes.
Hay una parada de autobús cerca de la universidad. Solamente a unos cinco minutos caminando. Ya lo he repasado todo en mi mente varias veces. Creo que podría llegar a tiempo al juzgado. Hoy es un día importante y quiero apoyar a mis padres.
-Taya, no tienes que ir a ningún lado –dice ella–. Al terminar el examen, regresa a casa tranquilamente. Te lo contaremos todo más tarde. Piensa en tus estudios, no en cómo nos irá en el juzgado.
-Estoy de acuerdo –dice mi padre acercándose hacia nosotras–. Ya verás que este juicio no será el último. He encontrado unos documentos que darán un giro completamente diferente a nuestro caso. Y tú no tienes nada que hacer en el juzgado.
-¿Qué dices, papá? –frunzo el ceño.
-Digo lo que digo –responde–. Será mejor que te dediques a los estudios. ¿Quién nos va a curar cuando seamos viejos?
-¿Ah, qué dices, papa? –sonrío sacudiendo la cabeza–. Todavía te falta mucho para que seas viejo.
-¿Al menos estás estudiando para aprobar el examen?
-¿Qué dices, Sasha? –la mamá se muestra indignada–. Si Taya pasa todas las noches leyendo y estudiando. Tú mismo puedes verla estudiar. Casi no duerme, la pobre. Ya tiene ojeras debajo de sus ojos. Ya basta, hija. Vas a aprobar este último examen, y vas a dormir como se debe.
-Sí, lo sé, no es un problema para Taya aprobar el examen –sonríe el papa y pone su mano sobre mi hombro–. Todo estará bien. No te preocupes por nosotros. Lo único que tienes que hacer es estudiar. Y yo me ocuparé de todo lo demás, incluido el juicio.
Entiendo que a mi padre le gustaría ocuparse el mismo de todos los asuntos judiciales. Habría protegido a mi madre de todos los procedimientos. Pero esto es imposible. Ella forma parte del negocio. Por lo tanto también debe estar presente en el juicio.
Al fin tenemos una buena noticia. El papá logró obtener unos documentos importantes que va a presentar hoy en la corte.
-Tal parece que no tendremos que vender la tienda – dice él dándome un beso en la mejilla; y luego se dirige a la salida–. Ya estoy saliendo. Raísa, te espero abajo.
La mamá y yo intercambiamos las miradas, nos entendemos sin palabras. Las dos sonreímos al mismo tiempo. Sabemos perfectamente que el papá no piensa vender la tienda de ningún modo. Hace poco le hicieron una buena oferta, pero se negó rotundamente.
-¿Cómo puedo venderla? –respondió–. Si aún estamos en juicio.
Por supuesto, no fue sólo por eso. Esta tienda es especial. Ahí comenzó nuestro negocio; y el papá entendía perfectamente lo mucho que significaba esta tienda para la mamá.
-Bueno, Sasha –dice la mamá. –Te alcanzaré.
Abrocha el abrigo, coge el bolso. Se mira en el espejo de nuevo y se gira hacia mí.
-¿Hoy no te han traído flores? –me pregunta de repente.
-Sí, las han traído –me encojo de hombros–. Me entregaron el ramo cuando volvía a casa después del paseo. Me topé con la tía Anna que vive en el primer piso y se las he regalado.
-Taya, no sé qué sucede entre el chico y tú – la mama entrecierra los ojos–. Pero creo que ese chico es bueno y que realmente le gustas.
Zhdánov no se rinde. Ahora asiste a las clases todos los días. Siempre está ahí, buscando cualquier pretexto para poder hablar conmigo. Pero actúa con cuidado. Discretamente.
Se ha convertido en un estudiante popular. Se ha hecho muchos amigos, aunque antes no solía socializar con los estudiantes comunes. Ya que estamos en el mismo grupo, tengo que verlo, lo quiera o no. Además, compartimos el trabajo en el laboratorio.
No quiero tener nada en común con este tipo, y se lo he dejado claro. Pero un día encontré a Zhdánov esperándome por la mañana cerca de mi casa. Con un ramo de flores en la mano.
-¿Y esto para qué? –fruncí el ceño cuando me entregó el ramo por primera vez.
Estaba confundida. Tomé las flores automáticamente. Una delicada fragancia emanaba de unas rosas blancas como la nieve; sin querer respiré su olor.
-Nada especial –respondió él tranquilamente–. Es para subirte el ánimo.
Aquella vez que el chico realmente me tomó por sorpresa. Pero a la mañana siguiente me trajo otro ramo de flores. Yo me negué a aceptarlas.
Entonces Zhdánov comenzó a enviarme flores a través de un mensajero.
-Por favor, acéptelas –me pedía el chico mensajero–. Si no acepta el envío, yo tendré que pagar una multa.
-¿Qué reglas son estas?
-Es la política de nuestra empresa –suspiró el chico–. Si no hubo entrega, significa que la culpa es del mensajero.
-¿Y si el cliente simplemente se niega a aceptar las flores?
-Esto no suele suceder.
Tenía una esperanza de que Zhdánov se iba a cansar y a dejarme en paz. Pero no sucedió así. El chico seguía buscando diferentes formas de acercarse a mí.