No puedo creer que esto suceda en realidad. Incluso ahora, cuando me encuentro en el cementerio frente a dos ataúdes cerrados, y mis familiares y amigos de familia se reúnen a mi alrededor.
Hasta el final creo que esto es un sueño horrible. Una pesadilla de la que no puedo despertar.
Una y otra vez por mi cabeza pasa aquel momento cuando salí al balcón y vi a mis padres por última vez, y me despedí de ellos. Estaban tan alegres, llenos de esperanza. Estaban seguros de que todo les iría bien. Que su vida iba a mejorar desde ahora.
El papá me dijo que me pusiera una chaqueta. ¿Por qué me negué?
Que estupidez pensar en eso ahora. Lamento no haberlos abrazado más fuerte. No he podido darles el último beso. Ojalá pudiera regresar el tiempo. Ojalá…
Estoy en shock. Me cuesta aceptar lo que está pasando. Lo único que me da fuerza y apoyo, es una mano fuerte que me agarra por la cintura.
Zhdánov siempre está a mi lado.
Me estaba ayudando desde el principio. Me acompañó en todas las instancias. Me ayudó con los trámites funerarios. Lo ha organizado todo rápidamente. Lo único que tenía que hacer yo era firmar los papeles.
-Taya –alguien respira ruidosamente directamente en mis oídos–. Lamento que todo haya salido de esta manera. Mis condolencias. Si necesitas apoyo, siempre estaré a tu servicio.
Me estremezco y me doy la vuelta.
Es Eduard Kolesnikov el que está parado justo en frente de mí. Y su esposa Ksenia también está aquí, unos pasos más atrás.
-¿Usted? –es lo único que puedo decirle.
Siento que me falta aire.
-Taya, ¿por qué me hablas de una manera tan oficial? –sonríe nerviosamente–. Tanto que me preocupé por ti. Te conozco desde cuando eras niña. Eres como una hija para mí.
-Váyase –le digo con firmeza–. Salga de aquí ahora mismo.
-¿Qué? ¿Qué te pasa?
Kolesnikov está obviamente sorprendido.
-Ya sé que tu padre y yo no nos llevábamos bien últimamente –continúa–. Pero ahora no es el momento adecuado... ¿O estás ofendida por el juicio?
-Ha sido usted –murmuro–. Usted lo ha arreglado todo.
-¿De qué estás hablando?
-Usted lo sabe.
-¿Qué tipo de acusaciones son estas?
Yo no puedo creer en un accidente automovilístico. No creo que haya fallado el motor, porque sé que mi padre adoraba su automóvil y supervisaba personalmente su mantenimiento.
Todas esas circunstancias me parecen sospechosas. El papá hace poco encontró unos documentos importantes que podrían cambiar el rumbo del juicio. Y, justo antes del juicio, ocurre el accidente. El coche pierde el control. Choca contra un poste y explota en llamas.
Pero nadie quiso escuchar mis sospechas. Dijeron que eran unos problemas técnicos. Incluso las amistades de Zhdánov no fueron de gran ayuda para abrir un caso y hacer una investigación.
-¿Quieres decir que haya matado a tus padres? – pregunta Kolesnikov sombríamente.
No le respondo. Las palabras no salen mi garganta. Quiero que Kolesnikov se vaya de aquí. No puedo verlo. Físicamente no puedo. No paro de temblar.
-Taya, ¿por quién me tomas? –continúa diciendo el hombre–. Yo nunca lo haría...
Dice algo más. Pero no quiero escucharlo. Simplemente no entiendo lo que dice. Lo único que puedo oír es el latido de la sangre en mis sienes. Siento un ruido en mis oídos, y mi cabeza pesa tanto como si estuviera llena de plomo.
-Mire en qué condición está –de repente dice Zhdánov–. Podríamos hablar de eso en otro momento.
Kolesnikov abre la boca, pero no dice ni una palabra. Y luego abandona el cementerio.
Zhdánov me abraza por los hombros. Y yo, libre de cualquier pensamiento, miro sin ver hacia adelante.
Cuando Eduard se va, las cosas no se vuelven más fáciles. Desde ahora nunca más podré sentirme bien.
Los trabajadores echan tierra a las tumbas. La tierra cae sobre las tapas de los ataúdes.
Alguien comienza a gritar. Muy cerca de mí. Dentro de un tiempo entiendo que la que grita soy yo misma. Me estoy ahogando con las lágrimas, unos sollozos salen de mi pecho. Me tapo la boca con la mano. Cierro los ojos.
No. No puedo creerlo. Simplemente no puedo.
Con cada segundo que pasa, mis seres queridos se alejan más y más de mí. Mi mundo se está desmoronando.
Todo lo que veo está cubierto por una niebla. Unas imágenes entrecortadas pasan ante mis ojos.
El cementerio. La ceremonia del entierro. Unos amigos cercanos y los parientes me expresan sus condolencias. Sus voces y caras se confunden en mi memoria. La imagen es borrosa, y el sonido es apenas audible.
No sé cómo voy a vivir. No entiendo qué voy a hacer. Estoy absolutamente perdida.
***