PARTE 1: CUANDO LE ENCONTRÉ.
4 AÑOS ANTES.
Era extraño lo rápido que pasaba el tiempo cuando toda tu vida parecía estar desmoronándose. Por aquel momento sentía que la vida no corría, que estaba atrapada en el tiempo y que cada hora era eterna. Pero sin embargo, a pesar de que parecían que los días transcurrían demasiado lentos, cuando quería darme cuenta, la semana ya había acabado y otra nueva comenzaba. Llevaba así varios meses, desde que hice aquella decisión que aun seguía sin averiguar si me había hecho libre o por el contrario me había condenado. Por aquel entonces, no sabía todo lo que iba a venir a continuación, lo único de lo que era consciente era de había sido infeliz la mitad de los días. En la otra mitad había estado demasiado ocupada y cansada como para sentirme triste.
Aquella mañana, volvía a llegar tarde al trabajo. El despertador había sonado a la hora de siempre pero lo que en un principio había sido cerrar los ojos unos cuantos segundos más, se había convertido en casi una hora, una hora que en realidad no había servido demasiado pues seguía encontrándome agotada.
Mientras me arreglaba con rapidez, pensé en la excusa que podría decirle a Martha, una excusa que sabía que apenas escucharía pues simplemente se limitaría a mirarme con algo de desprecio, como si fuese una causa perdida, una que ya no tuviese remedio posible, preguntándose quizás porque había decidido contratarme y porque seguía sin echarme. Después, emitiría algún tipo de gruñido para acto seguido ordenar que me pusiera a trabajar. Nos conocíamos de unos cuantos meses pero ni yo parecía caerle bien ni ella provocaba ningún sentimiento positivo en mi.
Cuando llegué a la cafetería apenas podía respirar después de la corta pero intensa caminata. Respiro profundamente antes de entrar por la puerta, mentalizándome de la mañana que me espera, deseando que esta tan solo pasara con rapidez y cuando siento que estoy a punto de llorar, de dar media vuelta y volver a mi casa, entro por fin al local el cual se encuentra todavía bastante vacío.
Mi encargada se encontraba tras la barra y como de costumbre, no me dirigió ni una fugaz mirada cuando entré.
-Martha, siento mucho el retraso. He tenido que ir al medico y el autobús ha llegado algo tarde y... -Comencé a mentir pero dejo de hacerlo cuando noté que apenas me estaba prestando atención.
-Hay que preparar las mesas de la terraza, ve haciéndolo mientras yo termino con esto. -Ordenó y no hizo falta que lo repitiese dos veces pues rápidamente me dirigí hacía fuera a cumplir con lo que había pedido.
La mañana pasó mucho más lento de lo deseado; quizás porqué apenas habían entrado personas en ese par de horas por lo que no había demasiado que hacer. En aquel momento, tan solo una mujer mayor que bajaba todos los días a desayunar se encontraba sentada en su habitual mesita junto a la ventana, tomando su café con una magdalena; siempre pedía lo mismo por lo que siempre le teníamos una de estas preparadas para cuando entrara por la puerta. Era amable y estaba casi sorda por lo que apenas oía cuando le hablabas lo que hacía que simplemente se limitase a asentir con la cabeza y a sonreír. Cuando me pidió la cuenta me desea que tenga un buen día y yo le deseo lo mismo a pesar de que estaba segura de que no había escuchado esto último. Me regaló una última sonrisa y la observé irse, pensando con cierta tristeza en ella y en lo que otra clienta algo más cotilla me había contado semanas atrás; al parecer el marido de la pobre mujer había fallecido dos años atrás y no había conseguido levantar cabeza desde entonces; apenas salía de casa y la única vez que lo hacía era para tomar su habitual desayuno en la cafetería. Pensé en ella, en lo sola y triste que debía de sentirse y como aun así, siempre tenía una sonrisa para regalar.
Supongo que así era la vida; que el mundo de todo el mundo se desmoronaba de una forma u otra, en menos o mayor medida y que al final todos acabábamos ocultando todo esto, algunos con sonrisas, otros con corazas que actuasen como armaduras frente a todo lo demás. Todos hacíamos lo posible para que nadie se diese cuenta de lo mucho que ocurría en nuestro interior.
Como todos los días a la misma hora de siempre, vi a Santi junto a la puerta y al igual que llevaba pasando demasiado tiempo - mucho más del que realmente me atrevía a admitir -, apenas logré sentir nada cuando le vi ahí parado, esperándome. Cuando nuestras miradas se cruzaron, me hizo un pequeño gesto con la cabeza para que saliese a su encuentro. Eché un rápido vistazo a la sala, asegurándome de que nadie necesitase nada, buscando realmente una excusa para seguir dentro, para no tener que enfrentarme a el.
-Ve. -Me dijo Martha cuando la miré. -Pero no tardes. -Y una pequeña parte de mi lamentó que diese ese pequeño rato libre, lo que tan solo hacía sentirme como la peor persona del mundo al saber las pocas ganas que tenía de enfrentarme a el. Me dolía ser consciente de lo mucho que me costaba salir, darle un beso en los labios y preguntarle que tal le estaba yendo la mañana. Me dolía ser consciente de que poco a poco, todo lo que alguna vez parecía haber habido entre nosotros, iba desapareciendo por completo, como si nunca hubiese existido realmente.
Quizás era así y quizás siempre había sido así. Quizás, al final solo eramos dos personas que se habían aferrado el uno al otro debido a las circunstancias en las que nos encontrábamos en aquel instante. Pero entonces, recordaba los momentos con el, los buenos momentos; aquellos en los que me había hecho reír, aquel viaje que habíamos hecho juntos y que tanto habíamos disfrutado o todas esas películas que nunca habíamos terminado de ver pues estábamos demasiado ocupados el uno en el otro. Pero ya había pasado un tiempo desde la última vez que el me había hecho soltar una carcajada, había pasado tiempo desde el último viaje que habíamos hecho juntos y la última película que vimos en el sofá de su casa la terminamos de ver, quizás porqué fue demasiado buena o quizás porqué así estábamos entretenidos en algo que no fuese el uno en el otro.