A la mañana siguiente apenas pude encontrar las fuerzas suficientes para salir de la cama, pero fue el sonido del teléfono lo que hizo que hiciese un esfuerzo para estirar el brazo y coger el aparato. Me arrepentí de inmediato al ver que era mi madre la responsable de aquella llamada y me sorprendí al ver la hora y ver que el reloj estaba a punto de dar la una de la tarde.
-Hola mamá. -Contesté, después de dejar que sonase durante unos segundos más, preparándome para la conversación, preparando las mentiras que iba a decirle esa vez.
-Por fin consigo hablar contigo. -Se quejó desde el otro lado y cerré los ojos con fuerza, sintiéndome algo culpable por ello. Era cierto que había estado ignorado sus llamadas en los últimos días pero es que, estas siempre me dejaban agotada, sintiéndome aún peor que antes. -¿Te he llamado en en un mal momento? No te habré pillado en clase, ¿no? -Preguntó con algo de preocupación y entonces agradecí que no pudiese ver mi cara pues notaría al instante la mentira en ella.
-No, que va. Hoy he salido antes, solo he tenido un par de clases por la mañana. Acabo de llegar a casa. -Mentí. -¿Pasa algo?
Hablamos durante unos cuantos minutos: ella me preguntó si podía ir aquel fin de semana a visitarlos y yo decliné la oferta, alegando que los exámenes no me dejaban tranquila y que además ya había hecho planes con Santi, pero aun así le prometí que iría lo antes posible, aunque esta promesa dependía de Martha y de si me daría un día libre para ello. No estaba segura de si lo haría, de hecho nunca se lo había pedido pues una parte de mi no deseaba visitarlos, sabiendo que una vez que los tuviese delante de mi, la verdad saldría de una vez por todas.
Sentí una presión en el pecho durante toda la llamada; por engañarla de esa forma, por no ser capaz de decir la verdad, por el miedo que sentía a decepcionarlos. Sabía que en algún momento lo descubrirían, que solo era cuestión de tiempo, que una mentira no podía sostenerse por demasiado tiempo y que probablemente hablar con ellos antes me ahorraría muchas más cosas pero mi yo infantil y cobarde se negaba a dar la cara, a afrontar los hechos. Y la única salida que veía era alejar el momento, seguir estirando la mentira hasta que esta al final me explotase en la cara.
Aun así, sabía muy bien que no era la única que mentía en aquella llamada, que ella también lo hacía al decirme que todo iba bien en casa, que más cosas con papá estaban perfectamente a pesar de que era consciente de que ambos habían estado durmiendo en habitaciones distintas desde el momento en el que abandoné el hogar, de que apenas conseguían intercambiar más de dos frases seguidas.
Antes de colgar, me pidió que la llamase con más frecuencia y yo le aseguré que así lo haría, prometiéndome a mi misma que así sería a pesar de que me había hecho esa promesa varías veces en los últimos meses y nunca había conseguido cumplirla.
Eran las dos de la tarde cuando decidí levantarme y hacer algo de comer, una comida que simplemente consistía en calentar las sobras de la cena de la noche anterior. Había intentado cocinar varías veces a lo largo del tiempo que llevaba viviendo sola pero todos esos intentos siempre habían acabado en la basura.
Revisé mi teléfono más veces de las que debería, consiguiendo tan solo decepcionarme a mi misma al ver que no había recibido ningún tipo de mensaje. Santi seguía sin hablar conmigo y en aquel momento, no sabía si eso me tranquilizaba o por el contrario me enfurecía; no quería hablar con el, no sentía ningunas ganas de oir su voz pero al mismo tiempo, me entristecía ver que ni si quiera lo intentaba, que le daba completamente igual.
Tampoco había ningún mensaje de Nora ni de los demás y no podía evitar preguntarme que estarían haciendo en ese momento. Imaginé que quizás estaban todos en la cafetería al lado de de la universidad, aquella a la que solíamos ir todos los días después de clase, donde reíamos mientras contaban cada uno como les había ido la mañana. Probablemente Santi estaba con ellos, quizás les había dicho que ayer estuvo conmigo, quizás les estaba contando nuestra discusión para así confesarles que últimamente nada iba bien entre nosotros, que ya no sentía lo mismo por mi, que ya no sentía nada. O quizás estaba pasando todo lo contrario y ni si quiera me habían mencionado, quizás mi nombre ya no salía en sus conversaciones. No sabía cual de las dos cosas me dolería más.
A pesar de todo, le envié un mensaje a Nora, rebajándome quizás un poco más al ver que la última conversación que ambas habíamos mantenido fue una semana atrás, ella diciendo que me avisaría el día que tuviese libre para vernos, cosa que aun no había hecho.
¿Te apetece ir a comer mañana? Te echo de menos.
Esperé unos cuantos segundos pero cuando fui consciente de que no iba a recibir una respuesta, al menos por el momento, volví a bloquear el teléfono y lo tiré contra el sofá, antes de cometer el error de hablar a Santi; me negaba a ser quien diese el primer paso, sobre todo cuando no había hecho nada malo, cuando no tenía nada de lo que arrepentirme.
Eran las cinco de la tarde cuando sentí que la casa comenzaba a ahogarme, cuando me sentía machacada por mis propios pensamientos y cuando horas después de estar delante del ordenador sin poder sacar ni una sola palabra, cuando sabía que no lo iba a hacer por mucho que siguiese ahí parada. En su gran mayoría, los días en los que no tenía que trabajar los pasaba encerrada en casa, intentando descansar, deseando que el día siguiente no llegase. O iba a casa de Santi, algo que por supuesto no iba a hacer aquel día.
Creí que la idea de dar un paseo me vendría bien; despejarme, que al aire me diese en la cara y caminar durante horas, sin tener un destino fijo.
Caminé por partes conocidas de la ciudad, fui hacía la playa, entré a alguna tienda aun sabiendo que probablemente no pudiera comprar nada y ojeé alguno de los escaparates de estas sin llegar a poner un pie dentro.