La gran mayoría de mis días eran iguales pero sin embargo, había podido encontrar una forma de diferenciarlos por la manera en la que me sentía nada más levantar por las mañanas. Había días mejores, en los que aún albergaba algo de esperanza, de felicidad en mi interior. Era en este tipo de días cuando más escribía, mis favoritos y los que por desgracia, los menos numerosos, los que comenzaban a suceder con cada vez menos frecuencia. Luego estaban los días horribles, aquellos en los que levantarme de la cama me parecía un completo sufrimiento, en el que mi humor era de los peores y en los que también escribía aunque de una forma más agresiva, como si fuese una necesidad, la única forma de sacar todo lo que había en mi interior, como si el mundo se fuese a derrumbar si no lo hiciese. Esos días eran agotadores pero sin embargo, los prefería mucho más que a los últimos; aquellos en los que no sentía nada, en los que como si de un robot se tratase, hacía lo que se suponía que debía de hacer; me levantaba, arreglaba, cumplía con mis tareas pero sin llegar a sentir nada; como si todo a mi alrededor sucediese y yo no formase parte de ello.
Aquella mañana cuando me desperté supe que iba a ser un día malo y a pesar de todo, prefería aquello a no sentir nada pues de esa forma por lo menos seguía sintiéndome viva.
Santi había ido a verme por la mañana, después de casi una semana sin hacerlo y supuse que la culpable de aquel cambio había sido Nora, pues estaba convencida de que después de nuestra cena, había hablado con el sobre mis preocupaciones, sobre todo lo que le había contado. No supe muy bien si aquello me molestaba o por el contrario, agradecía. Habíamos arreglado las cosas a pesar de que nuestra reconciliación me había dejado totalmente indiferente; el se disculpó, yo había aceptado sus disculpas porqué en realidad estaba demasiado cansada como para volver a discutirlo y simplemente acordamos dejar eso atrás. Como si aquel hubiese sido el único problema que teníamos.
Arreglar las cosas con el no había cambiado la forma en la que me había sentido aquella mañana al despertarme; horas después, seguía siendo un día malo.
Siempre intentaba ser agradable con todas las personas que entraban por la puerta; lucía la mejor de las sonrisas, contestaba con educación a pesar de que la otra parte en ocasiones careciera de ella y solo me permitía poner mala cara cuando me daba la vuelta y esa persona ya no podía ver mi rostro. Esa tarde, intentar cumplir todo aquello se me estaba haciendo realmente difícil. Las personas no habían sido demasiadas pero la gran mayoría de estas parecían haberse propuesto hacerme la tarde más complicada. Incluso había tenido que intervenir entre Martha y un hombre pues estaba convencida de que si no lo hacía, mi compañera iba a acabar por tirarle alguna bebida por encima, lo que no hubiese ido muy bien para el negocio. Este le había asegurado que no volvería a la cafetería y la mujer le había respondido que de ese modo, le hacía un gran favor a ella y le aconsejó que mejor no saliese de casa pues de esa forma, a quien le haría un favor sería a todo el mundo. No había podido evitar soltar una carcajada en el momento en el que el hombre abandonó la cafetería y para mi sorpresa, incluso Martha esbozó una ligera sonrisa.
-Has estado bien. -Le alagué y ella sin quitar la sonrisa, me ordenó que me callara y que volviera al trabajo.
Estaba terminando de limpiar una mesa que había quedado libre, la única que había sido ocupada en la última media hora, cuando oí una voz a mis espaldas, una voz que conocía y que dijo mi nombre.
-¿Jane? -Preguntó, con cierta inseguridad y no es hasta que me di la vuelta para ver de quien se trataba cuando reconocí al dueño de esta.
Abrí los ojos con sorpresa al verle.
-¡Olly! -Exclamé y a pesar de que sentí unas ganas inmensas de lanzarme hacía el, noté como si estuviese pegada al suelo, aun con la sorpresa de verle allí parado. El me regaló la más grande de sus sonrisas y yo se la devolví. Al final, a pesar de que sabía que Martha estaba observando todo, corrí hacía el y rodeé su cuello con mis brazos, teniendo que ponerme de puntillas para lograrlo. Sentí sus brazos de inmediato y nos quedamos así durante unos instantes, fundidos en un abrazo, de esos que durante unos segundos eran capaces de espantar todo lo malo, aunque tan solo fuese durante ese pequeño instante en el que los brazos de la otra persona te sostenían.
Fue entonces, mientras seguía agarrada a su cuello, aspirando su agradable olor a perfume y vainilla cuando le vi, parado delante de mi, mirándonos. No logré llegar a descifrar lo que había tras su mirada. De nuevo, sus intensos ojos azules parecían volver a dejarme sin aliento, de nuevo, el esbozó esa irritable sonrisa y de nuevo, ambos mantuvimos nuestra mirada como si cada uno estuviese buscando algo en los ojos del otro.
Abrazaba con fuerza a mi amigo pero aquel chico de rostro perfecto había conseguido robar mi atención por completo y tras unos segundos, me obligué a apartar por fin mi mirada de la suya y noté como me costaba hacerlo, mucho más de lo que debería.
-¿Que estás haciendo aquí? -Le pregunté a mi amigo al separarme un poco de el, intentando ignorar al otro chico que aun seguía ahí parado, observando la escena.
-Supongo que debería de preguntarte lo mismo. -Comentó y volvió a sonreír. -Bueno, hace unos meses conseguí un trabajo por la zona, ya sabes, aquel pueblo estaba cada vez más muerto y ya apenas había oportunidades allí... así que aquí estoy y de momento me va bastante bien. -Explicó y por lo iluminado que parecía su rostro, pude ver que estaba diciendo la verdad lo que tan solo hizo que volviese a sonreír, alegrándome por el.
A pesar de que me encontraba de espaldas a ella, pude notar la mirada de Martha clavada en mi nuca. Podía saber que tenía su ceño fruncido y con los labios apretados. Aun así, la ignoré lo mejor posible y aguanté la conversación durante el mayor tiempo posible, dándome el lujo de disfrutar de Olly.