Seres Almáticos. Fuerza de Voluntad. Inari Masga.

7. Pobre Sam.

“[…] No abriendo nadie más que con temor,
descifrando la desgracia por todas partes,
convulsionándote cuando suele la hora,
no hayas sentido el abrazo,
del tedio irresistible […]” Charles Baudelaire. Madrigal Triste.
 

 

Sonó el timbre, bostecé mientras me estiraba, sonó nuevamente el timbre, me estiré a presionar el botón del contestador que se encontraba a un lado de mi cama – ¿Diga? – Saludé aún adormilada – Señorita Arielle – respondieron el saludo – ¿Si? – Me tallé los ojos, miré a Jared, parecía un sueño – Soy Sandra, la muchacha, les he traído su ropa – explicó y fue ahí donde caí en la cuenta de que lo que veía no era un sueño – pasa –me apresuré a apretar el botón que abría el portón.

Me levanté de la cama tranquilamente, encendí la luz, agarré una mochila grande del baúl de mochilas, guardé varias blusas y pantalones, incluso algunos libros. En eso se despertó Jared – ¿Qué pasa? – Preguntó despistado – llegó la muchacha con la ropa, ¿Puedes ir a abrirle la puerta principal, por favor? – le expliqué y pedí a la par que seguía guardando en la mochila – Sólo si dices “te amo” y me das un beso – condicionó, sonreí por su petición – ven a buscarlo – se levantó, se puso detrás de mí y colocó sus manos en mi cintura, voltee a verlo, lo besé, después suspiré – te amo – sonreí – yo también te amo – me respondió, su mirada era tierna a pesar de lo vidrioso a causa de la lagaña de un buen sueño – lo sé, ahora ve, por favor, a abrirle y dile que tome asiento en el comedor – le recordé señalando la puerta con la cabeza – si tú lo dices… – salió de mi cuarto dejando la puerta abierta – ¡Gracias! – grité esperando que él alcanzara a escucharme.

Finalicé de guardar mis cosas y salí con la mochila a la sala de estar, la dejé en uno de los sillones; respiré profundo, me sentía un poco cansada; subí al cuarto donde estaba Sam – Buenos días, dormilón – saludé al entrar, él se revolvió en el sofá-cama, se estiró – Buenos días, primita, ¿Qué, qué hora es? – Preguntó mientras bostezaba, se levantó despacio, tallándose los ojos para quitar la pereza – las seis y quince, ya trajeron la ropa, vamos – ok –.Acomodamos el pequeño cuarto y bajamos las escaleras, en mi habitación tomé mi mochila, pero Sam me la quitó para llevársela él, ambos nos dirigimos al comedor. Al entrar, Sam sonrió en automático, dejó mi mochila en una de las sillas – Buenos días, Sandra – Saludé – hola, Sandra – me secundó mi primo – hola, buenos días, señorita Arielle y joven Sam, aquí, aquí está su ropa – nos extendió unas bolsas de tela, Sam colocó ambas junto a la mochila; entré a la cocina buscando un vaso de agua, y me encontré a Jared preparando el desayuno – ¿Qué haces? – Lo abracé sin interrumpir, él sonrió – Preparo hot cake’s, son dos para cada uno, incluyendo a Sandra – frente a él estaba un sartén con ocho piezas, sirvió dos en un plato que limpió con una toalla, me lo extendió y me dio un beso rápido, saqué unos cubiertos del cajón y los limpié como Jared hizo, los llevé con la miel maple y el plato – haznos el honor de desayunar con nosotros – miré a Sandra mientras colocaba las cosas sobre el comedor, Sam sonrió y empujó a la muchacha hasta mí, ella se sorprendió – ¿Cómo cree? Yo debería cocinar – se apuró a decir sin salir de su asombro, su cara se había ruborizado – no me rezongue y coma – bromee, ella sólo asintió, Sam entró a la cocina – por cierto, voy a necesitar que lleves ésta mochila a mi cuarto en casa de mi tía, ya la acomodaré yo más tarde – pedí en medio de un suspiro repentino, por alguna razón sentí cierto pesar…

Me dirigía nuevamente a la cocina cuando salió Sam con su plato, al entrar abracé a Jared, éste apagó la estufa, se volteó y me besó, hizo que retrocediera hasta chocar con el refrigerador, me reí – ¡Cómo te encanta insistir! – Le grité a modo de susurro – la verdad es que sí…y mucho – ambos nos reímos, luego tomó los platos; en el comedor, nos tropezamos con una escena nunca imaginé, Sam y Sandra se estaban besando – tranquilo, Sam – interrumpió Jared al par de tortolos, ambos se avergonzaron  – no creí que nos iban a encontrar así – se disculpó Sam con la mirada agachada, Jared y yo sonreímos – que bueno que fuimos nosotros y no mamá – repuso Jared y tanto Sam como Sandra se coloraron aún más – en fin, no te preocupes, sólo sé precavido…y sabes a lo que me refiero – continuó Jared, él desempeñaba un excelente papel de hermano mayor, comprensivo y firme; Sam apretó los labios.

Desayunamos en silencio, al finalizar Sandra se ofreció a lavar los trastes, Sam la acompañó mientras nosotros acomodábamos la mesa; suspiré agobiada por la hora – hay que cambiarnos – le dije a Jared señalando el reloj, él asintió – ¡Oye…Sam! – Llamó a su hermano, él salió de la cocina casi de inmediato – ¿Qué pasó? – Preguntó a la par que secaba un plato – Nos iremos a cambiar, cuando bajemos, tú subes, ¿entendido? – Negoció Jared con Sam – De acuerdo – accedió y regresó a la cocina, luego Jared tomó la bolsa con su ropa y la mía.

En mi recámara trataba de decidir si cambiarme en el baño, o mandar a Jared, o quedarnos los dos en el cuarto; separaba la ropa que me habían enviado, seguramente Ceci la eligió; suspiré – yo me cambio aquí y tú en el baño – le indiqué – no, los dos aquí – me contradijo – sólo por hoy – accedí – eso me basta – aceptó, entré al baño para lavarme los dientes y de paso me quité la pijama, me coloqué la bata para luego mojar mi cabello. Salí del baño y me fui al tocador, me sequé el cabello y lo desenredé, mientras hacía esto, Jared me abrazó al mismo tiempo que me dio un beso en la mejilla para luego recorrer sus labios por mi cuello. Me volteé para besarlo e hice que retrocediera, chocó con el borde de la cama, se sentó y lentamente se acostó, y yo con él. Jared abrió mi bata, en ese justo momento sonreí al separarme rápidamente de él, me miró desorientado – ¿Qué pasó? – Preguntó confuso – se hace tarde, mis tíos ya han de estar en el parque, esperándonos – aclaré puntualizando lo último, él sonrió – no creo, aún es temprano – se levantó a abrazarme – lo sé, pero nosotros estamos más lejos, anda, cámbiate o te corro – le amenacé jugando  – tranquila, no te enojes – me soltó, retrocedió con las manos alzadas en forma de rendición, su sonrisa torcida lo delataba de que captó mi juego, le mostré la lengua. Terminando de cambiarnos, nos dirigimos al vestíbulo.




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