Seres Almáticos. Fuerza Espiritual. Inari Masga.

10. Diwana.

Después de aquella fiesta, ella volvió a su vida cotidiana en India; en su hogar, la muchacha se despojó de su disfraz de niña rica y se vistió con su ropa ajustada, una bermuda y una camiseta, ataba su largo cabello con un listón que escondía bajo la cama, en aquel listón estaba marcado un dibujo, un logo, ella pertenecía a una pequeña secta, practicaban combate y espionaje en nombre de los dioses; la muchacha se escurría de su casa cuando todos dormían y se retiraba a las ruinas, ahí algunas personas la observaban, ella era la integrante más pequeña y a su entrada, cada noche, escuchaba decenas de susurros “¿Quién es ella?”, “le llaman Maharatta pero nadie conoce su nombre”, “¿No es muy joven para andar aquí?”, “Dicen que tiene poderes”; muchas cosas se decían unos a otros y cuando los miraba, todos apartaban la vista, aquellos ojos extravagantes les infundía terror, nadie quería luchar contra ella, todos le ganaban en tamaña y fuerza, pero ella les ganaba en estrategia y agilidad, por muy extraño que fuera, aquella muchacha era metódica, no permitía que ni un hilo se saliera de su sitio y en el combate, todos terminaban con alguna fractura.

Pasaban los meses sin que ella fallase, comenzó a aburrirse, le pedía a sus superiores que la retaran, que le ofrecieran alguna misión que les mostrase que tan buena era ella; y así fue, le concedieron un misión única donde sabían que ella podría fallar, tanto miedo le tenían que deseaban eliminarla antes de que los dioses la ungieran como la líder de la secta; la muchacha sin sospechar que sus propios líderes le deseaban la muerte a su corta edad, se dirigió ágilmente entre las sombras de la ciudad al palacio de gobierno, le habían indicado que debiese robar algunos objetos históricos, se escondía en pequeños espacios gracias a su complexión delgada, ¿Quién pudiese ver a una joven y delgada muchacha que cabía en una caja de fruta?

Alrededor de la media noche, a unas horas de que el nuevo museo de historia se inauguraría, aquella muchacha, salía de su escondite y avanzaba por los pasillos saltando de una pared a otra, puesto que sabía que había seguridad, sensores de movimiento;  tuvo que recorrer todos los pasillos ya que nadie sabía en qué estante se ubicaba aquello que buscaba, justo en el centro de una enorme habitación se encontraba la estatua de Ganesha, el dios con cuerpo de hombre y cabeza de elefante, el ahuyentador de obstáculos, patrono de las artes y las letras; ella sabía cómo robársela, así que comenzó a atar cuerdas en el techo para poder moverse rápidamente, colocó una soga sobre la estatua para luego cubrirla con una tela negra, colocó otra soga más para atarla a su espalda como mochila, justo en el instante en que la levantó de su pedestal, la alarma comenzó a sonar, profirió un suspiro y de su bermuda sacó una daga que tenía en su hoja grabada el logo de la secta, cortó la soga que la ataba al arma que la sostenía en el techo, lo desprendió y salió corriendo por los pasillos, cundo de pronto escuchó los pasos de la guardia acercándose l lugar donde se encontraba, se colocó en un hueco que había entre un mástil y la pared, escondió su delgado cuerpo detrás de la figura cubierta, se colocó en cunclillas, sus manos preparadas para sostenerla en caso de tener que dar alguna patada a quien se le acercase a inspeccionar, y así fue, todos los guardias siguieron su recorrido excepto uno que fue atraído por aquel paquete que no había visto en su vigilia, se acercó lentamente, tocó aquel objeto, se agachó y en cuestión de segundos, aquella muchacha se movió velozmente, dándole una patada con ambos pies justo en la cara, luego salió corriendo sin mirar atrás; se dirigió a través de las sombras a las ruinas, donde sus líderes la esperaban, sin embargo, su ser silencioso no dio aviso de su llegada y logró escuchar una discusión en la que ella estaba involucrada, “hizo sonar la alarma, ha fallado” decía uno, “claro que falló, nosotros pusimos los sensores de movimiento” decía otro, “¿Ya informaron que la han capturado?” preguntó la voz más ronca, “no han dicho nada nuestros topos” respondió el de voz chillona, “¿Y si lo consiguió?” preguntó temeroso el más joven de la discusión, “los dioses la ungirán por su hazaña” respondió el más viejo, “entonces no habrá servido nuestra trampa” complementó el de la voz ronca; la pobre muchacha se sintió traicionada, trepó la pared silenciosamente, se alejó unos metros y desató aquella figura que cargaba en su espalda, quitó la tela, las sogas y la observó en la penumbra de la noche, la luna se encontraba creciente, por lo que la luz era escasa, en su mente comenzó a hablar con la estatua, le decía que no entendía su situación, la emoción le ganó y comenzó a llorar, y aunque el aire se le entrecortaba, exigió una respuesta, “todos dicen que tú eres sabio y el patrono de la oposición, levántate y háblame, ¿Qué debo hacer?” y sin que ella lo previera, una luz lúgubre emanó de aquella figura, “primero debes saber qué es lo que quieres para luego saber actuar”, le respondió aquel resplandor, la voz era monstruosa, grotesca, la muchacha se sorprendió, dio un salto hacia atrás y miró a los lados en busca de algún ser, y al mirar, se percató que todo a su alrededor había cambiado, ella veía seres, no eran ángeles como otras religiones las describían, no eran demonios como los pintaban algunos brujos, eran más bien seres de luz, algunos verdosos, otros rojizos, algunos blancos y otros más oscuros, sombras, algunos eran diminutos, otros tenían forma de trolls, otros más eran de su tamaño pero algunos eran gigantes, no todos tenían alas, algunos tenían el aspecto de dinosaurios, otros de serpientes o babosas, unos más eran semejantes a los humanos, pero otros eran realmente repulsivos, un sinfín de dientes, fosas nasales por diferentes lados y cicatrices que infundían terror; la muchacha cerró los ojos, no podía creer todo lo que veía, oía, olía, ¿dónde habían quedado las ruinas?




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