Seres Extraordinarios. El diario de Ceci. Inari Masga.

9. Primeros auxilios.

El primer dia del curso me dirigí en taxi , fue un traslado largo, el chófer se mantuvo en silencio, mi celular sonó - buenos días, señorita Cecilia - escuché la dulce voz de la señora Veatriz - buenos días, señora - correspondí - ¿Cómo te encuentras? ¿vas en camino? - preguntó alegre, no pude evitar sonreír - así es, señora, ya estoy en camino, voy en taxi - comenté tranquilamente - ¡Perfecto! Nosotros también nos dirigimos para allá - me sorprendió su entusiasmo - de acuerdo, ya estoy llegando, ¿gusta que les espere en la entrada? - comencé a remover mi bolsa con la intención de sacar la cartera y pagarle al conductor, él se estacionó y saqué los billetes - si, Cecilia, espéranos, estamos a dos cuadras - finalizó y colgó después de despedirse, guardé el cambio que me entregó el hombre y mi teléfono. Salí del auto y esperé.

Pasaron al rededor de diez minutos para visualizar su auto adentrarse al estacionamiento, estábamos en las instalaciones de la cruz roja. La señora Veatriz lucía un bellísimo vestido rojo con organza negro, resaltando su vientre; por otro lado, el señor Eduardo vestía casual, una bermuda azul marino, y playera tipo polo roja, formaban una excelente pareja. Sonreí, seguía en mi mente la idea que me dijeron sobre "contratar a una hermana mayor ".

Ambos se acercaron en paso lento, la señora Veatriz soltó el brazo de su marido y me abrazó - hola, cariño, ¿lista? - sujetó mis hombros, para luego recorrer su mano izquierda para tomarme del brazo, como había sujetado a su marido, asentí en silencio y me dejé arrastrar hasta el escritorio de la recepcionista - buenos días, venimos al curso de primeros auxilios - habló el señor Eduardo, quien se adelantó unos pocos pasos, la asistente le entregó dos pases y señaló la puerta detrás de ella; en el cuarto que daba la impresión de ser un salón de clase, estaban tres hombres de mediana edad y una mujer robusta con el uniforme de la institución - bienvenidos - saludó - ¿participarán los tres? - alzó la ceja visualizando a la señora Veatriz, ella negó sonriente, hiso un movimiento y la llevé a una silla vacía, ella se quedó ahí e hiso otro movimiento con su mano para que me fuera, así lo hice; los presentes hicieron una fila y yo me coloqué atrás del señor. 

La mujer pasó uno por uno, vi como cada uno retrocedía algunos pasos, haciendo que todos repitieramos la acción, tomando distancia entre unos y otro como los niños en las escuelas, sonreí divertida ante el recuerdo. 

El curso tomó su tiempo, nos mostró la anatomía, los lugares de mayor sensibilidad, el sistema nervioso y los huesos. Nos entregaron unas copias y fui apuntando en los post it que siempre llevo en mi bolso - ahora haremos unos ejercicios prácticos, en parejas van a similar un hueso roto - el señor Eduardo me miró y sonrió, me extendió su mano - por eso me inscribí, para que tengas con quien practicar - su acento extranjero seguía reflejando su porte europeo, sonreí en respuesta y tomé su mano - gracias - asentí y él me imitó, la mujer me dio las indicaciones de cómo entablillar su pierna, sin dejar de alegar que el hueso roto debía estar bien sujeto para evitar que el traslado pudiera causar que la astilla abriera la piel causando una hemorragia, asentí sin comprender del todo, a pesar de las condiciones de mi familia, ninguno de nosotros tuvimos ese tipo de accidentes, por lo tanto no tenía una referencia para asociar el nuevo conocimiento con alguna experiencia. 

A ser verdad, el curso no estuvo tan mal, sólo duró tres horas, mañana continuaría. El señor Eduardo se dirigió a su esposa, quien comenzaba a bostezar, hablaron en francés, llamando la atención de los presentes detrás de mí, no pude ocultar mi risa al ver sus miradas, la instructora los regañó con la mirada entrecerrada, apreté los labios y voltee a ver cuando sentí que la señora Veatriz me tomaba del brazo para levantarse; su vientre no era prominente, sin embargo, imagino que ha de ser pesado estar embarazada. 

¿Y ahora? ¿Regresaré nuevamente en taxi? ¿Me alcanzará el dinero? No tomé demasiado en la mañana, comencé a recriminarme por no tomar más dinero antes de salir; estaba tan perdida en mis pensamientos hasta que llegamos a su automóvil y el señor Eduardo me abría una puerta - ¿vamos? - preguntó ladeando el rostro con una sonrisa burlona, parpadee tratando de concentrarme en sus palabras - perdón, ¿a dónde vamos? - pregunté confusa, la señora Veatriz se asomó con una sonrisa juguetona, ¿dije algo gracioso? - vamos a desayunar, ¿no nos escuchaste? - me sorprendió y me apené, crucé un brazo sobre el otro - lo siento, me distraje - respondí avergonzada, subí al auto como el hombre seguía indicando - no te preocupes, estuvimos hablando en francés, quizás aún te cueste prestar atención a otro idioma - sobó su vientre mientras hablaba sin mirarme, asentí en silencio. 

El restaurante al que fuimos a desayunar era sencillo, no era una fonda pero tampoco era de lujo, los platillos eran típicos, sin embargo, no todos eran del estado, había otros que no conocía - ¿ya sabes qué vas a pedir? - preguntó en español - no conozco algunos platillos - mencioné un poco dudosa, ambos sonriero - pide lo que quieras, podemos hacer un pequeño banquete, de todas maneras, yo tengo que comer bastante - no pude evitar abrir la boca ante la sorpresa - de acuerdo... quiero probar la cochinita pibil - traté de adaptarme, pero mis mejillas me delataron con mi petición, ella asintió; llegó el mesero y se pidieron cinco o seis platos diferentes, le mencionó que sería un banquete y que de favor trajera tres platos vacíos. Al poco tiempo estaba todo servido.

Fue agradable pasar el día con ellos, inclusive fuimos a su hotel a dejar unas cosas que compraron de camino y la señora Veatriz se quedó dormida en su cama. El señor Eduardo acomodó las sábanas sobre su esposa y luego me llevó a mi hogar, me sentí agradecida y apenada al mismo tiempo, mi casa no se parecía en nada al hotel donde se encontraban - Cecilia, ¿cuántos hermanos tienes? - su pregunta me sobresaltó, los más pequeños corrían de un lado a otro, mi padre cargaba a Gabriel y a Sebastian, no se veía Mirna, ni los demás, me preocupé - once hermanos menores - respondí en un hilo de voz, él apretó las manos alrededor del volante - ¿y tu madre? - falleció con el último, con Sebastian - respondí seguido de un suspiro, vi como apretaba los labios - ¿y tu padre? - tiene un pequeño negocio donde arregla bicicletas, de ahí, Esteban, Emilio, Jorge y yo, aportamos económicamente - expliqué dándome cuenta del rumbo de la conversación, él suspiró - ¿todos tus hermanos son hombres? - indagó un poco frustrado, no pude sonreír - sí, once hombres, un equipo de fútbol - bromee para aliviar la tensión, funcionó cuando vi su sonrisa - ¿quién los atiende? - preguntó indeciso, tratando de mirarme a los ojos - Mirna, la esposa de Esteban, aunque, Emilio también está por casarse y su esposa cuidará de él y dos de mis hermanos - abrió los ojos por la sorpresa, sus iris grises brillaron - ¿tu cuñada los atiende mientras tú trabajas y estudias? - de repente sus palabras pesaron más de lo que esperaba - s...sí, ella se llevaba bien con mi mamá y se casó con mi hermano cuando esta murió - traté de explicar, sabía que el sacrificio de Mirna era un alto precio, y en la medida de lo posible le agradeciamos, pero me sentí fatal al ver cómo reaccionó mi jefe; él asintió con la cabeza, suspiró - mañana vendré a recogerte para ir al curso - cambió su tono de voz y asentí - buenas noches - me despedí - Cecilia, bonne nuite - sonreí ante su perfecto francés - bonne nuite - repetí. 




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