Seres Extraordinarios. El diario de Ceci. Inari Masga.

15. A la rorro...nena.

Son las tres de la mañana, mi alarma suena indicándome que es la hora de comer, cada tres horas me levanto a calentar la leche materna que la señora Veatriz guarda en el mini refrigerador de la habitación de la pequeña Arielle; la habitación es enorme, un poco más que la mía, y ella tan pequeñita... Las paredes están pintadas de un color melón con decorados en lila y azul cielo, la señora afirma que usar sólo rosa para las niñas es muy usado y que al ser diseñadora, no la hace feliz; los muebles son todos de color blanco, el refrigerador, la cajonera, la tina de baño, el cambiador y hasta la cuna.

Me acerco cuidadosamente a la cuna donde duerme la bebé, es hermosa y delicada, tiene dos días desde que nació y es sumamente tranquila, no llora cuando la envuelvo con las cobijas, ni se queja cuando tardo en ofrecerle el biberón. 

- Buenos días, mi niña, es hora de tu leche, sh...sh...no te molestes, sólo quiero que comas un poco, para que seas más fuerte - la cargo con mi brazo izquierdo mientras le introduzco la mamila en sus pequeños labios rosados; suspiro llena de emoción, es adorable ver cómo succiona la leche, dos pequeñas onzas que se debora en cuestión de minutos. La coloco en su camita asegurándome de que quede ligeramente de lado para que no se ahogue con su saliva.

De regreso a mi habitación, me encuentro con la señora Veatriz - ¿todo bien? - preguntó en medio de un bostezo - si, duerme como un ángel - respondí con calma, le sonreí amablemente - ¿desea algo? - indague después de unos segundos de silencio - no...sólo es difícil dormir sintiendo que te falta una gran barriga - se sobó su vientre flácido y sonrió melancólica - lo he de imaginar - es curioso que la señora duerma en cuartos separados, mi madre siempre durmió con mis hermanos, aún recuerdo que dormíamos los cuatro cuando sólo éramos Esteban y yo - ¿alguna vez soñaste con casarte y tener hijos? - su curiosidad me dejó en shock, aclaré la garganta para quitar el nudo que se me formó - hee...si, claro, creo que es algo que toda mujer desea... - traté de sonar natural, pero el nerviosismo me traicionó al final, mis ojos se cristalizaron y tuve que agachar la mirada - supongo que no es un tema fácil de tratar, ¡¿he?! - sacudió mi cabello por unos segundos y luego bostezó - trataré de dormir, sólo falta una toma más y será mi turno de vigilarla, gracias por tu dedicación - me brindó una sonrisa torcida con los ojos achinados y se volvió a su recámara; por mi parte me quedé anclada con aquella conversación, claro que deseaba tener hijos, formar una familia, ser feliz con un matrimonio tan dulce como el de mis padres, sin embargo, Mariano no quiso continuar, me fue infiel mientras yo trataba de estudiar para tener una vida más cómoda, económicamente hablando. Suspiré, de algún modo mis pies me dirigieron a la cocina estando absorta en mis recuerdos, saqué una pasta y queso cheddar para prepararme el desayuno...si, a las tres y media de la mañana, me metería a bañar y esperaría de aquí hasta las siete para ir a dormir plácidamente en mi cama; la jornada cambió con el nacimiento de Arielle, soy niñera nocturna por los siguientes seis meses, estaré vigilando las tomas en la madrugada; afortunadamente la señora se tomará ese lapso de tiempo para no trabajar, los doctores fueron estrictos al decir que no se estresara.

Comí, lavé los trastes y cubiertos, tomé la ducha y me dirigí a la habitación de Arielle, comenzaba a despertar, sus quejidos eran tiernos, era como oír a un gatito, no era llanto, sino balbuceo - Buenos días, mi niña, es hora de cambiar tu ropita - le toqué su nariz con mi dedo índice para luego cargarla; en el cambiador tenía sus pañales y la muda de ropa que le pondría, nos encontramos en otoño, y París es de clima frío, por lo tanto le pondría una camiseta debajo del pañalero (o body, como le llaman los señores), y encima un mameluco de personaje Disney, finalmente la envolví en su cobija y le di su biberón.

"A la rorro nena, a la rorro ya, duérmase mi niña, duérmase ya, que si no te duermes, de malas te pondrás"

Al dormirse, la acomodé en su cuna y me fui a mi recámara. 

Miré las fotos de mis hermanos pidiéndole a Dios que los cuidara, nunca supe cómo hablar con Dios, pero recordaba cómo lo hacía Mirna y así lo repetía. 




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