Como cada día me dirigía a mi trabajo. Agradecida que el ser la secretaria del jefe y dueño de la empresa tenga ciertos beneficios. Como no soy muy buena madrugando el horario de entrada para mí es de una hora después en comparación a todas las secretarias de la empresa.
Una vez que visualicé la entrada del estacionamiento al edificio, acerqué mi auto a la portería y le enseñé mi identificación a Hank, el guardia de turno.
-Buenos días, señorita Thompson -dijo alegre.
-Buen día, Hank -dije mientras recibia mi identificación de regreso-, que tenga un lindo día.
-Usted también, señorita.
Me despedí de Hank y seguí el trayecto hacia el interior del estacionamiento y aparqué en mi lugar asignado especialmente para la gerencia.
Apagué el motor y tomé mi cartera desde el asiento del copiloto. Saqué la llaves y abrí la puerta para salir.
Una vez que salí me dirigí al ascensor que me lleva al piso quince. Entré y comenzó mi trayecto de subida para llegar a tiempo y así empece mi trabajo.
Cuando llegué a mi escritorio que esta al lado izquierdo del ascensor, dejé mi cartera en el último cajón del pequeño estante que esta a mi lado. Sólo saqué mi celular para dejarlo a un costado de la mesa, dejándolo previamente en silencio.
El señor Adams era un hombre muy estricto y no le gusta el que uno tenga objetos personales en nuestro lugar de trabajo. Hace seis meses tuve que suplicarle que me permitiera tenerlo en la mesa debido a la enfermedad de mi hermana Melissa, pero con la condición de mantenerlo en silencio.
Mi hermana Melissa tiene leucemia y el último año su enfermedad había hecho avance por lo que al estar lejos de casa prácticamente le supliqué al señor Adams me dejara tenerlo a mano, así mi madre podría llamarme en caso de ser necesario. Hasta el momento no he tenido que usarlo gracias a Dios.
Como siempre mi primera tarea fue revisar mi correo electrónico para chequear nuevos e-mails que hayan llegado. Sólo tengo seis. Mientras iba redactando el segundo, giro la cabeza hacia el ascensor que sonaba avisando que alguien estaba llegando, para ver al señor Adams entrar a nuestro piso. Se ve impecable en su traje azul marino con pantalones a juego, camisa blanca y corbata color salmón.
Sin duda este hombre era capaz de intimidar a cualquiera, no importaba si era hombre o mujer. Aunque claro estaba que a estas últimas podía dejarlas babeando por él en sólo un instante.
-Buenos días señor -lo saludé cordialmente como cada día y me levanté del asiento para hacerlo.
-Buenos días Ashlee. ¿Alguna novedad? -dijo mientras se detiene frente a mi escritorio esperando por una respuesta.
-No señor Adams, hasta el momento ninguna. ¿Quiere que le lleve su café?
-Por favor Ashlee, gracias -dijo alejándose de mi escritorio y abrió la puerta de su oficina.
Al cerrar su puerta, me puse de pie y me dirigí a la pequeña sala de descanso ubicada al otro lado del ascensor.
Me detuve por unos instantes para calmar los nervios que aquel imponente dios griego me provocaba.
¿Dios griego? Que mierda estaba diciendo. No debía pensar asi, él es mi jefe por Dios santo. Estaba claro que jamás se fijaría en mí.
Tomé una taza y le puse el café -negro, como sé que le gusta-, el azúcar y relleno la taza con agua caliente. Una vez que tenía el café listo lo puse en una pequeña bandeja plateada y la llevé a su oficina.
Toqué la puerta y esperé su permiso para entrar.
-¡Pase! -se escuchó desde el otro lado.
-Con su permiso señor -dije mientras entraba con la bandeja-. Aquí le traigo su café.
-Muchas gracias -dijo totalmente serio.
Pude notar por expresión que al parecer no pasa nada bueno ya que parece que mira con odio la pantalla de su computador.
-¿Pasa algo señor? -dije preocupada, mientras le dejaba la taza de café en un costado del escritorio.
-No, Ashlee, gracias por el café -dijo nuevamente, esta vez más relajado.
-Me retiro -mencioné mientras giraba en dirección a la puerta con la bandeja en mano.
Al salir regresé a la sala de descanso para dejar la bandeja y volví a mi escritorio para seguir trabajando. Y así pase toda la mañana entre correos electrónicos. De vez en cuando tuve que ir a la oficina de mi jefe para que firmara unos documentos y cada vez que entraba su expresión era la misma que la primera vez; preocupación.
A decir verdad no me atrevía a consultarle ya que no sabía si era por motivos de trabajo o era algo personal. Él siempre decía que los problemas personales se quedaban en casa y en la oficina se venía a trabajar. Así que por ende, me abstuve de hacerle cualquier tipo de comentario.
Ya era hora de almorzar por lo que le avisé al señor Adams que me retiraba de la oficina para ir a la cafetería de la empresa que estaba tres pisos más abajo.
Presioné el botón del teléfono que me comunica con su oficina.
-Diga Ashlee ¿sucede algo? -dijo apenas me contestó.