Al entrar a su despacho, Amanda se dirige hacia la mesa, desplazando la silla, para posteriormente sentarse, siguiendo su ejemplo me siento frente a ella, consiguiendo una mirada de reproche de su parte.
– ¿Acaso te he dado permiso para que te sientes? – Pregunta colocándose los lentes, para luego escribir algo en el computador (seguro mi carta de despido) y yo sin más niego levantándome de la silla perezosamente, ya que, aunque estoy hecha jugo del miedo, no puedo dejar que ella se sienta aún más poderosa. Al estar de pie, baja los lentes por el tabique mirándome de pies a cabeza, para luego negar – Bien, ahora sí, siéntate – Señala la silla frente a ella. Podría jurar que sonríe la muy fruta y sin poder evitarlo, imagino mil maneras de matarla.
Me siento mirando a mi alrededor incómoda, hasta que bajo la vista fijándome en una mancha que hay en mi vestido, así que me humedezco el dedo con un poco de saliva para intentar sacarla con energía (¿Quién dijo que no hago ejercicio? ¡Sólo mírenme! Seguro ya tengo un bíceps marcado). Entretenida en mi labor, me olvido dónde estoy hasta que escucho un carraspeo que me espabila haciendo que casi me muera del susto.
– ¡¿No podía esperar a que terminara?! – Grito sin darme cuenta a quién se lo digo, y al hacerlo sólo espero que baje un ángel y me lleve con él al cielo (¿Dónde si no?). Así que levanto lentamente la vista, con un ojo cerrado esperando encontrarme con Amanda volando como murciélago con infección por el despacho.
Pero sorprendentemente ella sólo desvía la mirada, para tomar un botellín con agua que tiene en la mesa e ingerir su contenido, para luego exhalar y posar su mirada despectiva en mí, a lo que yo me enderezo como rama.
– Ahora, Crisálida – Dice mordazmente, esperando mi reacción ya que conoce perfectamente (como todos) que detesto que me llamen de esa forma. Yo solo asiento a la espera de lo que dirá, rezando a la Virgen de la Uva que sea rápido y lo menos doloroso posible – Explícame civilizada y coherentemente el porqué de la hora de tu llegada. Así como si yo tuviese 3 años y no entendiera absolutamente nada de tu lenguaje – Dice cruzando los dedos y colocando su mentón sobre ellos con una sonrisa cínica y a la expectativa de lo que diré, así que yo respiro armándome de valor, y me dispongo a contarle lo ocurrido.
– Bueno, jefa – Comienzo algo cohibida, tratando de acordarme el porqué de mi llegada tarde. Cuando lo hago, prosigo – Resulta que anoche soñé algo espantoso, que ni para qué le cuento. Se traumaría – Le digo segura, moviendo mi muñeca en círculos mientras hablo y al ver que asiente incentivándome a que siga, tomo un poco más de confianza acercando mi silla hasta su escritorio y hablarle como si de una confidencia se tratase, a lo que ella responde rodando los ojos.
– Al punto – Me mira seriamente y sin una sola pisca de humor en su semblante – No tengo todo el día para tus estupideces, así que apresúrate – Comenta, para escribir nuevamente en el computador.
– Eh… - Titubeo hasta conseguir su atención – Me caí de la cama, y de la caída tan… Catastrófica me… - Dudo – Me golpeé durísimo la cabeza. Mire – Acerco mi cabeza hasta sus ojos para que pueda ver mi (inexistente) chichón.
– Eso explicaría mucho – Susurra, en vano, ya que logro escucharla, pero la ignoro mientras continúo con mi parloteo.
– El punto es que mi abuela me empezó a curar y no me dejó salir hasta cerciorarse que seguía respirando, ya que usted sabe cómo son las abuelitas ¿verdad? – Asumo.
– Si, lo sabía – Gruñe – Mi abuela murió hace un mes – Baja la cabeza, pero luego la levanta para mirarme fieramente ¡Ya, por favor! ¡Qué alguien me calle! Aunque pensándolo bien, esta sería una buena oportunidad para cambiarme el nombre ¿No sería lindo Imprudencia? ¿No? Yo creo que es hasta mejor que Crisálida.
– Eh… Bueno… - Trato de pensar algo para aliviar la tensión – Salí tarde de mi casa logrando que el autobús me dejara, y le juro que yo traté de alcanzarlo, pero el muy marchito me dejo – Bajo el rostro con tristeza. – Luego intenté detener un taxi. Pero ninguno me hizo caso – Niego molesta, maldiciendo internamente – Después uno se detuvo y… – Pienso si sería conveniente que le diga que me entretuve viendo al chico foca y que este accidentalmente me empujó al suelo e hizo que le enseñara mi “muy erótica” ropa interior; niego internamente descartando rápidamente el hacerlo, eso sólo queda entre las mil personas que seguro me vieron y yo, no hay necesidad de incluir a una más – Me subí. ¡Claro! ¿Qué si no? – Río nerviosa y ella me mira intuyendo la mentira a lo que yo sonrío mostrándole mis dientes – Y había muchísimo tráfico por lo que a unas calles tuve que bajarme y correr hasta acá – Finalizo atenta a su expresión.
– ¿Terminó? – Pregunta seria a lo que yo asiento – Bien, esta es su cuarta llegada tarde injustificada por lo que sólo queda… – Sabiendo lo que viene, corro hasta situarme a su lado negando frenéticamente.
– ¡No! – Grito – ¡Por favor, señorita! – Coloco mis manos en posición de ruego - ¡No me despida! Amo este trabajo como a mis botas de Quesitos. Y créame, eso es mucho. – Digo al borde de las lágrimas, pero siempre guardando mi dignidad, ante todo. Ella ahoga una carcajada, a lo que yo la miro.
– ¿Despedirte? – Niega – Créeme que lo he llegado a pensar, pero…- Posa su mano en la mía amigablemente para luego quitarla negando molesta, y señala nuevamente el asiento a mi espalda, por lo que obedezco. Posteriormente, ella se levanta alisando la chaqueta de su traje para dirigir su mirada hacia mí - ¡Eres una irresponsable incompetente! – Empieza tan de repente que me estremezco con el corazón a mil – ¡¿Acaso no tienes un reloj en tú estúpida casa?! – Grita de tal manera que al mirar a través del vidrio hacia las oficinas veo a algunos de mis compañeros levantados de sus sillas mirando la escena impactados. – ¡¿Eres tan estúpida que no te sabes las horas?! ¡¿Es eso?! ¡¡Porque si lo es avísame para enviarte devuelta al Kinder a ver si te las enseñan y empiezas a llegar a tiempo!! – Sigue gritando fuera de sí ¡Vaya, la tipa sí que está trastornada! – ¿Sabes Contar? – Pregunta y al ver que no respondo me brama – ¿Y también eres sorda? Ja, lo que me faltaba – Camina hacia la puerta abriéndola para asomarse de cara a los trabajadores – ¡Hey chicos! ¡Tenemos una inútil en la revista! ¿Qué opinan? – Me señala para luego entrar y azotar la puerta haciendo que muchos brinquemos de nuestros asientos. – Ahora, si sabes contar. Cuenta los pasos que hay de aquí a la salida – Susurra colocando los brazos a los lados de mi silla, luego se yergue energúmena para seguir escupiendo injurias y a mí me entran ganas de llorar – Y si no quieres que te saque de patitas a la calle ¡Vete a trabajar de una vez! – Concluye apuntando la puerta y yo, muerta del miedo recojo mi bolsa del piso y salgo corriendo como alma que lleva el diablo hasta mi mesa de trabajo.