Hay veces en las que me gustaría salir corriendo, sólo porque si, sin motivo alguno, correr sin parar, correr tan lejos y escapar. Es un sentimiento que está constantemente en mis días, no se va, se mantiene y no cede, por más que lo evite, me sostiene.
Siempre he sentido la necesidad de escapar de situaciones que para mí representen un riesgo, siempre he querido esconderme, nunca he sabido el porqué, pero lo hago, aunque lo disimule detrás de sonrisas y si bien estas son genuinas, mis sentimientos sufren, se van rasgando de a poco, dejando un cascaron, la prueba de lo que solía ser.
A veces es cansado, estar todo el tiempo de buen humor, tratar de ser fuerte, por las personas que me quieren, tratar de estar bien para ellas, así que por esta presión he desarrollado una obsesión por el control, implícitamente debo tenerlo, aunque no se note, y cuando todo se sale de ese orden, me altero, pero nunca lo expreso, me lo guardo, lo almaceno.
Tengo que admitir que el episodio del lunes con el sujeto que vi hace unas horas, me marcó, no como para entrar en depresión, pero si como para empezarme a sentirme impropia, aunque todo el asunto me causa risa, abrió paso a un sentimiento que hace tiempo no sentía.
Vergüenza.
La vergüenza es un sentimiento doloroso, que come, que envenena, que priva y encarcela, que te hacer ser inseguro, sentirte solo y abandonado e incluso, te hace sentir odio hacia ti mismo, la vergüenza enferma.
No diré que soy ajena a este sentimiento, al contrario, soy íntima amiga de ella, pero, hacía tiempo que no nos tomábamos un café, hasta ahora, dónde el último acontecimiento la invitó a pasar de nuevo y eso me aterra.
Sé que no debería hacerlo, pero pienso constantemente en ello, y cada vez me hundo más, me cuestiono casi todo ahora, es como si se hubiese abierto un cajón de inseguridades que no sabía que existían.
Verlo de nuevo, causó estragos; no sabría colocarle palabras a lo que sentí, ni a lo que siento en este momento mientras estoy recostada en mi cama, pensando. Pero, creo que el sentimiento se acerca al miedo, no hacia él, ya que es una completa ternurita, sino miedo a ser juzgada, de nuevo, aunque esta vez, por el Sapito.
Nunca le he dado mucha importancia a las opiniones de las personas, pero últimamente le estoy dando más relevancia de la que debería, y me frustra, porque no me atrae la idea de volver a ser frágil, ya pasé por eso y no quiero regresar a lo mismo. Si, sé que esto parece un monólogo absurdo y cliché de que “sentir te hace débil” pero, créanme, es muy difícil ir en contra de tus pensamientos.
Y la verdad, siempre me pregunto por qué soy así, si tuve una infancia relativamente “normal” es decir, crecí con mis padres hasta los 8, tiempo en el que decidieron separarse, quedando a cuidado de mi madre.
Ella me terminó de educar como pudo, hay que admitir que el divorcio la afectó. Sin embargo, estaba de acuerdo en que era lo más sano para todos, ya que su relación era más toxicidad que amor.
Mi padre se volvió a casar y tuvo un hijo más, Derek. Les diría que sigo en contacto con él, pero les mentiría, debido a que jamás tuvimos una estrecha relación “Padre e Hija” aunado a eso, tampoco volvió a ser lo mismo después del divorcio con mi madre, porque, aunque dice que nunca engañó la engaño, tengo mis sospechas. No obstante, intento en creer en su “palabra”.
Mi adolescencia si fue algo complicada, me llené de muchos complejos, la mayoría de ellos, debido a mi cuerpo, nunca he sido delgada, siempre he tenido unos cuantos kilitos de más, pero después de un tiempo, aprendí a vivir con ellos, siento que si ya no salen esos rollitos cuando me siento, dejaría de ser Crisálida. Tampoco soy una deidad, la verdad soy bastante común, con mi cabello castaño oscuro, ojos cafés, una piel más amarilla que blanca y una estatura cuestionable.
En mi adolescencia, mamá empezó ausentarse, yéndose a “viajes de trabajo” y con horarios más largos de lo que de verdad le correspondían, se le veía cansada, agotada. Fue a los 16, cuando Nany empezó a hacerse cargo de mí, ella ha sido el pilar que me ha sostenido desde entonces, ya que, Julia −mi madre−, al ver que ya no tenía que estar a mi asistencia, decidió irse a viajar por el mundo y conocerlo, alegando que estaba harta de vivir una vida aburrida (Gracias por decir que cuidarme era aburrido, má) y que merecía vivirla.
Ahora, me frustra a medidas fatídicas, el hecho que ella quiera volver a colocarse en contacto conmigo, no diré que no la extraño, porque lo hago, más de lo que debería, pero me molesta que lo haga después de tanto tiempo, alterando mi rígida vida. Aunque si de algo soy fiel creyente, es que todos merecemos una segunda oportunidad −o sexta−. Y si, podría plantearme el hecho de volver a establecer lazos con ella, pero no creo que, dentro de poco, tampoco creo que asista a su −cuarto− casamiento.
No le guardo rencor ni la culpo, la verdad es que la entiendo, ya que se enamoró de alguien que no supo cómo amarla. Y aunque trató de ocultarlo, le fue imposible, ya que esto produjo un notorio detonante en ella, haciendo que se la pasara todo este tiempo buscando ese sentimiento, el cual no ha podido encontrar debido a que sólo le atraen personas con los mismos patrones que mi padre, obteniendo siempre el mismo resultado.
Pero si la culpo de algo, y es el miedo que me dejó a enamorarme, el terror de terminar mi vida sin rumbo, sólo porque un hombre no me quiso como yo quisiera que lo hiciera, sé que es absurdo, pero no estoy dispuesta a arriesgarme.