¿ Serías mi Sapo?

CAPÍTULO VIII

Pasados unos pocos minutos donde sigo apoyada en la puerta, decido respirar hondo y dejarme de rodeos, para así enfrentarme a la situación que me espera en la cocina.

Cuando entro me encuentro con la pareja de tortolos bailando  al ritmo de una canción bastante pegadiza, la cual no sé reconocer su nombre, pero que, instintivamente me hace mover la cabeza siguiendo la melodía.

Al escucharme entrar mi abuela se despega de Paúl y me mira sonrojada, cosa que no puede hacerme evitar pensar en lo feliz y tierna que se ve Nany.

−Ayúdame a servir la mesa, Saly.

Asiento y tomo lo necesario para caminar hasta la mesa y dejar todo arreglado, pero en cuestiones de protocolo soy la peor, así que opto por dejar los platos en el centro junto a los vasos y listo, para mí, eso es elegancia ¿Ustedes qué dicen?

−Bueno, no se le pueden pedir fresas al manzano −dice mi abuela cuando ve el estado de la mesa, aunque después se encoge de hombros, restándole importancia y justo en ese momento entra Paúl con la jarra de juego de naranja− A comer se ha dicho, pues.

Paúl asiente y yo lo imito tomando mi lugar respectivo en la mesa y él hace lo propio, junto a mi abuela quien rozagante, le sonríe, mientras que yo me limito a servir la comida en mi plato sin perderles detalles.

Después de largos minutos en donde sólo se escucha el roce de los cubiertos con el plato, es Paúl quien decide romper la tensión.

−Bueno, tu abuela me comentó que trabajas como escritora.

−Ya quisiera −exhalo− Pero en realidad soy columnista en una revista.

−Eso ya te convierte en escritora −señala él, a lo que yo pensativa asiento dándole la razón−. ¿Qué escribes?

−Escribo ficción.

Y así continuamos con una larga charla donde le cuento algunas cosas más y él hace lo mismo, haciéndome saber que fue guardia de seguridad durante años en una empresa bastante conocida de la ciudad, de la cual ya se jubiló. Tiene 2 hijos, y es abuelo de 5 lindos niños, que en algún punto de la conversación me muestra las fotos de ellos, orgulloso de su descendencia. Y mi abuela no se queda callada, ella también interviene secundando la historia de Paúl de la que ya es conocedora.

Después de varias horas de conversación decido que es hora de irme a dormir, no sin antes ser invitada por mi abuela a beber una copa de vino, la cual diplomáticamente rechazo, y aquí entre nos, no es que no quisiera. No. Es que me provoca tanto que sé que no pararía y me convertiría en la temida “Crys Borracha” la cual es un desastre y de quien tantos malos recuerdos tengo.

−Es una lástima. Hasta mañana −se despide Paúl.

−Hasta mañana−digo y le doy un beso en la mejilla a mi abuela quien me abraza, cuando me suelta camino a mi habitación−. Fue un placer conocerlo Paúl

−¡Lo mismo digo! −grita, pero su voz se escucha amortiguada por la puerta cerrada, debido a que ya me encuentro tirada bocabajo en mi cama.

Resignada, me quito las botas que el día de hoy fueron moradas con dinosaurios verdes, seguido de mi vestido rosa y me coloco mi pijama con estampados de gallos y ahora sí, me tiro y me arropo, cierro los ojos, pero pensamientos se agolpan en mi mente, lo que me impide dormir, así que, como carne asada me la paso dando vueltas en la cama, sin pegar si quiera una pestaña.

No es hasta que escucho que mi abuela me llama desde su habitación que me doy cuenta que me dormí y no supe cuándo. Adormilada, me froto un ojo y camino hacia la puerta, pero, me doy de frente con la pared.

−Okey, esa no es la puerta −digo despertándome por completo y abriendo con cuidado la puerta que está justo al lado de la pared con la que acabo de tropezar.

Me apresuro para llegar a la habitación, ya que mi abuela me llama con insistencia.

−¿Qué sucede? −digo al abrir la puerta, encontrándome con la escena de un Paúl casi muerto y mi abuela dándole suaves golpecitos en la cara− ¿Qué pasó?

−Qué bueno que llegas, Saly. No sé qué hacer, creo que lo maté.

−¿Lo mataste? ¿Cómo así? −pregunto confundida, porque creo que todo es un sueño, ya que la escena resulta surrealista viéndola fríamente.

Mi abuela me ve algo apenada, y sé por donde se dirige la situación antes de que diga nada.

−Pues, el alcohol nos colocó fogosos −coloca una mano en su cara, tapándola, mientras abre los dedos dejando ver sus ojos a través de los espacios−. Me subí en él…

−¿Son necesarios los detalles? −la interrumpo incómoda.

−¿Quieres saber o no?

−Está bien… Habla a ver qué hacemos.

−Bien −suspira−, empecé a moverme y pues ajá y en un punto él decía “Me voy, me voy” y pensé que iba por buen camino así que seguí haciendo lo que hacía… En un punto cerró los ojos y no los volvió abrir, creo que de verdad se fue.

−Okey, fue demasiada información. Pero, el punto es que al parecer sigue respirando −me encojo de hombros−, eso es bueno.

En eso, ella recuerda algo y se mueve para saca el termómetro que tenía Paúl bajo el brazo, lo mira y niega.



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En el texto hay: humor, amor, torpezaextrema

Editado: 31.10.2020

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