Bien, la situación es esta: estoy de pie en mitad de la acera con el teléfono en mi oreja y la boca abriéndose tal y como un pez, tratando de soltar algo mínimamente coherente, pero se me hace imposible porque no me creo quien me habla tras la línea, estoy a nada de pellizcarme, en serio.
Un señor me empuja para que abra espacio ya que estoy atravesada, inmediatamente me aparto y me apoyo en una pared que hay a mi izquierda y así evitar ser un estorbo.
La línea sigue en silencio, ya que no pienso hablar y al parecer mi interlocutor tampoco.
Después de minutos en estado de shock reacciono y decido colgar de golpe. Y al salir de mi estupor lo que me invade es una cólera que sube y se expande haciéndose cada vez más grande.
Mis sentidos se nublan y detengo un taxi para salir disparada hacia mi casa. Al llegar pago apresurada al taxista, salgo del auto y entro corriendo al edificio, sin siquiera saludar a Ralph.
Cuando ya estoy dentro me encuentro a mi abuela sentada en el sofá, con las piernas cruzadas y sus lentes reposando en su tabique mientras mira el celular, y agradezco al Dios de los limones que esté en casa, ya que con ella es con quien requiero hablar.
−¡¿Cómo pudiste darle mi número a mi madre?! −acuso−. ¡Te dije que no quería hablar con ella! −empiezo a alterarme de verdad−. ¿Mucho te costaba respetar mi decisión?
−Lo hice porque necesitan hablar −se quita los lentes, se frota los ojos, los regresa a su lugar y me vuelve a mirar.
−¿Hablar? ¡¿Hablar de qué?! ¿Del clima? −respondo cortante−. Prefiero hablarle a la pared, entablaría una mejor conversación que con ella.
−Deja la malcriadez Crisálida, compórtate como alguien de tu edad y asume esto con madurez.
−No puedo creer que seas tú la que me viene a hablar de “madurez” −reprocho ácida, mientras señalo eso último con comillas en mis dedos−. Y háblame de madurez cuando a ti te hayan abandonado porque te consideraron aburrida e insoportable; cuando sea a ti a quien todo el mundo vea como un fenómeno sólo por ser quien es. Así que por favor Nany, evita hablarme de algo de lo que no tienes ni idea.
−¡Pero es tú madre!
−Es cierto, es mi madre. Yo no lo olvido, pero al parecer ella sí lo hizo por nueve años. Y no, no la culpo por irse, sino por dejar de lado el hecho de que tenía una hija. Y justo eso, Nany, es lo que no puedo perdonar, y por lo que no le puedo hablar −cuento−. Y siento mucho que no lo entiendas
−Algún día tendrás que hacerlo −apunta mientras bloquea su teléfono y lo deja a un lado.
−Si, pero ese día no ha llegado.
−¿Segura? −interrumpe una voz a mis espaldas, una voz que escuché hace un rato por el teléfono, una voz que conozco, pero de la que dejé de sentir semejanza hace años.
Sin voltearme miro a mi abuela con reproche.
−¡¿Aparte la traes aquí?! −le imputo, herida−. Ahora me dirás que también se quedará a vivir −señalo con mi dedo hacia abajo−. ¡Ah, no! Verdad que se va a casar de nuevo.
−Hola Crisálida −detiene mi monólogo Julia, pero yo sigo dándole la espalda.
−Vete −es lo único que sale de mi boca.
−No me iré hasta que hablemos −decide ella.
−Pues si no te vas tú me iré yo −sin verla me dirijo hasta la puerta, y exhalo aliviada al ver que nadie me detiene.
−Aquí seguiré cuando vuelvas.
−Pues me mudaré −azoto la puerta cuando salgo.
Pero después, algo se encoge dentro de mí, algo que me dice que me estoy comportando con una adolescente, y que con ese comportamiento no hago más que darle la razón a mi abuela, cosa que no quiero, así que más por orgullo que por otra cosa, decido entrar de nuevo para encontrarme a mi madre llorando en el salón y a mi abuela caminando hacia su cuarto. Sin ablandarme, la miro con aburrimiento y camino hasta sentarme a su lado en el sofá.
−Está bien −hablo y ella conmocionada gira la cabeza que tenía entre sus manos para mirarme−, hablemos −accedo y ella asiente limpiándose cualquier rastro de lágrimas.
−Gracias.
−No agradezcas nada, accedí a hablar no a perdonarte −asiente.
−¿Por dónde empezar?
−¿Qué tal por el principio? −despectiva, le digo.
−Bien, escuché todo lo que dijiste.
−Pues era obvio sin andabas de chismosa −le digo mientras me corro hacia la esquina del sofá, lo más lejos de ella posible.
−Escúchame −Pide y yo asiento, resignada−. Y tienes razón −Apenas suelta la miro interesada por saber qué más tiene por decir si apenas empieza a hablar y ya me da la razón−. Pero, déjame darte mi versión de los hechos ¿sí?
−Pensé que ya lo estabas haciendo −suelto y se le endurece la mirada, haciéndome recordar una época pasada−. Pero si, está bien, te escucho.
−Bien, no me excusaré, sería estúpido de mi parte. Sólo diré que lo necesitaba, necesitaba respirar.
−¿Con cinco hombre más? ¡Vaya, ya me imagino cuál sería ese respiro!