Nats:
Desperté de lado y en posición fetal. Me despertó algo que sentí pasar por mi oreja. Insecto; fue lo
primero que pensé y me incorporé rápidamente apoyando mi mano derecha en lo que yo esperaba
que fuera mi cama. Pero no fue eso lo que sentí. Mi mano se hundió hasta la muñeca en alguna
especie de masa caliente, pegajosa y con cierto movimiento cosquilleante, como si hubiera metido la
mano en las entrañas de algún ser. Grité, grité muy fuerte y asustado. Me asusté tanto que no
encontraba el interruptor de la luz y mi mano derecha tanteaba en la nada en busca del interruptor, que parecía extrañamente alejado de mi posición. No tardé en percatarme de que tampoco
encontraba la pared, solo oscuridad. Y lo peor de todo, no estaba en mi cama, estaba encima de
aquella masa caliente y resbaladiza. Desorientado totalmente, tanteé en la oscuridad con mis manos, aún sentado en aquella cosa. Sobre
mi cabeza no parecía haber nada más que infinita oscuridad y me incorporé poco a poco, no sin cierto
vértigo por la sensación de estar, de cierta manera, aún en mi cama. Creo que estaba equivocado; mi
cama ahora parece ser cosa de otro mundo. Grité, grité muchas veces. Primero pedí ayuda con todas
mis fuerzas. —¡Ayuda! ¡Ayuda! ¿Me escucha alguien?
Lo hice durante una hora al menos, y cuando vi la inutilidad de mi esfuerzo, decidí, en mi absoluta
ignorancia y víctima de la desesperación, pedir a voces despertar. —¡Quiero despertar, quiero despertar, joder!
Fue inútil. Todo parece inútil aquí. Es como una pesadilla a medio construir y yo me he quedado
atrapado entre el mundo real y el mundo onírico. Una vez de pie, caí en la cuenta de que solo llevaba un pantalón corto y una camiseta de mangas
cortas, estaba descalzo, pisando aquella masa asquerosa y maloliente, cosa de la que al principio no
me percaté, supongo que debido a la gran impresión que me causó el tacto de aquello. Pero ahora
apesta. El olor es nauseabundo e irritante y no consigo de ninguna manera lograr mantener la calma
ni pensar con claridad. Estoy enloqueciendo dentro de esta locura. Bajo mis pies descalzos podía
notar una masa blanda, húmeda, caliente y resbaladiza. Como pisar miles de gusanos de diferentes
tamaños, algunos los aplastaba y notaba cómo salía de aquella cosa un líquido arenoso que entraba
entre los dedos de mis pies. Di el primer paso con los brazos extendidos, tanteando en la oscuridad. Me resbalé y casi caigo al
suelo. Una de esas cosas acaba de reventar bajo mis pies y siento como me ha salpicado por las
rodillas. Está caliente. Sigo avanzando con milimétrico cuidado y todos los sentidos funcionando a su
máxima capacidad. Caminé una media hora hasta que topé con algo. Mi pie derecho golpeó algo que
al tocar con la mano reconocí como madera. Así fue como, palpando el objeto y dándole la vuelta
completa, concluí que se trataba de una pequeña barca de unos tres metros de largo con dos remos. Con las palmas de las manos tanteé el interior de aquella barca y no parecía tener nada dentro. Estaba vacía, sin pensarlo entré dentro para evitar seguir pisando aquel asqueroso suelo. Me senté
dentro y fue la primera vez desde que esta pesadilla empezó que pude cerrar los ojos y pensar: Está
bien, la situación es la siguiente, relájate y resuélvelo. No estuve más de cinco segundos con los ojos cerrados cuando bajo el párpado se coló una luz, como
si una linterna enorme apuntara en dirección a mí, y abrí los ojos. Lo que vi fue desolador, algo tan
espeluznante y sobrecogedor que no puede explicarse de ninguna manera en la que el ser humano
pueda comprender. Una luz anaranjada, que no parecía nacer en ningún lugar, lo inundaba todo y
desvelaba el paisaje que tenía ante mis ojos. Un océano infinito de lo que parecían tripas, vísceras y
pedazos de carne y hueso que se enrollaban lentamente entre sí mismos como una serpiente
tortuosa que se expande en todas direcciones. Desde la barca observé con mayúsculo asombro cómo un pedazo de hueso roto y afilado, enganchado
a un pedazo de carne putrefacta, se enrollaba contra lo que parecían cientos de intestinos. Algunos
eran cortados por la mitad por el hueso, otros solo rajados y abiertos en canal, pero de esas cosas
salieron miles, millones de gusanos de color blanco, finos como un hilo de coser y rápidamente, a una
velocidad pasmosa, desaparecieron en todas direcciones. Me quedé petrificado. Qué maldito lugar
perverso es este. Aparté la mirada de aquella cosa y me senté en mitad de la barca totalmente
afectado por la situación. No lo había visto antes, pero en uno de los extremos de la barca había un
espejo redondo enmarcado en un material que parecía piedra tallada a mano. Lo que en esa piedra
estaba escrito me fue imposible descifrar. No se parecía a nada que hubiera visto antes, pero sin duda
se trataba de algún lenguaje. Me miré y solo vi mi rostro, blanco, pálido y asustado, pero sin duda es
lo más normal que había visto desde que todo esto empezó. No sin darle importancia, dejé el espejo a
un lado y miré en busca de algo diferente en el paisaje. Alguna elevación de terreno quizás o un
cambio en el color del horizonte, pero todo parecía lo mismo. Pasaron unos dos días. Creo que fueron más o menos dos días. Aquí no hay sol, no hay luna, no hay
día y noche, solo esa luz pesada naranja que lo inunda todo. Lo había pensado bien y pese a lo
desagradable que me parecía, la decisión estaba tomada. Tenía que caminar e intentar llegar a algún
lugar. Procuré despejar mi mente lo máximo que me lo permitían las circunstancias y descansé todo
lo mejor que se puede descansar en un bote de este estilo. Estaba preparado. Suspiré y lentamente
salí de la barca pasando un pie por arriba y después el otro. Estaba de pie, mirando qué dirección
escoger para la marcha y ante la indecisión empecé a caminar en línea recta. Esas cosas resbalaban
bajo mis pies y a veces parecía que querían atraparme y envolverme en su espiral carnosa y
putrefacta, pero me podía librar con facilidad. Calculo que caminé no más de cinco minutos cuando
pisé algo que no se escurrió bajo mis pies, esa cosa asquerosa se deshizo como una fruta podrida
aplastada. Y lo volví a ver. Esos gusanos blancos y finos que parecían haber estado enrollados entre
ellos consumiendo por dentro lo que yo había pisado, salieron como una bola que se desenrolla a sí
misma, multiplicándose. Cada vez parecía haber más y más de ellos. Me quedé paralizado ante la
imagen y no me moví del sitio. Una vez liberados de sus propios nudos, todos ellos subieron por mi
pie a una velocidad que no logro aún comprender, es inconcebible. Un escalofrío se apoderó de mí y
me quité la camiseta, el pantalón y la ropa interior mientras tocaba con las palmas de mis manos
agitadamente todo mi cuerpo y gritaba de horror. Al mirar, no vi nada. No parecía que ninguno de
esos asquerosos bichos estuviera encima de mí. Recogí mi ropa y corrí de nuevo hacia la barca, exasperado pero al mismo tiempo algo aliviado de estar aún tan cerca del único lugar seguro que
conocía. Llegué jadeando y me tumbé totalmente derrotado. Lo que parecía el cielo solo se trataba de
un color naranja sin ningún matiz ni cambio de intensidad en su brillo o su color por ningún lugar, sin
principio ni fin. Me incorporé y me senté de nuevo en el interior de la barca, vi a mi lado el espejo y lo estudié más
detalladamente. Me miré y después miré los grabados. Estaba observándolos detalladamente cuando, de repente, pude ver por el rabillo del ojo, cómo en el reflejo del espejo vi pasar algo rápidamente por
mi cara. Más que por mi cara lo vi dentro de mi ojo. Y entonces me miré. Me miré fijamente sin
parpadear y los ojos me comenzaron a llorar. Aguanté la mirada por un prolongado minuto y
entonces los vi. Esos asquerosos gusanos. Habían pasado por delante de mi iris, los vi, eran muchos. Un escalofrío me envolvió de pies a cabeza y un asco y una impotencia me hacían querer arrancarme
los ojos. Me palpé toda la cara desesperadamente en busca de algo pero no noté nada. Están en mi cabeza, están en mi cabeza. No podía pensar en nada más y me volví a mirar en el espejo. Pasé un buen rato mirando fijamente mis ojos en busca de alguna confirmación de lo que había visto
y, pese a no volver a ver nada más, estaba convencido de que aquello tenía una especie de
inteligencia y solamente se mantenía oculto. No podía vivir con aquello, sabiendo que algo así
habitaba dentro de mí. Arrastrado por la locura, golpeé el espejo contra un saliente del barco y agarré
un pedazo de cristal. Lo apreté fuerte en mi mano, cortándome profundamente y provocando que la
sangre creara un río por mi brazo. Lentamente pero de manera firme, con mi mano izquierda abrí mi
ojo lo máximo posible y con la derecha me acercaba decidido a sacarme los ojos. Mejor ciego que con
esas criaturas dentro de mí. Justo en el momento en el que el cristal tocó mi córnea, todo se esfumó y
desperté en mi cama completamente en pánico. No había tenido jamás un sueño tan real y vívido, y pese a estar completamente aterrado, una parte
de mí se sentía orgullosa por la facilidad de tomar decisiones bajo esos estados de presión. Eso me
sacó una ligera sonrisa que esfumó un poco mi palpable nerviosismo. El reloj marcaba las 03:30 y yo
estaba sentado en mi cama envuelto completamente en sudor. Me levanté, encendí la luz, fui al baño
y me lavé la cara con agua fría. Me sequé el agua con una toalla y me miré al espejo fijamente. Esperé
unos treinta segundos y después pensé que estaba haciendo el estúpido. Sólo fue un sueño. Pero
justo al retirarme, lo vi.
- Ohh dios mio