Arrastro sus ropajes ante la débil visión que podía para seguir.
Chilló tan fuerte y como si de conspiración de hablara, los truenos ahogaron sus lamentos en medio del diluvio incesante.
Sus ojos desorbitados y llenos de lágrimas empaparon su elegante vestuario, el cabello que una vez estuvo atado perfectamente por una orquídea había sido deshecho a los nervios y el forcejeo.
Se sentía a desfallecer y lo único que vino a su mente era llegar rápido antes de que la encontraran. Puso su manos en aquella repisa, contuvo sus fuerzas e hizo un gran sacrificio de su fuerza a pesar de que la herida se abría cada vez más.
No tenía más remedio que agarrar su salvación, sus movimientos algo bruscos habían tirado todo, arrastrándolo hacia el piso y allí lo vio.
Aquella caja de toques florales, de un metal que era escaso y rarisimo yacía frente a sus manos las cuales manchaban el objeto de la propia sangre.
Ella no supo como, ni por qué. Sólo tenía la certeza de que podría salvarse si conseguía el objeto.
Abrió a duras penas la delicada caja, se tiro a un lado y cambió de posición para así no desangrarse más. Pidió a toda deidad conocida y no, por su salvación.
Los truenos se volvieron a escuchar, seguido de unas lentas y pesadas pisadas. El terror en sus ojos se habían posado otra vez en ella, se apresuró a ocultarse a un lado de la esquina y mordió sus labios con la esperanza de no indicar su ubicación.
¿Es que acaso no había nadie? ¿Donde se encontraban todos? ¡Mi hija! ¡¿Donde estarás Leonor?!
Cuestionaba desesperada en su interior, pero al asomar sus ojos con lágrimas ya secas se encontró con lo que dedujo un desastroso final.
Aquella espada cubierta de sangre fresca, aquella mirada desquiciada... El incesante ruido del afuera le helo aquella gota de sudor por la espalda y su respiración cesó frente a más lágrimas que humedecian aún más su rostro.
Pidió por su salvación, puso la caja frente a su pecho ignorando el dolor de aquella herida y sollozo lo más bajo posible mientras aquel extraño de vestimenta oscura quitaba las sábanas de la ostentosa cama matrimonial.
La estaba buscando.
Su hija que dormía en los primeros aposentos seguro yacía en el sueño eterno por un horrible final. Ya no había más tiempo para volver a pensarlo, podía sentir sus últimos respiros de su corazón la tiente, sus últimos momentos en este mundo.
Aquel individuo odiable por la suerte de la mujer había ignorado su presencia, ni cayó sobre su escondite, su misión era terminar con todos y volver sin sospechas.
Había sido fácil, hace meses que se habían camuflado muchos como sirvientes o guardias. La noche de tormenta le vino de maravilla, primero comenzó con los gemelos, algún que otro criado deambulante y quedó por la habitación de la hija mayor.
Los gritos fueron acaparados por los ruidosos rayos y la sangre se derramó en aquellas sábanas de seda blancas.
Pero la víctima más importante había escapado, aquella desgraciada mujer que aún no dormía después de tanto trabajo en el despacho real.
La reina era muy escurridiza, no por nada tenía la habilidad de la parálisis momentánea. Frente al gran ventanal pudo ver que aún faltaba el resto de la noche para cumplir su objetivo. No le iba a costar nada con jugar un poco.
Y cuando cerró aquella puerta, la mujer pudo sentir que se le volvía el alma al cuerpo. El momento no era para esperar, tenía que conceguir su forma de escape, quería vivir, quería escapar y volver a ver el amanecer. Deseaba con todas sus fuerzas volver a los brazos de su esposo y ver a sus hijos.
Pero la realidad le golpeó ante la incesante lluvia.
Abrió la tan esperada caja, cerró sus ojos aguantando el dolor de su costado y notó para su sorpresa el objeto escondido.
Una flor de loto azul, preservada totalmente y fresca. Se había abierto apenas la caja fue liberada como si hubiera esperado todo este tiempo que sus manos la tocasen.
Ella conocía lo que podía hacer una sola de sus pétalos, recordó aquella palabras...
"Sólo uno bastará su majestad"
Y con eso decidió ingerir el pétalo más pequeño.
Dentro de su mente, aquellos recuerdos confusos le dieron su salvación. Su huida con el corazón en la boca mientras corría por su vida solo dejó un desorden por el sendero
Tomo aquella caja con el curioso y milagroso nenúfar. Sólo se llevó consigo una daga.
Bajo por un pasillo desértico y a paso silencioso llegó al desastre en sus ojos. La mirada perdida, la sangre derramada, el dolor de aquellas expresiones dejó a la reina paralizada por un momento y con ganas de llorar al ver que el cuerpo de su propia hija aparecía frente a una esquina del gran salón.
Un cuerpo sin vida, sin gracia ni paz se le grabó en las memorias de la madre notando el horrible final de su primogénita.
Aún así con más fuerza tomo la caja y salió a toda prisa a un pasaje secreto bajo escaleras. Las tumbas de los antepasados se escondían en los gravados de mármol.
La luz amarillenta del precario fuego le daba ese toque lúgubre, digno de una pesadilla y frente a las direcciones, confiando en aquella flor se guió algo nerviosa.
Y fue cuando salió de la gran construcción, estiro sus manos con una respiración entrecortada, se debatió en ella misma lo que hacía y lo que dejaba. Se contra puso y se animo en todo el transcurso pero ya había caído en una cosa.
Lo había perdido todo y ya no tenía donde ir.
Así que manchando su elegante vestido de finas telas con el frondoso lodo hecho tras el torrencial, escapo sin dar rastro alguno.
Su persona se escondió en el fondo del bosque.