Sesiones en la Oscuridad

Capítulo 2: El segundo sobre

Diana cerró la puerta de su apartamento y se apoyó contra ella, intentando calmar su respiración. El sobre con la fotografía seguía sobre la mesa del comedor, iluminado por la luz tenue que filtraba la lámpara. Era como si el objeto tuviera vida propia, como si la estuviera observando. Se obligó a caminar hacia él y lo guardó en un cajón, tratando de recuperar algo de control.

“No puede ser él… No tiene sentido”, pensó, pero la duda seguía clavada en su mente. Desde que había conocido a Matías, todo parecía tambalearse, como si su mundo estuviera siendo diseccionado pieza por pieza por manos invisibles.

Intentando distraerse, revisó su correo electrónico y respondió a un par de mensajes del trabajo, pero la sensación de ser observada no desapareció. Finalmente, no pudo evitarlo y abrió el buscador en su teléfono. Escribió el nombre de Matías junto con la palabra “pasado”, pero los resultados fueron irrelevantes: perfiles en redes sociales, fotos vagas y una mención en un artículo de una conferencia psicológica de hace cinco años. Nada que explicara cómo él podía saber tanto sobre ella.

Cuando el sueño finalmente la venció, una serie de imágenes perturbadoras invadieron su mente. Soñó con su niñez, con su habitación pintada de colores pálidos y un espejo en la esquina. En el reflejo, no era ella quien aparecía, sino una versión distorsionada, con ojos vacíos y una sonrisa torcida. Al despertarse, el sonido del despertador la trajo de vuelta a la realidad, pero el sueño dejó una sensación desagradable que no pudo sacudir.

La segunda sesión

Esa tarde, Diana regresó al consultorio de Matías. Esta vez, había llegado con una mezcla de miedo y determinación. Necesitaba respuestas, aunque no sabía exactamente qué preguntar.

Matías la recibió con la misma sonrisa tranquila. El ambiente era cálido, casi acogedor, pero Diana sentía que el aire estaba cargado de tensión invisible.

—¿Cómo te sentiste después de la última sesión?—preguntó él, mientras tomaba asiento en su sillón.

Diana dudó. Quiso confrontarlo directamente, pero algo en su mirada la desarmó.

—Inquieta… ¿Cómo sabes tantas cosas sobre mí?—soltó finalmente.

Matías inclinó la cabeza, como si la pregunta lo divirtiera.

—No te entiendo. Todo lo que hemos hablado viene de ti.

—Eso no es cierto…—respondó Diana, pero su voz sonó menos firme de lo que quería.

Matías la miró en silencio por unos segundos antes de hablar.

—A veces, nuestra mente nos juega trucos. Nos hace pensar que los secretos están seguros, cuando en realidad los dejamos escapar con gestos, palabras, incluso silencios.

—¿Estás diciendo que yo misma te he dicho cosas que no recuerdo haber dicho?

—Algo así.—Su sonrisa era serena, pero había algo perturbador en ella.—. Dime, Diana, ¿has pensado en lo que significa la fotografía que recibiste?

Diana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No recordaba haberle mencionado el sobre.

—Yo no… no dije nada sobre eso… ¿Cómo lo sabes?

Matías no respondió. En lugar de eso, cambió de tema.

—Hablemos de tu niñez. Siempre es interesante ver cómo los primeros recuerdos moldean nuestras vidas.

Diana quiso levantarse y salir de ahí, pero sus piernas parecían pegadas al asiento. Mientras Matías hablaba, describió con detalle la casa donde había crecido, el jardín con el columpio oxidado y el árbol donde solía esconderse. Incluso mencionó un episodio que ella había bloqueado: la desaparición de una amiga de la infancia, Clara.

—Era un caso tan interesante… —murmuró Matías, casi para sí mismo.

Diana sintió que el aire en la habitación se volvía más denso. ¿Cómo podía saber él sobre Clara? Era un tema que nunca había discutido con nadie.

—¡Basta!—exclamó, levantándose de golpe. Su corazón latía con fuerza, y sus manos temblaban.

Matías no intentó detenerla. Simplemente la miró con esa calma inquietante mientras ella salía del consultorio.

El segundo sobre

De regreso en su apartamento, Diana intentó calmarse. Encendió todas las luces y revisó las cerraduras de las puertas y ventanas. Sin embargo, cuando se giró hacia la mesa del comedor, su corazón se detuvo por un momento. Ahí estaba otro sobre.

Con manos temblorosas, lo abrió. Esta vez no era una fotografía, sino una hoja arrancada de un diario infantil. Reconoció su propia letra, también infantil, con una frase escrita en rojo:

“Yo sé lo que hiciste”.

Diana retrocedió, dejando caer el papel al suelo. Su mente se llenó de preguntas sin respuesta, pero una cosa era clara: esto no iba a terminar ahí.




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