Sesiones en la Oscuridad

Capítulo 5: La Sombra de la verdad

Diana no podía dormir. Las piezas del rompecabezas giraban en su mente como un torbellino. La fotografía con la figura en la sombra, la pulsera de Clara, el mechón de cabello... todo apuntaba a un hecho mucho más oscuro de lo que había imaginado. Sabía que no podría seguir adelante hasta descubrir la verdad. A la mañana siguiente, tomó valor y decidió enfrentarse a Matías una vez más.

Lo encontró en su oficina, aparentemente tranquilo, pero algo en su postura revelaba tensión.

—Necesito respuestas, Matías —dijo Diana, sin preámbulos. Colocó la fotografía y la pulsera sobre su escritorio. —No me voy hasta que me digas qué pasó con Clara.

Matías suspiró profundamente y se pasó las manos por el cabello. Finalmente, alzó la mirada hacia ella, y en sus ojos había una mezcla de tristeza y resignación.

—No quería que lo descubrieras así —dijo en voz baja. —Clara no desapareció... al menos no como todos piensan.

Diana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Matías continuó:

—Éramos niños. Ese día, Clara y yo jugábamos cerca del roble. Discutimos... no recuerdo bien por qué. Ella tropezó y se golpeó la cabeza. Fue un accidente, pero... tenía miedo. No sabía qué hacer.

Diana retrocedió un paso, incapaz de procesar lo que escuchaba. —¿Qué hiciste después?

Matías bajó la cabeza. —Mi padre me ayudó. Enterró todo... literal y figurativamente. Me dijo que nadie creería que fue un accidente, que nos destruirían. Guardó sus cosas en esa caja y la enterró bajo el roble, para que nadie pudiera descubrirlo.

Diana sintió que le faltaba el aire. La imagen de Clara, siempre radiante, se desmoronaba con cada palabra que Matías pronunciaba. Pero algo no encajaba. Recordó la figura en la fotografía.

—Entonces, ¿quién es esa sombra en la foto? —preguntó, su voz temblando.

Matías alzó la mirada, confundido. —No lo sé. Pensé que era alguien del vecindario, pero nunca lo supe con certeza.

Antes de que pudieran hablar más, un ruido fuerte en la puerta los sobresaltó. Una figura alta y encapuchada entró en la habitación. Diana apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando el intruso sacó un arma y apuntó directamente a Matías.

—¡Sabía que eventualmente hablarías! —gritó el desconocido, su voz cargada de furia. —No podías mantener la boca cerrada, ¿verdad?

Matías levantó las manos, su rostro pálido. —¡No tiene por qué ser así! Ella no tiene nada que ver.

Diana se dio cuenta de que el intruso no era un desconocido cualquiera. Reconoció sus ojos: había sido un vecino, alguien que solía observarlas jugar desde la distancia. De repente, todo cobró sentido.

—Tú eras quien las observaba... tú estuviste allí ese día —dijo Diana, tratando de mantener la calma.

El hombre soltó una carcajada amarga. —Observé cómo Clara caía. Lo vi todo. Pero lo que hicieron después... ¡eso fue lo que me llenó de rabia! Pensé que pagarían por ello, pero no, solo cubrieron todo como si su vida no importara.

Diana vio una oportunidad y tomó la caja del escritorio, lanzándola hacia el hombre. El impacto lo distrajo lo suficiente para que Matías lo desarmara. Todo ocurrió en segundos, pero cuando el hombre cayó al suelo, Diana y Matías estaban cubiertos de sudor y miedo.

La policía llegó poco después, alertada por los vecinos que habían escuchado el altercado. Mientras el hombre era esposado, Matías se giró hacia Diana.

—Lo siento —murmuró, sus ojos llenos de arrepentimiento. —Todo esto... fue mi culpa.

Diana no respondió. La verdad había salido a la luz, pero a un precio demasiado alto. Mientras la patrulla se alejaba, miró al roble por última vez. Bajo sus raíces había quedado enterrada no solo la inocencia de su infancia, sino también un capítulo oscuro que finalmente llegaba a su fin.

Ahora solo quedaba decidir qué haría con lo que había aprendido.




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