Setenta y Tres Intentos

Capítulo 12: Lluvia, Bacon y un Tejado Comprometido

El aire a pino, a tierra húmeda y a libertad. "Pine Creek Camping" era incluso más bonito de lo que había imaginado. Nuestra cabaña, de troncos oscuros con un porche adornado con macetas de geranios silvestres, estaba situada al borde de un claro, con el murmullo de un arroyo cercano como banda sonora.

—¡Es perfecta! —exclamé, saliendo del auto casi antes de que Clara lo detuviera por completo—. ¡Mirad! ¡Hay una hamaca! ¡Y una parrilla! ¡Y… oh, Dios, mirad esos árboles! ¡Necesito dibujarlos!

Clara salió del auto con la elegancia de una gata, evaluando el lugar con una mirada crítica. —La hamaca parece tener una tensión aceptable.La parrilla está aceptablemente limpia. Los árboles son… arbóreos. Aprobado. Por ahora.

Adrián, como era previsible, empezó a descargar el equipaje con eficiencia militar. —Llevaré las cosas dentro.Adria, ¿puedes…? —Se interrumpió, viendo que yo ya estaba trepando por una roca cercana para tener una mejor vista del valle—. Olvídalo. Ya lo hago yo.

—¡Es que la perspectiva desde aquí es increíble! —grité, extendiendo los brazos—. ¡Puedo ver todo el valle! ¡Es como ser un pájaro! ¡Un pájaro con necesidad de dibujar!

—¡Un pájaro que va a romperse la crisma si se cae! —replicó Clara—. Baja de ahí antes de que tengamos que probar el botiquín de nivel militar el primer día.

Bajé, pero con la sonrisa tonta aún pegada en la cara. El lugar era mágico. El estrés de la ciudad, la tensión de la última semana, todo se desvanecía entre los pinos.

La tarde transcurrió entre risas y el caos habitual que yo generaba. Mientras Adrián encendía la parrilla con una habilidad envidiable y Clara desinfectaba meticulosamente la mesa de picnic, yo intenté ayudar montando la tienda de campaña "por si a Clara le apetecía la experiencia auténtica". El resultado fue una estructura ladeada que se parecía más a un alma en pena que a un refugio outdoor.

—Parece que se rendirá ante la primera brisa —comentó Adrián, observando mi obra con una sonrisa.

—¡Tiene carácter! —defendí—. Es una tienda… orgánica. Se integra con el paisaje.

—Se integra tanto que parece que se está derritiendo —añadió Clara, rociando la mesa con spray desinfectante—. Adrián, por favor, arréglala antes de que nos matice a todos.

Adrián, por supuesto, en cinco minutos y con tres nudos complicados, hizo que la tienda se erguiera firme y orgullosa. Yo me senté en la hamaca a observarlo, feliz. Así era como debían ser las cosas. Él arreglando mis desastres, yo dándole color a su vida ordenada.

La cena fue una obra maestra de bacon, salchichas ligeramente chamuscadas (por mi culpa) y mazorcas de maíz perfectas (por la de Adrián). Incluso Clara relajó sus estándares y comió con las manos, though limpiándose los dedos con una servilleta húmeda después de cada bocado.

—¿Veis? —dije, con la boca llena—. Esto es la vida. Aire puro, buena comida, mejores amigos. ¿Echáis de menos algo? ¿Las luces de la ciudad? ¿El ruido del tráfico?

—Echo de menos la conexión estable a Internet —murmuró Clara, consultando su phone—. Tengo dos barras. Es una barbaridad.

—Yo echo de menos no tener un mosquito zumbando alrededor de mi oreja —dijo Adrián, intentando ahuyetarlo con la mano—. Parece que se ha enamorado de mí.

—¡Es tu aura calmada! —bromeé—. Atraes a las criaturas necesitadas de serenidad.

Fue entonces cuando llegó el primer trueno. Un retumbo lejano, grave, que pareció vibrar en el pecho. El cielo, que había estado despejado, se tiñó de un gris plomizo en cuestión de minutos.

—Oh —dije, mirando hacia arriba—. Eso no estaba en el pronóstico.

—En el pronóstico decía "posibilidad de lluvia aislada" —corrigió Adrián, ya levantándose y empezando a recoger cosas a toda velocidad—. Esto parece más bien "diluvio universal inminente".

—¡Pero si apenas son gotas! —protesté, justo cuando una gota gorda y fría me golpeó en la frente.

Clara ya estaba en pie, recogiendo la comida como si fuera una operación de comando. —¡Todos dentro!¡Ahora! ¡El cuero del auto no puede mojarse!

El cielo se abrió. No llovía, diluviaba. Una cortina de agua densa y fría cayó sobre nosotros, empapándonos en segundos. Corrimos hacia la cabaña como alma que lleva el diablo, cargando con todo lo que pudimos.

—¡La tienda! —grité, viendo cómo mi "estructura orgánica" se hundía bajo el peso del agua como un flan triste.

—¡Olvida la tienda! —ordenó Clara—. ¡Salva el bacon!

Entre risas nerviosas y resbalones, logramos meternos todos dentro de la cabaña justo cuando el trueno sonó directamente sobre nosotros, haciendo temblar los cristales. Estábamos empapados, jadeantes y… felices. Era una aventura.

—Bueno —dijo Adrián, escurriéndose el agua del pelo—. Esto es… pintoresco.

—¡Es emocionante! —corregí, quitándome la chaqueta mojada—. ¡Una tormenta en la montaña! ¡Podemos contar historias de miedo! ¡Asar marshmallows en la chimenea!

Clara, que estaba secándose meticulosamente con una toalla, me lanzó una mirada. —La única historia de miedo será la de cómo explicaré a mi padre que el interior de su auto huele a perro mojado.

Fue entonces cuando notamos la primera gota. Un sonido claro y distinto: plink. Luego otro. Plink. Miré hacia arriba. Una gota de agua cayó directamente sobre mi nariz.

—Oh, oh —murmuré.

Adrián siguió mi mirada. En el techo de madera, justo sobre la mesa de centro, una mancha oscura se estaba extendiendo. Y de su centro, caía un goteo constante y pertinaz.

—Parece que tenemos una fuga —anunció, con su típica calma under fire.

—¿Una fuga? —preguntó Clara, con horror—. ¿En el techo? ¿Pero no esto es una cabaña nueva?

—Nueva en el catálogo —dijo Adrián, subiéndose ya a una silla para examinar el daño—. Pero este techo tiene unos años. La junta entre dos troncos se ha abierto. No es grave, pero hay que contenerla.

¡Era mi momento! ¡Una crisis! ¡Algo que arreglar! —¡Yo ayudo!—anuncié—. ¿Necesitas algo? ¿Cinta aislante? ¿Un chicle? ¡Tengo de fresa!



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Editado: 16.09.2025

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