Adrián
El sol de la mañana filtrándose por las ventanas de la cabaña nos encontró en un estado de agotamiento feliz. Clara fue la primera en moverse, estirándose en el sofá con un gruñido digno de un oso.
—Mi espalda nunca me perdonará esto —anunció al techo.— Ni a tu amiga la arquitecta y su idea de que un sofá de troncos es un mueble habitable.
Yo ya estaba despierto, habiendo disfrutado de las últimas horas con Adria dormida contra mí, su cabeza en mi hombro y su pierna tirada sobre mis muslos con la confianza absoluta de quien ha compartido mil siestas y ningún secreto. Mi brazo estaba entumecido, pero era un precio que pagaba con gusto.
Adria se despertó con un bostezo que parecía desencajarle la mandíbula, frotándose los ojos como una niña. —¿Ya es de día?—murmuró, sin moverse—. Siento que me atropelló un tren… de mapaches.
—Buenos días, dormilona —dije, sonriendo.— Tu pie declaró una guerra personal contra mis costillas toda la noche.
—Es un pie muy expresivo —respondió ella, sin abrir los ojos .— Se emociona con los sueños. ¿Soñé que era una ardilla? Porque me duele todo.
—Más bien una ardilla en una centrifugadora —terció Clara, levantándose.— Vamos, equipaje de supervivencia. Hay que dejar esta cabaña como la encontramos. O, en nuestro caso, casi como la encontramos.
El proceso de recoger fue, como siempre, un caos dirigido por Adria. Mientras Clara y yo doblábamos mantas y limpiábamos meticulosamente, Adria se dedicó a "recoger recuerdos".
—¡Mirad esta piña! —exclamó, holding up una piña perfectamente normal.— ¡Tiene una forma tan… pineal! ¡Es para mi colección!
—Tu colección de basura del bosque —murmuró Clara, pero con afecto.— ¿Realmente necesitas llevarte… musgo, Adria?
—¡Es musgo de calidad! —protestó Adria, guardando un trozo verde y húmedo en una bolsa ziploc.— ¡Tiene textura! ¡Personalidad! ¡Puede que le ponga nombre!
La observé, riendo, mientras embutía piedras, palos y la corteza con forma de mapache en su mochila, que ya parecía a punto de explotar. —¿Estás segura de que eso va a caber en el auto?—pregunté—. El auto de el papá de Clara. El auto intocable.
—¡Cabrá! —declaró con una confianza absoluta.—Es cuestión de perspectiva y de… apretar mucho.
Clara me lanzó una mirada que no era de exasperación, sino de pura complicidad. Una mirada que decía "¿Ves? Esto es tu vida. Y tú la amas". Era la misma mirada que me había lanzado cientos de veces en los últimos cuatro años. Sonreí y encogí los hombros, en un gesto que respondía "Sí. Lo sé". No hacían falta palabras.
Finalmente, después de dejar la cabaña en un estado que podríamos calificar de "limpiamente desordenada" (y con una propina extra para la señora de la limpieza), cargamos el auto. Clara realizó una inspección minuciosa del vehículo de su padre.
—Parece que sobrevivió —anunció con alivio.— Misión cumplida. Ahora, de vuelta a la civilización. Adria, esa bolsa de… cosas mojadas… va en el maletero, lejos de los asientos de cuero.
El viaje de regreso fue una narración épica de Adria reviviendo cada momento. —¡Y cuándo el techo empezó a gotear!—contaba, emocionada, desde el asiento del copiloto.— ¡Pensé que era el apocalipsis! ¡Pero entonces Adrián, con su lona mágica y sus nudos de boy scout, salvó el día! ¡Eres mi héroe, Adrián-ánimo!
—Solo era una lona —dije desde el asiento trasero, riendo.— Y recuerda que me resbalé y casi me doy con la llave en un… lugar estratégico.
—¡Pero no lo hiciste! ¡Y los pancakes! —se volvió hacia Clara.—¿Viste? ¡Eran esponjosos! ¡Como nubes comestibles! ¡Deberías venderlos, Adrián! ¡Pancakes contra el apocalipsis!
Clara esbozó una sonrisa y me miró por el retrovisor. Su expresión decía "Te lo juro, si no te declaras pronto, yo misma lo haré por ti". Yo respondí con una leve sacudida de cabeza y una sonrisa resignada. "Tranquila".
Dejamos a Adria frente a su edificio. Bajé su mochila del maletero. Pesaba una tonelada. —¿Trajiste medio bosque?—pregunté, haciéndome el afectado.
—¡Solo lo esencial! —dijo, abrazando la mochila—..Ahora voy a subir a hibernar. Creo que dormiré una semana. Adiós, mundo cruel.
—¿Necesitas que te lleve algo más tarde? —pregunté, como era habitual.—Comida, provisiones… algo que no sean piñas.
Ella negó con la cabeza, sonriendo. —No,para nada. Tengo… cosas.Sobrevivi a la selva, puedo sobrevivir a mi refrigerador.
—Insisto —dije, con suavidad pero firmeza.—Sé que tu nevera contiene un bote de pepinillos caducado y maybe un limón seco. Pasaré con algo a las ocho. No es negociable.
Ella puso los ojos en blanco, pero vi la comisura de sus labios curvarse hacia arriba. —Vale,vale. Pero nada de pancakes. Necesito comida salada para recuperar sales minerales… o algo así.
—Trato hecho —asentí.
—¡Que te vaya bien, Adria! —dijo Clara desde el auto.—¡Intenta no provocar incendios menores antes de que llegue el servicio de catering!
Adria le hizo una mueca y luego se volvió hacia mí. Su sonrisa se suavizó. —Gracias,Adrián. En serio. Fue… increíble.
—Siempre es una aventura contigo —respondí, y el doble sentido solo lo captaron Clara y yo.
La vimos entrar, cargando su mochila de tesoros forestales. Cuando el auto arrancó, un silencio cómodo se instaló. Clara encendió la radio, una melodía suave llenó el espacio.
No hizo falta que Clara dijera nada. Nos miramos por el espejo retrovisor y fue suficiente. Su sonrisa era un poco triste, un poco exasperada, pero sobre todo, era de una comprensión profunda. Ella lo sabía. Yo sabía que ella lo sabía. Y ambos sabíamos que no había nada que hacer más que seguirle el juego al universo, esperando que Adria, en algún momento, decidiera abrir los ojos.
—Bueno —dijo Clara al fin, con un suspiro que sonó más a cariño que a cansancio.—Otro fin de semana con las locuras de Adria. ¿Vas a llevarle pizza o algo más nutritivo?