Setenta y Tres Intentos

Capítulo 26: La Ofrenda del Restaurador

Adria

El mediodía encontró la oficina sumida en su bullicio habitual. El zumbido de las impresoras, el tecleo constante y el murmullo de las conversaciones formaban la banda sonora de mi vida profesional. Pero hoy, esa sinfonía tenía un bajo continuo nuevo: el latido acelerado de mi propio corazón, esperando.

Clara apareció en mi oficina con su traje de chaqueta impecable y una sonrisa pícara. Su imagen impecable contrastaba con mi desorden creativo.
—¡Hola, arquitecta! —canturreó, dejándose caer en la silla frente a mi escritorio— Vine por el centro y pensé en pasar a molestarte. ¿Cómo te va con el restaurador?

No pude contener la sonrisa que se extendió por mi rostro. Hacía exactamente una semana desde que Adrián y yo habíamos comenzado oficialmente nuestra relación, y cada día me sentía más segura de lo que sentía.

—Increíble —confesé, cerrando mi laptop.—Me tiene completamente enamorada, Clara. Es tan... cariñoso. Atento. Parece que después de todos esos años de reprimir sus sentimientos, ahora no puede evitar demostrármelos constantemente.

Clara sonrió con genuina felicidad.

—Me alegra mucho oír eso.Realmente se merecía una oportunidad después de todo ese tiempo esperando. Y tú también —agregó con un guiño.

—¿Y tú? —pregunté, cambiando de tema.— ¿Cómo te va en el bufete?

—Pues... —su sonrisa se volvió un poco tímida.— Resulta que el nuevo asociado, Javier, no es tan insufrible como pensaba. De hecho, salimos a tomar algo el martes pasado.

—¡Clara! ¡Eso es maravilloso! —exclamé, genuinamente emocionada por ella.

Estábamos inmersas en los detalles de su primera cita cuando oí unos golpes suaves en el marco de la puerta abierta de mi estudio. Al levantar la vista, el corazón me dio un vuelco. Adrián estaba allí, con su sonrisa fácil y una bolsa de tela en la mano.Mi espalda se enderezó de inmediato, como si un hilo invisible me tirara de la nuca.

—Hola, preciosa —dijo, y su voz era cálida como el sol de mediodía.—Hola, Clara. Espero no interrumpir.

—¡Adrián! —Clara se giró en su silla, con una sonrisa amplia—¡Qué sorpresa!

Cruzó la habitación y dejó un beso suave en mis labios, haciendo que las mejillas me ardieran aún más. Luego colocó la bolsa sobre mi escritorio.

—Para almorzar traje esos rollitos de primavera que te gustan del lugar cerca de mi taller, dos tés helados, tarta de queso que se que te encanta y un batido de chocolate con fresa.

Clara miró la escena con evidente diversión.
—Dios, es aún más dulce de lo que describiste, Adria.

Adrián le lanzó una mirada curiosamente tímida, algo que rara vez veía en él.
—Solo trato de compensar el tiempo perdido—dijo, encogiéndose de hombros, pero su sonrisa era feliz.

—Bueno, yo me despido —anunció Clara, levantándose.— No quiero ser la abogada que arruina una cita tan adorable. Adria, hablamos luego. Adrián, un placer verte feliz amigo te lo mereces. Sigue tratándola así.

—No tengo intención de hacerlo de otra manera —respondió él con sinceridad.

Cuando Clara se hubo ido, Adrián desempacó la comida y arrimó otra silla a mi escritorio.

—¿Estás segura de que no quieres ir a otro lugar? —preguntó, pasándome un contenedor de comida.— Puedo llevarte a otro lugar si quieres.

—No —dije inmediatamente, tomando su mano sobre el escritorio.—Me encanta que estés aquí conmigo. Aunque ahora Daniela no va a dejar de bromear sobre esto en todo el día.

—¿Ah, sí? —preguntó, acercándose un poco.— ¿Y qué tipo de bromas?

—Del tipo '¿tu novio te trae el almuerzo a la oficina? ¿Qué eres, una princesa?' —dije, imitando la voz de mi socia.

Adrián rió, una carcajada baja y genuina.
—Puede llamarte princesa si quiere.Yo solo soy el tipo con suerte que puede traerle el almuerzo.

Mientras comíamos, rodeados de planos y muestras de materiales, me sentí abrumada por una felicidad simple y profunda. Esto era nuevo. Esto era él, integrando su vida en la mía de la manera más natural, convirtiendo un día laboral ordinario en algo especial.

—¿Sabes? —dijo él, como si leyera mis pensamientos.— Soñé con esto. Poder venir a verte en un día normal, sin tener que inventar una excusa.

—Bueno, ya no necesitas excusas —susurré, apretándole la mano.— Tu sola presencia es razón suficiente.

Su sonrisa en ese momento, llena de amor y un poco de incredulidad, fue el mejor postre que podría haber pedido. Mi restaurador, mi amor, había convertido mi oficina en el lugar más romántico de la ciudad, solo por aparecer con rollitos de primavera y todo su corazón.

—Te tengo algo.

Del bolso saco un un pequeño caballo.Solo el sabía como me gustaban esos animales.

—Lo terminé hace poco.

Era una pieza pequeña, hermosa, con la madera pulida hasta sacarle brillo. Un objeto creado con sus manos, como estaba intentando crear esta nueva relación.

—Es precioso —susurré, tocando la suave superficie.

—No tanto como la arquitecta —respondió él, su voz baja. Luego, apoyó las manos en el borde de mi mesa e inclinó el cuerpo hacia adelante, reduciendo la distancia entre nosotros a un suspiro— ¿Has tenido una mañana productiva? ¿O ha estado tu mente… en otra parte?

—En otra parte —admití, con una honestidad que me sorprendió.—Ha sido imposible concentrarse.Alguien me tiene la cabeza en otro sitio.

—Bien —una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro.—Ese era el objetivo.

Se enderezó, mirando los planos desplegados en mi mesa.

—¿El proyecto de la sierra?

—Sí. El comedor. Sigo atascada.

Él estudió el plano un momento, sus ojos de restaurador analizando las líneas que a mí, la arquitecta, se me resistían.
—La luz—dijo al fin, señalando la ventana que yo había dibujado—. Estás pensando en la luz del mediodía, directa. Pero ahí, en la montaña, la luz valiosa es la de la tarde, la dorada. Si rotas la disposición ligeramente, hacia aquí… —trazó un ángulo imaginario con el dedo—, el paisaje se volverá parte de la habitación.




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