Setenta y Tres Intentos

Capítulo 28: La sorpresa en la Oscuridad

Adria

Una semana después

El día había sido normal, casi decepcionantemente rutinario. Reuniones, correos, el eterno forcejeo con los planos del comedor de la casa de la sierra. Ni siquiera había visto a Adrián. Solo un mensaje suyo a media tarde: "Nos vemos en tu casa a las 8, ¿vale? Tengo una sorpresa." Lo había leído con una sonrisa, imaginando quizás una botella de vino o un postre especial. Nada que me preparara para lo que encontraría.

Llegué a mi apartamento cansada, con la espalda dolorida por horas encorvada sobre la mesa de dibujo. El rellano estaba a oscuras, como siempre. Bostecé, metí la llave en la cerradura y empujé la puerta.

La oscuridad dentro era absoluta.
—¿Adrián?—llamé, confundida, buscando el interruptor de la luz.

Antes de que mis dedos lo encontraran, un chasquido suave. Y entonces, la luz.

No la luz fría del techo, sino un cálido resplandor dorado. Cientos de velas, pequeñas y parpadeantes, cubrían cada superficie disponible: la mesa de centro, las repisas, el borde de la ventana. El aire estaba denso con el dulce aroma de la cera caliente y las rosas.

Y rosas… había rosas por todas partes. Pétalos carmesí formaban un camino desde la entrada hasta el centro del salón, donde se acumulaban en un corazón perfecto y sangrante. En medio del corazón, un ramo de rosas —mis flores— esperaba junto a una caja de bombones y una botella de mi vino favorito.

Me quedé paralizada en el umbral, la mochila colgando de mi hombro, la boca ligeramente abierta. La mente se me quedó en blanco, incapaz de procesar la escena.

—¿Te gusta? —una voz suave, llena de nerviosismo, surgió de la penumbra junto a la cocina.

Adrián estaba allí, apoyado contra el marco de la puerta. Llevaba una camisa blanca que hacía resaltar el color de sus ojos, y en sus manos sostenía una bandeja con dos copas de vino. Su sonrisa era tímida, esperanzada, y sus ojos no se apartaban de mi rostro, buscando mi reacción.

—¿Qué… qué es todo esto? —logré balbucear, dejando caer la mochila al suelo con un golpe sordo.
Él sonrió, una sonrisa tímida que no encajaba con la grandiosidad del gesto.
Las lágrimas acudieron a mis ojos de inmediato, calientes e incontrolables. No era solo la belleza abrumadora del gesto, sino el peso de su significado. Esto no era algo improvisado. Esto llevaba días, quizás horas de planificación secreta, de comprar flores, de encender velas, de crear esta magia en mi espacio, en mi mundo normal y gris, sin que yo sospechara nada.

—Hiciste todo esto… por mí? —susurré, mi voz quebrada por la emoción.

Él asintió, colocando la bandeja en la mesa y tomando mis manos entre las suyas.
—Por ti.Siempre por ti, Adria. Solo por ti.
— Y solo es el principio —se acercó. Tomó mi mano y me guió suavemente hacia el centro del corazón de pétalos. Su mirada era tan intensa que sentí que podía verme el alma— Cuatro años, Adria. Llevo cuatro años imaginando este momento. Planeando en mi cabeza todas las cosas que haría por ti si algún día… si algún día me mirabas como yo te miro a ti.

Las lágrimas comenzaron a nublarme la vista. Todo era demasiado hermoso, demasiado abrumador. Este hombre, mi mejor amigo, había estado alimentando este amor silencioso, construyendo este castillo de devoción mientras yo vivía felizmente ajena a sus cimientos.

—Es la cosa más increíble que nadie ha hecho por mí —logré decir, con la voz quebrada por la emoción.

Él sonrió, una sonrisa tímida que no encajaba con la grandiosidad del gesto.
—Esto no es nada—murmuró.— Comparado con lo que siento por ti, esto no es nada.

Y entonces, sin poder contenerme, con el corazón a punto de estallar de una felicidad tan grande que casi dolía, las palabras que nunca había dicho, que ni siquiera había permitido que tomaran forma en mi mente, brotaron de mis labios.

—Te amo, Adrián.

El silencio que siguió fue absoluto. La sonrisa se desvaneció de su rostro, reemplazada por una incredulidad total. Sus ojos, fijos en los míos, comenzaron a brillar con una película de lágrimas. Una, y luego otra, escaparon y se deslizaron por sus mejillas, dejando un rastro húmedo a la luz de las velas.

—¿En… en serio? —su voz era un hilo quebrado, cargado de una esperanza tan frágil que daba miedo.—¿Me amas, mi amor?

Asentí, incapaz de hablar, mis propias lágrimas fluyendo libremente ahora.

Él dejó escapar un sollozo, una mezcla de risa y llanto, y me atrajo hacia su pecho, enterrando su rostro en mi cuello. Sentí el calor de sus lágrimas en mi piel.

—Yo te amo más —susurró contra mi pelo, su voz temblorosa pero firme.— Dios, Adria, no tienes idea de cuánto. Eres mi sueño. Mi todo.

Nos abrazamos en medio del corazón de pétalos, rodeados de la luz tenue de las velas. Su cuerpo temblaba contra el mío, y por primera vez entendí el verdadero peso de su amor. No era solo el presente, sino todos esos años acumulados de silencio y espera.

—Cuéntame —susurré, acariciando su espalda.—Cuéntame sobre esos cuatro años.

Él se separó lo justo para mirarme, sus ojos brillantes aún con lágrimas.
—Cada día era un"qué pasaría si" —confesó.—Qué pasaría si te traía flores sin motivo. Qué pasaría si te decía lo que realmente sentía cuando llorabas por otro hombre. Guardé cada sonrisa tuya, cada gesto, como si fueran piezas de un tesoro que solo yo conocía.

—Y nunca te rendiste —musité, sintiendo una admiración abrumadora por la fuerza de este hombre.

—Cómo iba a hacerlo —respondió, secándome las lágrimas con sus pulgares.— Eres el latido de mi corazón, Adria. Rendirme habría significado dejar de respirar.

Me llevó hacia el sofá, donde la cena nos esperaba entre las velas. Mientras comíamos, entre risas y más confesiones, pude verlo con nuevos ojos. Cada gesto, cada mirada, estaba cargado de un significado más profundo. El amor que siempre había estado allí, pero que ahora brillaba con toda su intensidad.




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