Severýn Nalyvaiko

1.2 Los primeros pasos hacia la liberación

En el pueblo se respiraba un ánimo inquieto, como si el viento llevara por sus calles el retumbo lejano de un trueno antes de la tormenta. Las sombras de las casas se superponían unas sobre otras, creando en la cabeza de Nalyvayko una sensación de pensamientos oscuros mientras él permanecía en medio de los vecinos, escuchando sus quejas contra los señores.

Esa misma mañana oyó que los recaudadores habían vuelto a llegar a casa del vecino y se habían llevado el último buey. El viejo Iván estaba sentado en el umbral y lloraba, y su esposa gemía desgarrándose la camisa. Nalyvayko sintió que algo caliente y pesado le subía a la garganta. No era solo ira, sino una comprensión honda de que ya no se podía esperar más.

Reunió a unos pocos de sus amigos más cercanos en su humilde casa. La luz de la lámpara arrojaba sombras cambiantes sobre sus rostros, en los que se leían tanto el miedo como la determinación.

—No podemos soportarlo más —dijo Nalyvayko—, su voz era baja pero tan firme como el hierro. Nos quitan lo último y luego tomarán también la vida. ¿No somos personas? ¿No tenemos derecho a una existencia digna?

Uno de los cosacos, Marko, el mayor entre ellos, negó con tristeza la cabeza. —¿Qué podemos hacer contra el ejército del rey? No tenemos armas, ni apoyo. Es un suicidio.

Pero otros ya empezaban a respaldar a Nalyvayko. —Podemos encontrar armas —dijo el joven Okhrim con los ojos encendidos—. Podemos unir las aldeas vecinas. Todos sufren el mismo mal.

Nalyvayko escuchó y sintió cómo su resolución crecía con cada palabra. Comprendía el temor de Marko, pero también veía la llama de la esperanza en los ojos de los demás. Era el primer paso, pequeño pero decisivo. Empezaron a trazar planes: cómo reunir gente en secreto, dónde buscar apoyo, cómo evitar las miradas atentas de los señores.

El mundo exterior, sin embargo, no aguardó. A los pocos días llegó al pueblo una patrulla de soldados reales. Buscaban a quien había difundido ideas de desobediencia. Nalyvayko sintió un terror frío, pero no retrocedió. Salió al frente; su porte era sereno, pero sus ojos ardían.

—¿Qué quieren? —preguntó, plantándose ante el oficial.

El oficial, alto, de mirada helada, lo examinó con desprecio. —He oído que aquí ha nacido un rebelde. Entréguenlo y el pueblo evitará el castigo.

El corazón de Nalyvayko latió con más fuerza. Sabía que aquello podía significar el fin de todo lo que habían comenzado. Pero también sabía que no podía traicionar a los suyos.

—No hay aquí ningún rebelde —respondió con firmeza—. Somos gente pacífica que solo quiere trabajar y vivir en paz.

El oficial sonrió, pero en sus ojos no había otra cosa que amenaza. —No te creas listo, muchacho. Lo encontraremos con ayuda o sin ella. Y entonces este pueblo arderá.

Se marcharon, dejando tras de sí un silencio pesado. Nalyvayko apretó los puños. Era el primer choque directo con el poder, y le mostró la crueldad e injusticia del sistema. Comprendió que la blandura y la espera no servirían. Hacían falta actos decididos.

Aquella noche no pudo conciliar el sueño. Pensó en los rostros de los soldados, en el miedo en los ojos de sus vecinos, en las palabras de Marko. Sabía que el camino que habían elegido estaría lleno de peligros y sacrificios. Pero también sabía que no había otro camino. La libertad no se regala. Hay que pelear por ella.

Salió al exterior y miró las estrellas. Le parecieron tan lejanas y frías, pero en su luz había una esperanza. Sintió cómo su voluntad se templaba, como el acero en la llama. Los primeros pasos ya se habían dado. Ahora tocaba seguir adelante, pese a todo.

Sabía que vendrían batallas, pérdidas y dolor. Pero también sabía que solo así podrían recuperar lo que por derecho les pertenecía. Y ese pensamiento le dio fuerzas para continuar.



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En el texto hay: ukraine, cossacs

Editado: 15.10.2025

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