Severýn Nalyvaiko

2.2 La estrategia de la libertad: propósito y planes

En el campamento reinaba un silencio inquietante, roto solo por el crepitar del fuego y los pensamientos pesados de sus hombres. El viento, que venía de la estepa, traía consigo el sabor del humo de aldeas lejanas y la fría determinación de las batallas por venir. La hoguera, encendida en el centro del círculo, arrojaba sombras temblorosas sobre los rostros de los cosacos, dibujando en ellos sus propios miedos, dudas y esperanzas. Fue allí, en medio de ese silencio tenso, donde nació la estrategia que habría de cambiar el destino de todo un pueblo.

Nalyvaiko estaba de pie ante ellos: igual entre iguales, pero más alto por la fuerza de su espíritu. Su mirada era firme, su voz —serena y profunda— sonaba como el eco de un río subterráneo. En cada movimiento, en cada palabra, se sentía la seguridad de quien no solo guía, sino que comprende hacia dónde conduce.

—Tenemos un plan claro —dijo—. Nuestro objetivo no es solo liberar las tierras, sino restaurar la dignidad de nuestro pueblo. Cada batalla, cada victoria, debe acercarnos a esa meta. No podemos permitirnos el lujo del miedo ni de la duda, porque el enemigo no duerme.

Explicó con detalle las maniobras militares, cómo actuarían en territorio moldavo, donde el apoyo de la población local podía ser decisivo. También habló de diplomacia, porque sabía que, a veces, las palabras son más poderosas que las espadas. Habló de alianzas, de negociaciones, de la necesidad de usar la razón junto al valor.

Pero no todos lo escuchaban sin reservas. Algunos cosacos bajaban la mirada, otros apretaban las empuñaduras de sus sables. En sus corazones ardía el temor —no por ellos, sino por sus familias, por los que podrían perder si fracasaban—. Entre ellos se alzó Marko, el viejo que desde el principio había dudado de la rebelión.

—Atamán —dijo con voz grave—, ¿y si este camino nos lleva al abismo? Si Moldavia no nos apoya y los polacos cierran sus filas, lo perderemos todo: hombres, tierras, esperanza...

Nalyvaiko miró el fuego en silencio. Su rostro, iluminado por las llamas, parecía hecho del mismo fuego que lo consumía por dentro.

—Ya lo hemos perdido todo —respondió al fin, con calma—. Solo nos queda ganar la libertad o morir libres. No podemos dejar que el miedo nos guíe. Solo la fe y el propósito común. Porque no teme a la muerte quien lucha por la verdad.

Sus palabras cayeron en los corazones como chispas sobre la hierba seca. Cada respiración, cada mirada encendía en el campamento el sentimiento de unidad. Su causa era más grande que la vida de cualquiera de ellos. Incluso los que dudaban empezaron a sentir cómo la luz de la determinación disipaba las sombras del miedo.

Cuando el consejo terminó, el fuego del centro ya se había apagado, dejando solo cenizas tibias. Pero en esas cenizas ardía algo más: la esperanza recién nacida.
Nalyvaiko se levantó, miró a sus camaradas y dijo:

—Que se apague el fuego de esta noche, pero que no se apague el fuego en nuestros corazones. Porque es nuestra luz en la oscuridad de la esclavitud.

Y el silencio de la estepa recibió aquellas palabras como un juramento que habría de guiar a su gente hacia la libertad.



#1214 en Otros
#218 en Novela histórica

En el texto hay: ukraine, cossacs

Editado: 15.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.