Severýn Nalyvaiko

6.1 Elección entre libertad y traición

En el majestuoso espacio del palacio real, las frías paredes apretaban a Nalyvaiko entre sus brazos, como tratando de alejarlo del mundo. Una antorcha solitaria proyectaba sombras temblorosas sobre los adornos dorados del techo, como si las sombras mismas intentaran disipar el peso del silencio que se cernía entre el líder cosaco y el rey. El aire estaba tan denso de palabras no dichas que cada respiración resonaba en sus oídos como una acusación individual.

Nalyvaiko permanecía inmóvil, sintiendo el peso de cada uno de sus movimientos. Su armadura de cuero, impregnada con el olor del humo y de los caminos lejanos, de repente parecía innecesaria en este reino de sedas y oro. Su mano derecha apretaba involuntariamente la empuñadura de la espada, buscando en su fría acero una respuesta a la pregunta que desgarraba su alma en pedazos: ¿cómo preservar la libertad de su pueblo sin traicionarse a sí mismo?

El rey lo observaba con calma inquebrantable, como leyendo sus pensamientos en un rostro arrugado por la lucha interna. Cada pliegue de sus ropas carmesí parecía un símbolo del poder que había envuelto todo el país. En la mano del monarca descansaba un pergamino con condiciones que podían convertirse en salvación o en el último golpe para la causa cosaca.

Nalyvaiko desvió la mirada hacia la ventana, donde la noche abrazaba las murallas de la ciudad con sus oscuras manos. Recordó los rostros de sus camaradas que permanecían en el campamento. La fe en los ojos de los viejos cosacos, la esperanza en la mirada de los jóvenes que tomaban por primera vez las armas. Todos esperaban su decisión, infundiéndole una responsabilidad más pesada que todas las coronas reales juntas.

¿Pero a qué precio? Aceptar las condiciones del rey significaba renunciar a parte de sus ideales, ceder principios a cambio de la posibilidad de seguir viviendo. Era una línea delgada entre la sabiduría de un gobernante y la traición de un luchador. Cada concesión se sentía como un puñal en la espalda de quienes ya habían caído en las batallas por la libertad.

Una voz interna le susurraba precaución, recordándole que los héroes muertos no le sirven a nadie, que a veces hay que doblarse para no quebrarse. Pero otra voz, más fuerte y decidida, le recordaba las promesas hechas bajo el cielo estrellado, los juramentos pronunciados junto a las hogueras de combate.

Volvió a mirar al rey y vio en sus ojos no solo poder, sino también comprensión de este dilema. El monarca sabía el juego que estaba jugando al ofrecer esta elección. No era solo un acuerdo, sino una prueba de carácter, una comprobación de si el líder cosaco podía ser no solo guerrero, sino también diplomático.

Nalyvaiko sintió cómo la ansiedad apretaba su corazón con dedos fríos. Imaginaba regresar al campamento con un acuerdo que no otorgaba libertad completa, sino solo independencia parcial. ¿Lo entenderían sus camaradas? ¿Lo llamarían un gobernante sabio o un cobarde traidor?

Esta elección le recordaba un río oscuro y desconocido en la noche, donde cada paso podía conducir al rescate o al abismo. Se encontraba en su orilla, sintiendo el peso de una decisión que cambiaría no solo su destino, sino también el de miles de personas que le confiaron sus vidas y esperanzas.

Finalmente, el rey rompió el silencio; su voz sonó tranquila, pero con un matiz de impaciencia. Esperaba una respuesta, y Nalyvaiko comprendió que el tiempo de las dudas estaba llegando a su fin. Ahora debía elegir un camino que determinaría no solo su propio destino, sino también el futuro de todo el pueblo cosaco.



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En el texto hay: ukraine, cossacs

Editado: 15.10.2025

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