Severýn Nalyvaiko

11.1 Traición entre los propios: consecuencias devastadoras

El viejo bosque era testigo de aquella tragedia; sus árboles parecían inclinar sus ramas en señal de duelo, como si la propia naturaleza llorara lo ocurrido en el campamento cosaco. El viento susurraba entre los robles, y esos sonidos eran semejantes a los conjuros de antiguos antepasados que advertían sobre la desgracia. Nalyvaiko se encontraba en la colina, con la mirada fija en los fogones dispersos, que alguna vez simbolizaron unidad y fraternidad. Ahora recordaban brasas dispersas tras un incendio, cada una capaz de encender un nuevo conflicto. Su corazón, templado en batallas, sentía un dolor profundo hasta entonces desconocido. La traición no venía de un enemigo evidente, sino del círculo más cercano, de aquellos en quienes confiaba su vida y su causa.

Todo comenzó con pequeños malentendidos, que al principio parecían solo consecuencia del cansancio tras arduas campañas. Pero luego aparecieron los primeros signos: armas desaparecidas, cartas interceptadas, cambios repentinos en el ánimo de algunos cosacos. Nalyvaiko al principio lo tomó como casualidad, pero su mente experimentada sospechaba que había algo más. Intentó hablar con sus camaradas, buscar apoyo, pero cada intento se encontraba con un muro de silencio o excusas.

Una tarde, cuando el sol se ocultaba en el horizonte dejando en el cielo solo franjas rojo sangre, se acercó a Nalyvaiko un joven cosaco llamado Okrim. Su rostro estaba pálido y sus ojos esquivos. Contó lo que había oído: rumores entre algunos ancianos sobre reuniones secretas con representantes de la corte real. Al principio Nalyvaiko no quería creerlo, pero luego recordó miradas extrañas, ausencias inexplicables en las reuniones y la repentina riqueza de aquellos que siempre se quejaban de pobreza.

La investigación reveló un panorama aterrador: varios cosacos influyentes, que él consideraba amigos, mantenían negociaciones secretas con los polacos, prometiendo entregar los planes de la rebelión a cambio de su seguridad y recompensa personal. Esa traición era como un cuchillo en la espalda, que no solo hería, sino que envenenaba la propia idea de la lucha. La pérdida de confianza se convirtió en la herida más profunda, más dolorosa que cualquier daño físico. Nalyvaiko sentía cómo se desmoronaba aquello sobre lo que descansaba toda su fuerza: la unidad.

Al día siguiente, el campamento estaba envuelto en un silencio tenso. Los cosacos evitaban encontrarse con la mirada; cada uno sospechaba del otro. Nalyvaiko convocó al consejo, donde, con amargura, relató la traición descubierta. Sus palabras provocaron no solo sorpresa, sino también ira, dudas y miedo. Algunos exigían castigo inmediato, otros pedían cautela, temiendo un cisma aún mayor. La atmósfera se parecía al aire antes de la tormenta, cuando cualquier instante podía desatar el caos.

Nalyvaiko comprendía que ahora la lucha no era solo contra el enemigo externo, sino también contra los demonios internos de la duda y el miedo. La pérdida de lealtad golpeó la esencia misma del espíritu cosaco, y restaurar la confianza sería mucho más difícil que cualquier batalla. Miraba los rostros de sus camaradas, buscando en ellos respuestas a preguntas que también lo atormentaban. ¿Se podía volver a confiar en alguien? ¿No se había convertido él mismo en víctima de su propia ingenuidad? Estos pensamientos giraban en su mente como nubes oscuras, que prometían solo más tormenta.



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En el texto hay: ukraine, cossacs

Editado: 15.10.2025

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