Severýn Nalyvaiko

14.3 Pérdida y victoria: un precio doble

El cielo vespertino sobre el campo de batalla parecía cobre fundido mezclado con sangre, como si la misma naturaleza compartiera el dolor que se había pagado por la victoria. El aire, antes lleno de ímpetu bélico y gritos, ahora pesaba con un silencio opresivo que recordaba a quienes ya nunca podrían romperlo. Nalyvaiko permanecía entre las ruinas; su figura, normalmente firme, hoy parecía cansada, agobiada por el peso de lo conquistado.

Su mirada recorría el campo, donde yacían los cuerpos de los cosacos, sus camaradas, sus amigos. Cada rostro, cada recuerdo de risas y charlas compartidas, ahora era solo parte de un pasado doloroso. Esta victoria, que habían esperado tanto tiempo, se sentía como una piedra sobre el corazón. Habían defendido la tierra, repelido al enemigo, pero a qué precio. El costo no se medía con banderas capturadas o territorios reconquistados, sino con los huecos en las filas, con la silenciosa pena en los ojos de los sobrevivientes.

Pasó junto a un joven cosaco, a quien recordaba como un muchacho que pedía con entusiasmo unirse a la expedición. Ahora su rostro mostraba calma; la última expresión de valentía estaba congelada en él. Nalyvaiko sintió un dolor agudo en el pecho, un sentimiento de culpa que lo corroía desde dentro. ¿Podría haber hecho algo distinto? ¿Podría haber salvado más vidas? Las preguntas quedaban sin respuesta, dejando solo reflexiones amargas.

Se acercó un cosaco viejo, su rostro arrugado por los años y las batallas, y sus ojos brillaban con una sabia tristeza. Silenciosamente puso su mano sobre el hombro del líder, y en ese gesto había más comprensión que en cualquier palabra. Estuvieron juntos, compartiendo la carga de esta amarga victoria. El viejo comenzó a hablar con voz baja y ronca, recordando momentos similares del pasado, diciendo que la libertad siempre exige sacrificios, pero que la memoria de estos héroes convierte la victoria en algo verdadero.

Nalyvaiko escuchaba, y poco a poco su propio dolor se entrelazó con un sentimiento de responsabilidad. Comprendió que su deber ahora era doble. No solo guiar a los vivos hacia nuevas victorias, sino también llevar consigo la memoria de los caídos, ser la voz de quienes ya no estaban. Este pensamiento lo llenó no solo de tristeza, sino de una renovada determinación. Las pérdidas no eran en vano; se convertían en el fundamento de la libertad futura, sangriento pero firme.

Se acercó al grupo de cosacos reunidos alrededor del fuego. Sus rostros eran sombríos, algunos con lágrimas en los ojos. Nalyvaiko comenzó a hablar. Su voz, al principio baja, fue ganando fuerza, cargándose de dolor, orgullo y esperanza a la vez.

Hablaba de ellos, mencionaba nombres y recordaba los actos de quienes ya no podrían hacer nada más porque ya no estaban entre los vivos.

Sus palabras no borraron el dolor, pero lo transformaron; la desesperación gradualmente se convirtió en determinación, y la tristeza en fuerza. Los cosacos empezaron a levantar la mirada; en sus ojos surgió un fuego, no de ira, sino de valentía nacida de la profunda comprensión del valor de aquello por lo que habían luchado.

Nalyvaiko los miraba, a estas personas dispuestas a seguirlo, y sentía no solo el peso de la responsabilidad, sino también una profunda gratitud. Sabía que adelante los esperaban aún muchos desafíos, nuevas batallas, posibles traiciones y caminos desconocidos.

Pero ahora comprendía que la verdadera victoria no residía solo en recuperar la tierra, sino en preservar el espíritu, en mantener viva la memoria de las pérdidas, que se convertían en un tesoro para las generaciones futuras. Esa noche de duelo y reflexión terminó, pero dejó tras de sí no destrucción, sino una renovada y más fuerte determinación de avanzar, llevando consigo el doble precio de las pérdidas y la victoria.



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En el texto hay: ukraine, cossacs

Editado: 15.10.2025

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