Emma y Daniel, de cuarenta y nueve y cincuenta y tres años respectivamente, están sentados en el amplio y luminoso salón de su precioso piso en Madrid. El sol entra por la amplia ventana, bañando la habitación con una luz dorada. Es un lugar cómodo, lleno de pequeños detalles que reflejan su sofisticado gusto: estantes repletos de libros de arte, una lámpara de diseño modernista que cuelga del techo y, en un rincón, un antiguo gramófono que Daniel ha restaurado personalmente. Pero lo más destacado es una gran pared cubierta con un intrincado mosaico de azulejos que Emma trajo de un viaje a Marruecos. Este es el hogar que han construido juntos, un hogar sin niños, pero lleno de encanto.
Emma es una destacada sexóloga con su propio gabinete en el centro de Madrid. Es una persona que ama su trabajo. Ayuda a las personas con problemas a mejorar su vida íntima, y también está muy orgullosa de ser una defensora activa de los derechos sexuales y de género. Cada día, pone su alma en acompañar a sus clientes para que superen sus miedos e inseguridades.
Por otro lado, Daniel es un ingeniero respetado que trabaja en una importante multinacional. Se enorgullece de su trabajo, que requiere precisión, atención al detalle y creatividad. Los desafíos diarios y la necesidad constante de innovación son el combustible que le impulsa.
A pesar de las diferencias en sus profesiones, Emma y Daniel comparten una comprensión y una buena conexión. Complementan sus personalidades, y cada uno admira en el otro su dedicación y pasión por su trabajo. A primera vista, parecen tenerlo todo: carreras exitosas, un hogar hermoso y una relación amorosa. Sin embargo, como todas las parejas, también tienen sus problemas y secretos que se desvelarán con el tiempo. Pero por ahora, disfrutan de una tarde tranquila en su salón.
Emma y Daniel no tienen hijos, no quisieron en su momento, pero años después Emma sintió que quería ser madre, fue como una de esas llamadas vocacionales que te inducen a romper con todo. Y no pudo ser, tuvo un aborto múltiple y a partir de ese momento repetidas veces intentó engendrar un hijo sin conseguirlo. Al final, después de sufrir una depresión, Emma decidió claudicar y decirse a sí misma que aquello no tenía ninguna relevancia en su vida, aunque sabía que se engañaba.
Mientras el sol comienza a esconderse detrás de los edificios y el cielo se pinta de naranja y violeta, Daniel sabe que ha llegado el momento de compartir la noticia. Toma las manos de Emma y respira hondo. Ella lo mira con una mezcla de sorpresa y preocupación, consciente de que algo importante le quiere decir su marido.
—Emma –comienza, su voz llena de emoción contenida–. He sido seleccionado para supervisar un proyecto importante en Monterrey, México. Es una oportunidad increíble para mi carrera, pero… –Hace una pausa, buscando en los ojos de Emma cualquier señal de desaprobación.
—Pero ¿qué, Daniel? –pregunta ella, apretando suavemente sus manos.
—El proyecto durará un año –contesta–. Pero no te preocupes, no estaré allí todo el tiempo. La mayor parte de la supervisión será por videollamadas. Solo tendré que ir esporádicamente.
Emma permanece en silencio un momento. Hay una chispa de tristeza en sus ojos, pero también una fuerte determinación. Sabe que no puede, ni quiere, frenar el progreso de Daniel. Además, siempre han apoyado mutuamente sus respectivas carreras, incluso cuando pudiera significar sacrificios personales.
—Daniel –responde finalmente–. Sé cuánto significa esto para ti. No te voy a mentir, la idea de que estés lejos, aunque sea esporádicamente, me duele. Pero nunca te pediría que renunciaras a algo tan importante.
La tensión en los hombros de Daniel se disipa al escuchar las palabras de Emma. Sabe que tiene suerte de tenerla a su lado.
—Te prometo que haré todo lo posible para que no te afecte mi ausencia, Emma –dice Daniel, agradecido por su comprensión. Emma asiente, sonriendo. Saben que esta nueva etapa será un desafío, pero lo afrontarán juntos, como siempre lo han hecho.
Después de la cena, deciden ir a dormir temprano, ambos necesitan descansar. Sin embargo, a medida que se acomodan en la cama, Daniel se vuelve hacia Emma con una mirada llena de deseo. Hay una necesidad en sus ojos. Emma lo siente. Está cansada, pero su amor por Daniel la hace reconsiderar su inicial reticencia. Es consciente de lo importante de este momento para ambos. Así que, a pesar de su cansancio, se deja llevar por los brazos de Daniel, dejando que la familiaridad de su contacto la tranquilice y su pasión despierte. Quedan acurrucados en la cama, su aliento sincronizado en el tranquilo silencio de la noche. La mirada de Daniel vuelve a caer sobre Emma, esta vez con una curiosidad palpable. Aprovechando su íntima cercanía, decide plantear una cuestión que siempre ha tenido en mente.
—Emma –comienza con voz suave–. ¿Para ti el sexo es importante?
—¿A qué te refieres? ¿En nuestra relación? ¿O en general?
—En general.
—¿Por qué me preguntas eso?
—Bueno, es una pregunta normal supongo.
—Ya sabes que desde luego yo no soy como tú, eso está claro.
Emma piensa que su marido realmente da demasiada importancia al sexo en su relación, de hecho, a veces es como si fuera un poco acosada por él, es como si no hubiera un final y ella se siente un poco frustrada y culpable porque no puede llegar a su altura en ese terreno.