La noche se volvió un caos. El grito de Maria fue ahogado por la mano enguantada del mercenario. El hombre, vestido con un traje táctico oscuro, la arrastraba hacia el marco de la ventana rota. Maria forcejeaba, pero la fuerza del intruso era superior. El aire frío de la noche entraba en la habitación, junto con el sonido de las alarmas que resonaban en la distancia.
—¡Suéltame! —logró gritar Maria cuando la mano del hombre resbaló un segundo.
—Cállate, pequeña. Eres un boleto de lotería muy valioso —gruñó el mercenario.
Justo cuando el hombre se disponía a saltar al exterior con Maria, el ambiente de la habitación cambió. La temperatura bajó y un brillo rojo intenso iluminó las paredes.
—Diste el paso equivocado —dijo una voz gélida que parecía venir de todas partes.
En un parpadeo, un haz de energía carmesí impactó contra el pecho del mercenario. No fue un golpe físico común; fue como si el espacio mismo se hubiera movido para golpearlo. Shadow apareció entre Maria y el intruso en una fracción de segundo. Sus ojos brillaban con una furia que Maria nunca había visto.
Shadow tomó el brazo del hombre y, con un movimiento ágil, lo proyectó contra la pared opuesta con tal fuerza que el mercenario quedó inconsciente al instante. Maria cayó de rodillas, temblando, y Shadow se arrodilló a su lado de inmediato.
—¿Estás herida? —preguntó él, y por primera vez, su voz no era profunda y distante, sino llena de una preocupación genuina.
—Estoy bien, Shadow... gracias por venir —susurró Maria, abrazándolo con fuerza.
Shadow la rodeó con sus brazos, mirando hacia la ventana rota. La promesa de protegerla se había vuelto más que un deber; era su razón de ser.
A la mañana siguiente, la base era un caos de seguridad. El Profesor Gerald, con el rostro pálido por el susto, trabajaba en su laboratorio personal. No quería que Maria fuera a la academia, pero ella insistió.
—Abuelo, si me quedo encerrada, ellos ganan —dijo Maria con firmeza.
Gerald suspiró y sacó una pequeña caja. Dentro había un reloj de pulsera plateado, elegante y discreto.
—Esto no es un reloj común, Maria. Está sincronizado con la frecuencia de energía de Shadow. Si te sientes en peligro, solo presiona este botón lateral. Enviará una señal de Energía Caos que solo él puede sentir, sin importar la distancia.
Shadow se acercó a Maria y le colocó el reloj en la muñeca.
—Estaré contigo, incluso si no puedes verme —prometió él.
Al llegar a Uniciencias, Maria se encontró con Betty. La tensión por el ataque nocturno todavía se reflejaba en los ojos de Maria, pero Betty la apoyó en todo momento.
—Hoy es la feria de demostración de Laboratorio Avanzado —dijo Betty—. Rosa ha estado muy callada, y eso me asusta.
Tenía razón. Durante la clase, mientras Maria y Betty preparaban su experimento de placas flotantes a escala, Rosa se acercó con una sonrisa fingida.
—Qué lástima sería que tu proyecto... simplemente dejara de funcionar, Robotnik.
Cuando el profesor pasó a evaluar, Rosa activó discretamente un inhibidor de señal que llevaba en su bolsillo para arruinar el magnetismo de las placas de Maria. Las placas empezaron a tambalearse y a caer. Maria sintió un nudo en el estómago, pero Betty, que conocía bien los trucos de Rosa por haber sido su aliada antes, sacó un cable de cobre de su mochila y lo conectó rápidamente a una fuente alterna, anulando el inhibidor de Rosa.
Las placas de Maria se elevaron más alto que nunca, brillando con una luz perfecta. Toda la clase aplaudió. Rosa quedó en ridículo frente al profesor, quien la reprendió por tener "dispositivos no autorizados" en su mesa.
—Lo logramos, Betty —susurró Maria, triunfante.
—Lo logramos, amiga —respondió Betty con una sonrisa sincera
A pesar del éxito en la escuela, Maria no podía quitarse la sensación de que la observaban. Al salir de la academia para tomar el autobús de regreso a la base, notó un vehículo inusual estacionado en la esquina: un auto negro, de vidrios tintados, con un logo de un rayo plateado en la puerta. El logo del Equipo Kass.
El auto empezó a avanzar lentamente, siguiendo al autobús. Cuando Maria bajó frente a la entrada de la base, el auto se detuvo a pocos metros. Un hombre bajó el vidrio y la miró fijamente. Maria sintió un frío recorrer por su espalda. Sin dudarlo, presionó el botón de su reloj.
—¡Shadow! —gritó en su mente.
En menos de un segundo, un estallido de energía roja sacudió el pavimento. Shadow apareció justo frente a Maria, bloqueando la visión del auto negro. El vehículo intentó acelerar para huir, pero Shadow fue más rápido. Se lanzó sobre el capó del auto, hundiendo el metal con sus pies, y con un golpe seco, destruyó el motor, obligando al coche a detenerse en seco.
Shadow arrancó las puertas del auto y sacó a dos agentes del Equipo Kass como si fueran muñecos de trapo.
Minutos después, en el laboratorio principal de la base, los dos agentes estaban encadenados mientras Gerald, Ronald y un Shadow de brazos cruzados los interrogaban bajo una luz cegadora.
—Hablen ahora —ordenó Shadow, su voz retumbando en las paredes— o me encargaré de que no vuelvan a ver la luz del sol.
Uno de los agentes, temblando ante la presencia de la Forma de Vida Suprema, finalmente habló.
—¡Está bien, hablaré! El plan de Kass... ellos no solo quieren la tecnología. Quieren secuestrar a Maria para usarte a ti, Shadow, como su arma definitiva. Saben que harías cualquier cosa por ella.
Gerald retrocedió, horrorizado. —¿Cómo supieron cómo entrar a la habitación de mi nieta? La seguridad es de grado militar.
El segundo agente soltó una risa nerviosa.
—Porque tienen ayuda desde adentro. Un científico llamado Leo... él les dio los códigos y los planos. Él los traicionó a todos.
Un silencio sepulcral cayó sobre el laboratorio. Shadow miró a Maria, que estaba de pie junto a su abuelo, y luego miró sus propias manos. La guerra ya no estaba afuera; el enemigo estaba caminando entre ellos en la base.