Eran las 5:42 de la mañana. El horizonte apenas comenzaba a teñirse de un gris pálido cuando, de repente, el zumbido constante de la base de GUN se detuvo. No fue un fallo gradual; fue un hachazo seco. Las luces se apagaron, los sistemas de soporte vital pasaron a reserva y las compuertas de seguridad quedaron bloqueadas o abiertas a medias.
—¡Ha comenzado! —gritó el Capitán Wolters por su comunicador de corto alcance—. ¡Sectores 1 al 4, preparen defensa de punto! ¡No dejen que crucen el hangar!
En la oscuridad total, Shadow no necesitaba linternas. Sus ojos rojos brillaban como dos brasas ardientes en medio del pasillo. Sentía la vibración de las naves del Equipo Kass aterrizando en la superficie. Pero su prioridad no era el hangar.
—¡Maria! —rugió Shadow, saliendo disparado como un rayo carmesí hacia el sector habitacional.
En el laboratorio de comunicaciones, Maria y Betty se abrazaban con fuerza mientras escuchaban las explosiones que sacudían las paredes. Ronald, sudando y con una linterna táctica en una mano y una pistola de pulsos en la otra, bloqueaba la puerta principal con una mesa metálica.
—Tranquilas, niñas. No dejaré que esos mercenarios crucen esta puerta —dijo Ronald, aunque su voz temblaba ligeramente. No era un guerrero, pero su lealtad a Gerald y el afecto que había empezado a sentir por Maria lo mantenían firme.
—¿Y mi abuelo? ¿Y Shadow? —preguntó Maria, apretando su Reloj Vínculo. El reloj emitía un pulso rítmico, indicando que Shadow estaba cerca, moviéndose a una velocidad increíble.
—Tu abuelo está a salvo en el búnker de datos —respondió Ronald—. Y Shadow... bueno, Shadow está haciendo lo que mejor sabe hacer: ser una pesadilla para los malos.
De repente, un impacto brutal hizo que la puerta del laboratorio se abollara. No era un hombre. Era algo mucho más pesado. Una sierra mecánica empezó a cortar el metal de la entrada. Ronald apuntó su arma, protegiendo con su cuerpo a Maria y Betty.
Shadow llegó al pasillo central, pero se detuvo en seco. Frente a él, bloqueando el acceso a los laboratorios, se encontraba una silueta masiva y metálica. Era Metal Kass.
El robot tenía la forma de un armadillo gigante, construido con un metal oscuro que absorbía la poca luz ambiental. En su pecho, un núcleo brillante de Energía Caos palpitaba con un color violeta tóxico. El Profesor Leo habló a través de los altavoces del robot.
—¿Te gusta, Shadow? Metal Kass tiene tu velocidad, pero con una armadura que ni siquiera tus ráfagas pueden abollar. ¡Acaba con él!
Metal Kass se transformó en una esfera perfecta y comenzó a girar sobre sí mismo a una velocidad aterradora. Salió disparado como una bala de cañón hacia Shadow. El erizo negro saltó, esquivando el impacto por milímetros, pero el robot rebotó en las paredes con una precisión matemática, golpeando a Shadow en la espalda y lanzándolo contra una columna de hormigón.
Shadow se levantó, limpiándose un rastro de sangre de la comisura de la boca.
—¿Energía Caos en una lata de conserva? —Shadow apretó los puños y su aura dorada empezó a emanar—. Te enseñaré la diferencia entre tener energía y ser el dueño de ella.
Dentro del laboratorio, Maria sintió a través de su reloj que la energía de Shadow estaba disminuyendo. Sabía que Metal Kass era demasiado fuerte.
—¡Betty, ayúdame! —gritó Maria—. El reloj tiene un transmisor. Si logramos conectarlo a la consola de emergencia de Ronald, puedo enviarle una señal de apoyo a Shadow.
Betty, usando sus conocimientos de química y circuitos, abrió el panel del reloj mientras Maria mantenía la calma.
—¡Ronald, necesito el código de frecuencia de la base! —pidió Betty.
Ronald, mientras vigilaba la puerta que estaba a punto de caer, le dictó los códigos. Maria puso su mano sobre el cristal del reloj y cerró los ojos, concentrándose en la imagen de Shadow.
—¡Shadow, no estás solo! ¡Toma mi energía!
En el pasillo, Shadow estaba siendo acorralado por los giros incesantes de Metal Kass. Pero de repente, su cuerpo se iluminó con un brillo azulado proveniente del reloj de Maria. Sintió una explosión de fuerza renovada.
—¡CONTROL CAOS! —gritó Shadow.
El tiempo se detuvo para todos, excepto para él. Con Metal Kass congelado en medio del aire en su forma de esfera, Shadow cargó toda su energía en un solo punto.
—¡LANZA CAOS!
Un rayo de energía pura atravesó la unión de la armadura del robot, impactando directamente en el núcleo de Energía Caos que Leo había instalado.
El tiempo volvió a su curso normal. Metal Kass estalló en una lluvia de chispas y metal retorcido. La explosión fue tan fuerte que derribó a los mercenarios que intentaban entrar al laboratorio de Maria.
Shadow, jadeando, caminó hacia la puerta del laboratorio y, con un solo tirón, arrancó los restos de metal que bloqueaban la entrada. Ronald bajó el arma al ver la silueta del erizo.
—Están a salvo —dijo Shadow, mirando directamente a Maria.
Pero la victoria duró poco. La voz de Leo volvió a sonar, esta vez desde un transmisor oculto en los restos de Metal Kass.
—Felicidades, Shadow. Destruiste mi juguete. Pero mientras peleabas, mis hombres lograron extraer el 90% de la base de datos de Gerald. Y lo mejor de todo... activé la secuencia de sobrecarga del reactor principal. Tienen cinco minutos antes de que esta base se convierta en un cráter.
Shadow miró a Maria, luego a Betty y a Ronald. El Capitán Wolters informaba por radio que los hangares estaban bloqueados. Estaban atrapados en una base que estaba a punto de estallar.
Fin del Capítulo Once.