Shadows

CAPÍTULO 26

El aire azotaba mi rostro a ritmo benevolente y el descanso perpetrador de mis ojos indicaba que estaba sumida en una oscuridad extrañamente conciliadora. El ulular de una lechuza se oía cada más cercano y curioso al recobrar un poco la conciencia. Pero aún no estaba determinaba a desperezar mis ojos.

Una oleada gélida me recorrió la espina y me le erizo el vello. Repentinamente, imágenes como en secuencia se reprodujeron entre mis sueños.

Coche rojo... el impacto... el risco... la caída y las rocas.

De inmediato abrí los ojos y el olor espeso a pinos y humedad de lluvia se coló en mis fosas. Alrededor, la oscurecida noche emancipaba sus riendas sobre todo el telón que recubría el cielo, rasgando con sus largos dedos, el último aliento del día por esclarecer las penumbras.

Un grito ahogado emergió de mi garganta, como un gorgoteo y salí disparada del coche al descubrirme entre la maleza quieta que recubría el entorno. Tragué duramente al ver el suelo bajo mis pies, y mi cuerpo completo aún. Mi mente falló al intentar procesar lo que mis recuerdos reproducían en cámara lenta.

Había caído por el acantilado, el coche estaba destruido, mi cuerpo cubierto de sangre y yo había muerto. Pero nada de eso tenía sentido con la escena que veía. El coche de Ari estaba orillado, no parecía haber sido siquiera impactado con otro coche y mis ojos no estaban cubiertos de sangre.

Los árboles alrededor estrechaban lazos unos contra otros en un movimiento quejumbroso; la maleza bajo mis pies surcaba entre los dedos de mis sandalias; la ligera brisa antelada al otoño soplaba contra la piel más sentida de mi nuca.

Retrocedí un paso, incapaz de comprender exactamente qué había sucedido; las manos me temblaban y comenzaba a sentir pesar la obstrucción en mi garganta para decir algo que me hiciese sentir viva.

¿Estaba muerta? ¿Cómo había sobrevivido al impacto de aquel accidente y salir ilesa? Acaricié mi cuerpo, las extremidades me temblaban y los dedos se sentían helados al tacto. Pero no había evidencias de dolores internos o posibles hematomas.

El coche estaba completamente impecable a pesar de las zonas lodosas que recubrían el guardabarros y las ruedas. Ninguna señal de que otro coche hubiese impactado contra éste.

¿Habría soñado aquello?

Me resultaba imposible creerme todo eso, puesto que no podía recordar el momento exacto en que me dormí.

Recordé a las sombras y me sentía insegura fuera del coche. Ya en el interior respiré con normalidad pero la idea de que ellas tuviesen algún tipo de poder sobre mí me alteraba. Es decir, sería lo único que me faltaba en momentos como éstos.

Tomé el móvil intacto del asiento contiguo y revisé la pantalla. El reloj daba las nueve.

¿Había pasado seis horas prácticamente inconsciente dentro del coche?

La bandeja de mensajes indicaba un gran número de llamadas de Ari. No le devolvería ninguna en esos momentos; mi prioridad era desaparecer de ese lugar y transformarlo en el Neverland de mi vida. Estaba decidida.

El motor sorprendentemente volvió a la vida y con él mis esperanzas por salir de la oscuridad. Evité pensar demasiado en las cosas, porque recordarme cayendo me asustaba de muerte. Estaba demasiado sensible por todo y a segundos de un brote psicótico.

Reduje la velocidad a un par de kilómetros de distancia cuando vi a una pareja varada a mitad del camino. Un chico de altas proporciones y una chica de cabello negro azabache que lucía en una coleta. No los reconocí pero la noche parecía peligrosa y estaba consciente de que el bosque de sombras cercaba cada camino que redirigía a la ciudad.

Me orillé para socorrerlos en el momento en que el chico empujaba a su compañera y se echaba sobre ella. Mi corazón se agitó violentamente y bajé el control de mando para mirar la escena.

— ¡Ey! ¡Ey! ¿Qué está sucediendo? ¿Qué haces? —Mi voz sonó más aguda de lo que esperaba—. ¡Llamaré a la policía!

El muchacho corpulento se incorporó casi de inmediato luego de soltar un gorgoreo profundo que me sonó a carcajada, y atendió directamente a mí. Su cabello castaño revuelto con restos de hierba por la caída y aquellos ojos fulgurantes y llamativos me atenazaron con pánico.

—Tú. Tú eres Léon, el amigo de Seth —siseé. Él no cortó su arrogante sonrisa y añadió un mordisco en su labio a su expresión—. ¿Qué estás haciendo con esa chica?

— ¿Quieres unirte? —Léon enarcó las cejas, provocativo—. Será divertido... Dos de un tiro.

— ¿De qué estás hablando? ¿Qué le hiciste a esa chica? ¿Hola? ―Intenté llamarla entre la hierba desde el coche.

—Estás interfiriendo, pelirroja. No querrás hacerme enojar —ronroneó Léon. Aunque debía tomármelo como amenaza, la voz de Léon sonaba calmada, casi seductora. Y yo sentía que me estaba volviendo loca.

— ¿Hola? ¿Estás bien?

Segundos después, entre la hierba alta y sin cortar, la jovencita de cabello azabache y ojos pardos emergió de la oscuridad. Su rostro palidecido y sonrosado era enmarcado por las lágrimas que derramaba sin control.

— ¡Cielos! ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué te ha hecho?

Me apresuré hacia ella tomándola por los hombros y verificándola en busca de heridas. Mis manos temblaban al tocarla mientras veía en los ojos de la chica el terror de la situación.

― ¿Qué hizo contigo? Dime.

— ¡Maldita sea! —Gruñó Léon y tomó a la chica del brazo halándola hacia él—. Ella está bien. Estaba perdida, yo la acompañaba a su casa.




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