Shadows

CAPÍTULO 2

Había una oscuridad aplastante a mi alrededor; un silencio insólito que invadía el bosque en mitad de la noche y una neblina casi agónica que embadurnaba los alrededores casi tanto como los escalofríos que recorrían mi piel.

No pude reconocer el rostro, pero podía —de alguna forma— sentir sus latidos, acelerados a un ritmo que me perturbaba.

Su cabello se enredó entre la maleza y chilló escandalizada. Estaba completamente asustada pero no se rindió, y, luego de liberarse continuó en la carrera.

Me tomó sólo algunos segundos deducir que esa mujer estaba huyendo, aunque no sabía aún de qué, o quién.

Pasó junto a mí y se resbaló algunos metros más adelante, chillando nuevamente, antes de que las sombras aparecieran y la rodearan como en una horda, envolviéndola en el manto oscurecido característico.

No reaccioné de inmediato, estaba completamente paralizada por el pánico; observaba omnipresente de la manera en que las sombras tomaban la vida de aquella mujer entre jadeos y forcejeos.

Sus gritos desgarradores me obligaron a concentrarme. Tenía que hacer algo.

Intenté seguirla pero mis pies estaban atrapados entre la maleza y las ramas de los asbestos que tenía a mi lado. Remecí incontables veces las piernas, y cuando no fue suficiente, pedí auxilio a gritos cayendo en el temor de la situación.

A mi alrededor, las sombras comenzaron a acercarse, notándome vulnerable ante ellas y casi como un soplo del viento se desvanecieron en mi piel, plasmándose con ella.

En un último alarido abrí los ojos a la oscuridad de la habitación y me aferré a las sábanas aún inquieta por la pesadilla.

El rostro aterrado de aquella mujer me resultaba familiar, pero no pude encontrarla en mi memoria; así como tampoco concilié la paz tras aquel vistazo de la agonía de la misteriosa entidad.

El interés se perdió así de rápido por recuperar el sueño, y cuando llegué al instituto parecía que en la noche me habían mordido zombies y yo estaba infectada con el virus.

Así de mal.

Ariadna fue la primera en notarlo y me sentí aún peor al hacerlo evidente frente a la clase de gimnasia. Mis ánimos no estaban para esa materia precisamente esa mañana.

— ¿A quién se le ocurrió que debíamos tener deporte a mitad de mañana? —Refunfuñó Ariadna. Su cabello moreno sujeto en una perfecta coleta—. Cuando la hora acabe iré a quejarme con la regente. Esto es estúpido —habló entre jadeos—. ¿Y qué sucedió contigo esta mañana? ¿Tuviste una pesadilla? ¿Por qué madrugaste tanto?

— ¡Simmons, menos charla y más trote! —La profesora de deporte llamaba la atención de Ariadna.

— ¿Y esa quién se cree? —Continuó, agitada.

—Soñé con el bosque de siempre.

—Sel —advirtió Ariadna.

—Ya sé lo que me dirás, Ari y no pienso contárselo a ningún psicólogo que pueda tratarme de esquizofrénica o algo por el etilo. Entiende la gravedad de las cosas, amiga.

—La entiendo, por eso quiero ayudarte aunque realmente no sé cómo. ¿Y si le pedimos a alguien que te hipnotice?

— ¿Qué?

—Sí, que te haga olvidar a las sombras solamente, como algo que nunca viviste.

— ¿Y cuándo las vuelva a ver no crees que me asustaría no saber qué son? —Objeté, furiosa. No es que Ariadna fuese mala, pero tenía las peores ideas. Suspiré—. Sólo tengo que mantenerlas al margen, ignorarlas y todo estará bien. .

— ¿Y si pasa lo mismo que en Nevada? —Se atrevió a preguntar Ariadna con cierto recelo.

Me detuvo a respirar un momento, agitada y ella me imitó con una mueca de preocupación en su rostro.

—Sel, ignorarlas no te ha servido nunca. Y mucho menos vas a lograrlo si sigues viéndolas o atreviéndote a colocarte en una posición de desventaja con ellas —Alcé la vista hacia ella con sorpresa—. Sé que las viste en el bosque, no soy idiota.

— ¡Simmons! —Nuevamente gritaba la profesora—. ¡Cincuenta flexiones junto a las gradas!

— ¡Pero si ni siquiera estaba hablando! —Protestó Ariadna, pero la profesora, de semblante firme, agravó su expresión—. ¡Demonios! Sólo piénsalo, cariño, ¿está bien? Hay que buscar otra forma de que se vayan y te dejen vivir en paz. Encuéntrame a la salida.

La despedí con una mueca y me apegué a las órdenes de la profesora para evitar un posible castigo; había apenas iniciado el día pero sentía que ya no tenía fuerzas para continuar ejerciéndolo. Entre mis pensamientos, aquella inusual pesadilla despertaba la inquietud, y las atemorizantes sombras que perseguían a la misteriosa mujer, continuaban causándome escalofríos.

Mi corazón acelerándose más de lo debido y el ejercicio tomando su parte, causaban estragos en mis músculos. Me tomé un receso para refrescarme y hallé a Seth observándome como el día anterior, indescifrable.

—Te ves agotada, Selene, ¿has dormido bien anoche?

Su pregunta me tomó por sorpresa, no esperaba ser demasiado transparente para que todos notasen que estaba afectada por algo.

¿El ataque zombie podría considerarse una excusa?

Acomodé mi cabello en una coleta y esbocé una mueca descartando el apocalipsis de los zombies.

—Perfectamente —comencé a llenar mi botella de agua bajo su atenta mirada.

Quería saber exactamente qué pensaba cada vez que se me quedaba viendo de esa forma.

— ¿Por qué huiste ayer del bosque? —Inquirió él—. Parecías asustada de estar ahí o... ¿tal vez estabas nerviosa?

— ¿Por qué estaría nerviosa?

—Porque estábamos completamente solos en el bosque.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.