— ¿Y entonces viajaron solas hasta Ventura para estudiar? —Inquirió Lisa con interés.
Nos habíamos sentado juntas en la clase de Biología.
No acostumbraba a desenvolverme con facilidad en mi entorno, pero Lisa y Ross facilitaban las situaciones desenvolviéndose ellos conmigo.
—Ari tiene parientes aquí —expliqué—, no es que estemos solas. Ellos nos están prestando un departamento dentro de su propiedad por aquí cerca.
—Eso es más suerte de la que yo podría aspirar. Ni siquiera puedo salir de noche por las desapariciones que ocurren a diario con los estudiantes de aquí —resopló Lisa en una mueca. Enarqué las cejas, repentinamente intrigada—. Es que todos los que desaparecen, son estudiantes. Todos de las mismas edades.
—Qué extraño...
—Lo es. Es como si los estudiantes se frustraran de los estudios y salieran al bosque de las sombras a suicidarse.
— ¿Suicidarse? Creí que morían al perderse o... algo así.
¿Por qué decirlo en voz alta sonaba aún más estúpido?
—Los llaman suicidios, porque no hay explicaciones lógicas para sus repentinas muertes —intervino Seth por primera vez. Ambas nos giramos hacia él, notando su presencia apenas en esos instantes desde el escritorio de atrás.
Su voz sonó demandante, pero a la vez, arrulladora. Como si fuese capaz de ser exigente y gentil al mismo tiempo. Me agradaba la melodía que gorgoteaba desde su garganta. Se sentía como electricidad en mi cuerpo.
Respiré hondamente e intenté relajarme.
¿En qué estaba pensando?
—Es horrible.
—Lo es —concordó mi compañera—, pero no creo que se suiciden; no me imagino en qué piensan cuando desaparecen.
—El estrés genera pensamientos suicidas —opinó Seth.
Lisa lo observó embelesada, como si oír su voz pudiese despertar el mismo interés arraigado que despertaba en mí. Aquello por alguna razón, me alivió. No soy la única idiota pensando en él como un espécimen seductor.
—Pero eso no tiene sentido, ni siquiera puedes estresarte con clases así —expliqué.
Los ojos oscuros y profundos de Seth me estudiaron en silencio. Parecía interesado en mi manera de ver las cosas.
—Lisa, cámbiame —ordenó luego sin mirarla. La castaña pareció sorprendida, no sólo por la demanda imperativa del joven sino por la sorpresa de que Seth supiese su nombre.
Me ofusqué repentinamente por su demanda y crucé los brazos a modo infantil, mientras ellos cambiaban lugares.
—Podrías haber sido más amable —fue lo único que concilié advertir mientras sentía su mirada clavada en mí.
¿Por qué demonios siempre me miraba de esa forma? Mi piel sentía la electricidad de su fijación. Era muy extraño.
Seth esbozó una sonrisa apenas perceptible ante el comentario.
— ¿Por qué crees que no van a suicidarse al bosque de las sombras?
Aquella pregunta no fue sorpresa. Intentaba imaginarme a un adolescente caminando por el bosque y ser devorado por la oscuridad de las sombras que lo habitaban.
No. Definitivamente no era una idea viable. Estaba segura que nadie más aparte de mí podía verlas. Pero, ¿y si no podían verlas pero sí percibirlas? Su muerte sería un espanto.
» ¿Insinúas que algo los está matando? —Añadió él.
— ¿Algo? —Repetí.
— ¿Qué harás en la noche, Selene? —Inquirió luego—. Dime dónde vives.
Mis ojos asombrados, mis labios entreabiertos y mi expresión de pasmo en todo su esplendor. Maldita reacción tardía de fingir tranquilidad.
Pero es que realmente me había tomado por sorpresa. ¿Seth invitándome a salir? ¿A mí? Era una locura. Sin embargo el casi beso nuestro en el bosque aun hormigueaba en mi cuerpo y necesitaba repetir el encuentro. Pero las sombras...
—No.
Concilié decir. Seth esbozó una mueca divertida.
— ¿Esperas que adivine dónde debo pasar a recogerte? —Se encogió de hombros—. Bien, será motivador.
—Quiero decir que no, no puedo hoy.
—Estaré ahí a media noche.
Tras guiñar un ojo, Seth desapareció en el pasillo arrebatándome el aliento. No esperaba que estuviese hablando en serio, prefería tomármelo como una broma para provocarme a reaccionar de mala manera.
Al acabar la hora recogí mis libros de Biología y salí al pasillo en búsqueda de Ariadna. Pero el bullicio de trompetas y gritos en la cafetería provocaban demasiado ajetreo.
Toda la comunidad estudiantil estaba reunida en la cafetería, cantando, vitoreando y saltando sobre las mesas en un caos temperamental.
Intenté encontrar a Ari entre el mundo de gente pero ni siquiera tuve mayor acceso a la parte de en medio del salón con tanto tumulto.
En la mesa donde siempre nos sentábamos, había una congregación de personajes de rostros pintados de rojo, cantando una rima pegadiza al unísono, mientras un segundo grupo los guiaba con bombos y cornetas.
Me detuve a medio camino casi molesta por la fáustica celebración que se daba espacio en la cafetería. Había una estudiante desaparecida, una de ellos que estaba perdida en el bosque, posiblemente, y nadie parecía preocuparse por eso.
Afirmé mi bolso al hombro y decidí pasar el tumulto de vítores hacia el campus pero un grupo de chicos me impidió el paso, uniéndome en la rueda de diversión que armaban a mi alrededor. Se apretujaron tanto a mí que me impidieron moverme y la seguridad de la mesa resultó ser mi mejor aliada en ese momento. Trepé por encima de ella y esperé a que se alejaran pero las canciones continuaban y las vueltas a mi alrededor no se detenían.
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Editado: 16.05.2020