Shaggy

Shaggy

Un can de unos 50 o 60 cm de altura, de pelo sedoso y espeso, como la negrura de los ojos de mi mejor amigo. De patas firmes y hocico largo, orejas alzadas, elegantes. Era un perrito adorable, a simple vista un “buen chico”, era adorable con otros perros, paciente con los niños y encantador con su dueño. Menos conmigo.

Mi mejor amigo era amante de los canes grandes. De temperamento fuerte, como los animales que le gustaba recoger de la calle y poner en adopción. Tenía un terreno grande, lleno de jaulas, donde vivían contentos, gordos y bien aseados. Todos entraban y salían de su vida, menos Shaggy, el pastor belga tan negro como mi triste corazón. Era animoso, atlético ya que amaba hacer ejercicio con su manada de dogos disparatados, corriendo por todos lados. Ese era mi amigo. Y yo estaba enamorada de él.

¿Y Shaggy?, ese perro me odiaba. Y yo a él.

Dirás que soy mala, maldita quizás, porque, paseando por el parque, me acerqué un poco a su dueño y ese perro infernal me mordió el tobillo y me desgarró un tendón. Mi amigo se disculpó y él mismo pagó los gastos del doctor. Me regaló flores, me dijo que disculpara a Shaggy por ser tan cabrón. Pero ese perro me quería ver muerta. Y yo a él.

Un día, decidí cambiar nuestra historia por siempre. Ah, pero no sería fácil. Alisté una correa fuerte, un montón bocadillos "especiales" para ese perro loco cuyo odio era mutuo. Me subí al carro y fui muy de nochecita, mientras mi amigo seguía trabajando, a su casa. Despacio me colé por la cerca, para que el chucho no me escuchara, pero el muy cabrón me conoció enseguida y ladró hasta el cansancio. Eché un salto a la verja de madera y como pude lo pesqué con una correa de perrero. Le amarré la correa al cuello y me lo llevé, apretando su hocico terrible, lleno de blancos dientes afilados, con otra correa. En sus ojos se reflejó el miedo que yo también tenía.

Mi corazón quería salir corriendo, como un loco, de la jaula de mi pecho. Sabía que robarme el amado perro de mi mejor amigo podría mandar a la mierda todo, pero estaba harta de esa aversión entre ambos. Lo llevé lejos, a la carretera. Lejos de todo lo que él y yo conocíamos. El perro hecho un ovillo del miedo sobre el asiento, no se movió porque la correa, aunque larga y bien atada, lo inmovilizaba. Sabía que su fin estaba por llegar. Y sabía que el mío también.

Bajé del auto. Las estrellas observaban, curiosas, desde el cielo despejado en la noche del desierto. Una luna que ocultaba su blanca cara, cacariza de cráteres, como si tuviera vergüenza de lo que estaba dispuesta a hacer. Agarré al perro del asiento, lo cargué como pude hasta echarlo sobre la seca tierra. Sus ojos de animal brillaron entre unos párpados peludos, pero hermosamente formados. Era hermoso, no lo niego, precioso animal casi de competencia. Gruñía, dispuesto a atacar en cuanto pudiera, gruñía tan terriblemente como mi propia alma.

El tiempo había llegado.

Mi amigo me marcó triste al día siguiente. Diciéndome cómo de noche alguien había entrado a su casa y robado a Shaggy. No entendía cómo su perro no pudo defenderse que, aunque era de mediana estatura, era un buen guardián. "Pobre Shaggy" le respondí simulando un poco de tristeza, "sabes, deberíamos salir el fin de semana, para que te despejes, ya encontrarás a Shaggy. Tal vez sólo salió de vago, dale tiempo", le comenté, a lo que él respondió afirmativamente.

El viernes, en una fresca noche, le vi sentado en una silla, fuera del café. A la tenue luz de los anuncios de neón podrían verse sus ojos hinchados y enrojecidos, una nariz goteante y un pañuelo hecho bola en su mano izquierda, mientras que la otra sostenía su cabeza, echada abajo por la tristeza. Me acerqué despacio para no asustarlo. Rostro se iluminó con la más grande sonrisa que he visto en su vida, el color le volvió y sus ojos nuevamente se llenaron de lágrimas: tras de mi estaba Shaggy, llevando un hermoso collar azul. Bien bañado, más lustroso que nunca, hermoso como jamás se le había visto. El asombro no le dejaba hablar, pero pudo articular "¿cómo...?" Sonreí con algo de pena. Le mostré mis brazos llenos de mordidas. "Lo siento, robé a tu perro", confesé.

Más mi amigo estaba más sorprendido con lo que había hecho con su perro que con la idea de que lo hubiese robado. Estaba tan dócil y amigable conmigo que le dejó perplejo. "Shaggy y yo tuvimos una plática intensa", le dije sentándome en la silla alta, frente a él. "¿Qué pasó?"

Después de soltarle, el pastor belga de 20 kilos me atacó. Ni hablar de todo eso, lo merecía. Pero pude calmarlo porque él sabía tan bien como yo, lo que intentaba con todo eso. Una vez me soltó, se echó para atrás y me miró, más nervioso que como yo lo observaba. Sabía que no saldría bien librada de todo eso, pero bueno. Le acerqué un premio sin mirarle, dándole la espalda. El perro se acercó despacio, olfateando la cena. Y duramos horas y horas en esa misma dinámica de locura, poco a poco dejó de gruñir, entendiendo que no buscaba hacerle daño alguno. Pronto el perro tomaba de mi mano los premios, me lamía la mano y dejaba que le rascara la cabeza. Nos vimos a los ojos, en la oscuridad relativa y nos hablamos sin decir palabra. Así tres noches, tres días, el tiempo que estuvo ausente, sabía que sería suficiente. El último día me dejó bañarlo y le regalé un collar que compré con mis ahorros.  Shaggy por fin me quería. Yo lo quería a él.

 

¿Cómo podría llegar a ganarse el corazón de un hombre amante de los perros?, fácil, haciéndose amiga del perro que te odia.



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En el texto hay: crush, amor juvenil, perro

Editado: 15.07.2020

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