Todos los días de mi vida habían sido un completo martirio, pero por alguna extraña razón, Nico había cambiado absolutamente todo, no es que las cosas en casa cambiaran, de hecho, como pasaban los días se hacían más y más extrañas, aprendí a sobrellevar todo, el carácter de mi madre, su ausencia repentina y a hurtadillas en plena madrugada, los sermones vacíos, incluso los domingos de misa, todo era diferente desde que ella era parte de mi vida, aunque no estaba segura por qué, simplemente lo disfrutaba.
Había llegado tan pronto el día esperado, esa fiesta de cumpleaños de Diego en el bar cerca de la oficina, no sabía que ponerme, repasaba una y otra ves el armario de mi habitación, realmente quería causar una buena impresión; durante lo que resto de la semana, mensajeamos en todo momento posible, aquel chico, además de guapo, era realmente sorprendente, de alguna manera me atraía y más después de haber mostrado tanto interés en mi persona, se había tomado el interés por preguntar cada uno de mis gustos, mis pasatiempos, mis pasiones, supongo que era extraño, no es lo mismo hablar a través de un aparato electrónico a que lo hiciéramos de frente, eso me asustaba, sentía que en el momento que nos tuviéramos frente a frente no habría más tema de conversación, solamente un profundo silencio que en un instante se volvería incomodo y toda la magia en la que habíamos estado trabajando se esfumaría.
- El día de hoy no llegaré a casa – dijo mi madre en el momento que escucho bajaba las escaleras –. Más bien, llegare hasta el lunes, nos iremos de retiro algunas personas de la iglesia, te invitaría, pero el trabajo te absorbe de la misma manera que como cuando ibas a la universidad.
- Lo siento mamá – dije apenada a lo que volteo inmediatamente, su reacción fue extraña, me examinaba de arriba hacia abajo y su expresión no fue para nada alentadora –. ¿Pasa algo?
- ¿A dónde iras vestida de esa manera? – preguntó en un tono tan burlón que me hubiese gustado subir corriendo a mi habitación para escoger otra muda, pero lamentablemente el tiempo no estaba a mi favor, el haber pasado la mayor parte de la noche mensajeándome con Diego no había sido la mejor idea –. Luces… extraña.
- ¿Me veo mal? – pregunté nerviosa –. Tengo una junta el día de hoy en el trabajo, pensé que me veía formal.
- De formal no tienes nada – dijo mi madre antes de soltar una carcajada –. Solo pareces una vendedora más de alguna tienda departamental.
- ¿En verdad? – pregunté nerviosa mirándome de arriba hacia abajo, creo que los pantalones de vestir negros con la blusa blanca, los zapatos de tacón y el suéter negro realmente hacían que pareciera toda una vendedora, antes no mencionó que parecía chofer de autobús –. No tengo tiempo para remediarlo.
- Espero no hagas el ridículo.
- Gracias, mamá – dije lo más tranquila posible antes de acercarme a ella y besar fugazmente su frente, últimamente no era de esas personas que apreciaban las muestras de cariño –. Te veo el lunes, espero que te vaya bien en el retiro.
- No hagas tonterías mientras no estoy – dijo un poco molesta a lo que simplemente le sonreí, no había otra forma de reaccionar –. Cuídate.
Subía al auto y mientras conducía, pensaba en lo que había dicho, pero desafortunadamente no tenía ropa adecuada como para salir en una reunión, toda mi ropa se basaba en algo sencillo para las clases de universidad y el otro tanto en ropa para ir a la iglesia, supongo que lo único que realmente tenía decente era aquella muda que Diego me había visto el primer día de trabajo, no podía repetir y menos cuando en verdad quería causar una impresión diferente. El problema no solo era ese, no había tenido el tiempo, ni siquiera la idea de qué podría regalarle a Diego para su cumpleaños, era mala en eso, ni siquiera sabía si era necesario llegar con un regalo, creo que había tenido el tiempo suficiente durante toda mi adolescencia para ver películas románticas que por lo regular los protagonistas de regalo, se daban una prueba de amor en la cual simplemente yo no encajaría, solo en mis más grandes sueños.
- Vengo tocando el claxon desde una cuadra atrás – escuche decir a Nico cuando baje del automóvil frente a la oficina –. ¿Estás bien? Por qué creo que ni siquiera lo notaste.
- Lo siento – dije apenada entrando en mis casillas dejando de pensar en tantas tonterías –. No preste atención, en verdad lo siento.
- No te preocupes – contestó con esa amplia sonrisa –. ¿Estás lista?
- Supongo que sí – dije con una sonrisa –. Esta vez toca irnos en mi auto ¿no?