Shira: La joven guerrera

Introducción

En Girsus desde que nacemos se nos asigna un ángel que nos protege en todo momento. Este, nos cuida hasta que podemos defendernos por sí solos.
  Los ángeles alguna vez fueron humanos quienes el Rey Thimonty los eligió sabiamente para transformarlos.
  Mi tío fue elegido como mi ángel. Júpiter, era alto, fuerte, su tono de piel blanco, su cabello castaño, largo, hasta su cadera, su alas gigantescas, blancas y emplumadas.
  Me encontraba con mi madre en la cocina, frente a ella estaba aquella mesita en la que solíamos cenar, observaba como lavaba los platos. Me dirigí a ella para entregarle el plato y decirle:
  —Mamá, quiero ir a jugar en el bosque ¿Puedo ir? —Halé su vestido varias veces para tener su atención.
  —No cariño, es peligroso salir a estas horas, sabes que estamos en guerra, no es seguro. —no me miró. Ella siempre me trataba lo más recta posible, decía que quería que fuera fuerte como lo fue mi padre. Su hermosa cabellera rubia recorría toda su espalda, ondulada como las vibraciones del mar, sus hermosos ojos azules intentaban concentrarse en limpiar aquella vasija y su piel estaba tan rosada como la mía.
  —Pero quiero ir a jugar mamá, por favor, por favor, nunca me dejas salir. —le rogué entre sollozos.
  —Ya te he dicho, vete a tu cuarto a jugar si quieres. No me hagas enojar.
Continuó sin darme importancia. Me retiré a paso lento, vi la puerta trasera abierta e inmediatamente una sonrisa maliciosa se dibujó en mi rostro, la parte de atrás de la casa no tenía rejas y llevaba al bosque, así que tenía ventaja.
  No lo pensé dos veces y salí de aquella casa, ella no lo notó. Caminé hasta que mis pulmones gritaban que me detuviera por algo de oxígeno, me encontré justo en frente de mi árbol favorito, el de hojas azules. Había observado ese árbol desde hacía muchísimo tiempo.
  Escalé lo mas cuidadosa posible aquel tronco azul. Sus ramas eran resistentes y su tallo muy grueso, me sujeté de rama en rama hasta llegar a la parte más alta.
  Ya arriba, comencé a jugar con sus hojas, imaginaba que era mágico, que me hablaba o que podía volar, después de un rato me aburrí, me puse a observar el bosque y lo poco que se veía más allá.
  Tuve una extraña sensación que me hizo sentir una tonta por haberme subido allí y al mirar hacia abajo, noté que estaba demasiado alto.
  Los últimos rayos del sol expulsaban lo que quedaba de luz. El clima comenzó a cambiar, el viento me golpeaba el rostro. No sabía cómo bajar. Al instante apareció Júpiter suspendido en el aire, se colocó frente a mí con una dulce sonrisa pero podía notar la preocupación en su rostro.
  —¿Por qué tardaste tanto? —Grité asustada— Se supone que debes estar conmigo siempre.
  Estuvo a punto de abrir la boca pero en vez de, eso se acercó para darme un fuerte abrazo mientras decía un dulce te quiero en voz baja que me devolvió la confianza.
  —Lo-lo siento Júpiter, sólo quiero ir a casa —expresé en susurro, temblando de frío.
Pero de repente sentí algo extraño.
Sentí como si el árbol me succionara.
  —¡Tío, tío ayúdame por favor! —grité con todas mis fuerzas. Me absorbía rápidamente. Sentía su corteza viscosa, como la de un gusano. Sostuve con fuerza los brazos de Júpiter al punto de arañarlos.
  —¡Shira! —gritó tirándome con fuerza hacia su dirección.
Abundantes lágrimas corrían de mis mejillas, estaba tan desesperada y asustada que estaba a punto de desmayarme. La parte baja de mi cuerpo estaba dentro del árbol, mi cuerpo se comprimía como si aquel árbol quisiera romper todos mis huesos.
  Júpiter trató de sacarme con todas sus fuerzas, agitaba sus alas a toda velocidad pero no podía hacer nada, se estaba debilitando.
  El árbol comenzó a atacarlo con sus ramas que se volvían filosas y demoníacas, hirió una de sus alas, sacó su espada al mismo tiempo que se agarró de una de sus ramas pues no podía volar, cortó la rama que lo había herido, clavó la espada en el tronco, la sacó y la volvió a clavar intentando debilitar el árbol, pero éste, cada vez que lo hacía me apretaba más y más. Yo ya no tenía fuerzas para seguir despierta.
Me tomó en su brazo izquierdo mientras que su derecho sostenía la espada que se introducía en el árbol. Gritó al cielo implorando que no me llevara, yo ya no tenía fuerzas, le di una triste mirada.
  —No te preocupes Shira, siempre te protegeré —sonrió entre lágrimas, mis ojos ya no podían permanecer abiertos y lo último que sentí fue como me desprendía antes de cerrarlos por completo.
  Desperté viendo todo negro, mi cabeza tambaleaba de un lado a otro y yo sólo permanecí con los ojos bien abiertos hacia el cielo hasta que recuperé la visión.
  Lo primero que vi fue el árbol partido a la mitad, por dentro era azul luminiscente. Busqué a Júpiter con la mirada, estaba a sólo unos centímetros de mí, desmayado, con un ala cubierta de sangre y su nariz también.
Intenté ponerme de pie para correr hacia él pero mis piernas no me obedecieron, sin pensarlo me arrastré en su dirección y lo primero que hice fue abrazarlo entre lágrimas. Segundos después, le llamé por su nombre y no contestó. Entonces comencé a darle palmadas en la cara y en el pecho, pero tampoco contestaba.
  —¡Tío, Júpiter despierta por favor! —grité sin fuerzas, lágrimas corrían en mis mejillas, estaba asustada. —Por favor respóndeme —agitaba su cuerpo pero no respondía.— No me dejes, te lo ruego. —me tumbé sobre su cuerpo y gritaba fuertemente su nombre.— No me abandones por favor.  —mi voz se apagaba cada vez más, nada de lo que decía lo despertaba. Gritaba su nombre en medio de la oscuridad, esperando que respondiera, que volviera por mí.




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