Las clases me tomaron por sorpresa, un día paseaba por lugares populares junto a mi familia y al día siguiente estaba queriéndome morir por levantarme temprano, afortunadamente, creo, Kento iba en la misma dirección ya que la universidad quedaba cerca de mi escuela, así que se ofreció en llevarme todos los días.
Me había dado cuenta de que Kento se había tomado en serio el rol del hermano mayor, era sobreprotector conmigo, sobre todo si miraba que más chicos posaban sus ojos sobre mí, rodeaba su brazo sobre mis hombros y me acercaba más a él, siempre lo miraba confundida, después dejé de hacerlo y cuando lo razoné hace 3 días, supe que era por eso.
—Que disfrutes tu primer día cariño— me dijo Ayumi acomodando el moño de mi uniforme para después planchar con sus manos mi saco, le sonreí amablemente.
—Yo espero lo mismo mamá— ella sonrió, por fin, desde nuestra primera cena juntos, hace 2 semanas, había aceptado llamarla “mamá”, me abrazó y me acompañó a la puerta de casa, me puse mis tenis y subí al auto. —Espero que sepas manejar como una persona decente y no como el idiota que eres— le dije a Kento una vez entré en el auto, cerré la puerta y me puse el cinturón, él dejó salir un quejido.
—Claro que sé manejar, tengo licencia— respondió tratando se sonar molesto y arrancó el auto.
Me la pasé perdida en el paisaje que nos ofrecía la carretera, los colores de la mañana eran bonitos, cerré los ojos un momento, de fondo se escuchaba una de las canciones de mi playlist, pronto escuché varios pasos y voces, además del sonido de autos arrancar, fruncí el ceño sin abrir los ojos, sentí que algo golpeo mi cabeza, abrí los ojos de golpe.
—¡imbécil! —exclamé molesta mientras le pegaba en la cabeza igual, había estado utilizando los insultos en mi natal español, porque tenía más variedad que los japoneses, no quería decir a cada rato “baka” o “kuso” como si fueran la grosería más fuerte, necesitaba la intensidad y satisfacción que podían darme un “chingada madre”. Enojada, me quité el cinturón y abrí la puerta, me dejé caer en el asfalto del estacionamiento de la escuela, cerré la puerta con fuerza, escuché el quejido de Kento, no le tomé importancia, oí como el coche se alejaba, la bulla de los estudiantes subió varios volúmenes, rodé los ojos, caminé a la entrada principal y me quedé un rato admirando la arquitectura de la preparatoria de Saitama. Era muy grande, era un solo edificio a diferencia de mi escuela que era un terreno grande con varios edificios, aparte, estaba pintado de colores neutros como blanco y gris, las ventanas eran muy grandes y, por lo que alcanzaba a ver arriba, tenía una especie de jardín en el segundo piso ¿o era el tercero?
—¿Acaso te estás arrepintiendo? —preguntó una voz a mi lado derecho, volteé, Alex me sonreía mientras colocaba sus manos en el bolsillo del pantalón, vi a varios estudiantes mirándonos y susurrando.
—Creo que no— respondí con media sonrisa.
—Entonces entremos, tenemos cosas que hacer antes de que suene la campana.
—¿Hay campana? —me burlé, Alex rodó los ojos y tomó mi muñeca para dirigirnos a la entrada.
No sabía si eran buenas o malas noticias, Alex y yo estábamos en grupos separados, obviamente le dije que era lo mejor, aunque él me recalcó que nos juntaríamos en tiempo libre a lo que no me negué, necesitaba un alma paisana entre tanto japonés. Ambos caminamos al tercer piso, donde estaría nuestras aulas, los ojos no se apartaban de nosotros mientras avanzábamos, mordí mi lengua para evitar decir algo fuera de lugar, era mi primer día, las malas impresiones podrían esperar a que termine la semana.
—Nos vemos después, princesa— dijo entrando a su aula, rodé los ojos, todo el camino se la había pasado diciéndome apodos, parecía que en serio quería tener una relación cercana conmigo, caminé unos cuantos metros más hasta llegar a mi aula, solo se escuchaba una voz fuerte hablando, oh, la clase había comenzado. Toqué, todas las miradas se dirigieron a mí, pues la puerta tenía una ventana por la que me podían ver, el profesor de ese momento me miró, abrí la puerta.
—Esta es mi clase— dije elevando el papel que me dieron en la oficina de maestros —¿puedo pasar? —pregunté sin rastro de emoción en mi voz, el profesor se aclaró la garganta y me dedicó una pequeña sonrisa.
—Tú debes ser ¿Alex? —preguntó señalándome, rodé los ojos mientras suspiraba con cansancio.
—No, soy Eider Luján— expliqué —Alex está en el otro grupo.
El profesor parecía nervioso y los estudiantes impactados, no sabía cuál era la razón, ¿Qué soy extranjera?, ¿mi nombre?, ¿mi perfecto japonés?, ¿mi nula emoción en mi voz? Me aclaré la garganta, el profesor pareció despertar, me indicó un asiento en la parte de atrás a lado de la ventana, bajo la atenta mirada de todos, acomodé mis cosas y me senté, el profesor volvió a dar la clase, interesante, a decir verdad.