Shoganai

Capítulo 9. Una pelea callejera.

 

No había dormido ni un poquito, por cerca de las 5 de la mañana madre me habló por teléfono para saber cómo estaba, le platiqué de todo, parecía muy sorprendida y al mismo tiempo emocionada, aseguró que la casa ahora no se sentía tan sola porque estaban cuidando a Orión y los fines de semana iba Carol con sus niños a pasar el rato, me sentía completamente agradecida por ello, siendo hija única les iba a causar un vacío a ellos pero si tenían compañía ya no se sentiría tanto.

Era mi culpa también, no les había llamado mucho, la escuela absorbía la mayoría de mi día, los fines de semana simplemente quería relajarme, sí, les mandaba mensajes de WhatsApp al igual que a mis amigas, pero, estamos de acuerdo que los mensajes no llenan tanto como lo es escuchar a la persona, los audios no causaban ese mismo sentimiento. Terminamos de hablar por ahí de las 7 de la mañana, afortunadamente no me preguntó qué hora era acá porque se culparía repetidamente por no “dejarme dormir”.

Esta vez me encontraba sola por las calles del centro de Saitama, llevaba los audífonos puestos, el gorro de lana que Alex me compró, a pesar del calor, unos shorts salmón y una blusa blanca.

Había decidido salir sola, necesitaba un poco de tiempo para mí misma, algo que nunca me había permitido ya que mamá y papá no me dejaban salir sola a la calle, ni siquiera para dar una vuelta a la cuadra. Ayumi era una madre un poco más permisiva y aunque creía que era porque yo básicamente era una invitada en su casa, después me di cuenta que era por la confianza, es decir, Japón era un lugar tranquilo, donde los niños son independientes y los padres son guías, era una cultura diferente por las distintas situaciones, México era un país peligroso lleno de delincuencia, Japón era un país de reglas, más calmado y eso hacía que viviéramos completamente diferente.

Las canciones de mi playlist seguían sonando en modo aleatorio, mis converse rojos pisaban con ritmo la acera y la mochila que colgaba en mis hombros se balanceaba de un lado al otro. Por fin se habían calmado los vientos helados nada normales para estar a unos días del verano, pero los extrañaría.

Miré un café al final de la calle en la que me encontraba, sonreí de lado, después de todo se lo debía a Alex, a su salud. Me encaminé ahí con el propósito de pedir algo refrescante, algo que no tuviera café porque no era muy tolerante a él. Pedí una malteada, el chico parecía bastante nervioso ante mi persona, pero ya me había topado con ello algunas veces, el muchacho asentía a lo que decía, bastante aliviado, pero sin duda era alguien tímido, lo dejaba ver su voz cuidada y sus manos juguetonas.

—Señorita, ¿está segura? —el chico sonaba bastante preocupado y apenado, pero, aunque hubiera intentado sonar amable mi mirada entrecerrada, seria y penetrante lo había puesto más nervioso que no necesité decir nada. —Perdón, en seguida se lo entregan —tartamudeo mientras hacía el papel con mi pedido, me sentí mal.

Sentada en la mesa, dirigí mi mirada a la ventana, los árboles de sakura* estaban ya quedándose sin flores, algunos incluso ya no tenían rastros de pétalos rosas, afortunadamente había llegado a tiempo a japón para verlos florecer en su punto.

Un ruido me sacó de mis pensamientos, el chico nervioso había puesto mi malteada en la mesa, lo observaba como me ponía un par de servilletas y la pajilla a lado de la bebida.

—Gracias, y perdón— dije cuando terminó, él me miró temeroso, pero aun así me dedicó una sonrisa, le sonreí igual y volví mi mirada a mi malteada para comenzar a beberla.

Me parecía curioso que no hubiera niños en un parque. Había adolescentes, adultos y ancianos, eran parejas y no había rastro de niños. Hasta ahora llevaba 2 horas caminando por el centro sin rumbo, había entrado a una plaza comercial, un daiso, una tienda de ropa y ahora estaba en un parque.

No me preocupaba el camino, tenía un celular con internet y Google Maps, no me preocupaba que me agarrara una lluvia sin traer paraguas, no me preocupaba el dolor que había comenzado a sentir en la planta de los pies, no me importaba nada

Continué caminando hasta ver una banca, iba a caminar hacia ella, pero, justo detrás a unos metros más, súper escondido, había unos columpios, mis ojos brillaron emocionados, amaba los columpios, no lo pensé y corrí directo a estos, ignoré lo extremadamente helado del asiento y comencé a balancearme. El aire fresco golpeaba bruscamente mi cara, lo encontraba un poco molesto, pero después solo pude divertirme, hacía años que no me subía a un columpio ya que no suelo frecuentar los parques y, según me había dicho Allyson, habían puesto seguridad para que los mayores de primaria no utilizaran estos juegos, ni ningún otro.

Dejé salir una risilla mientras elevaba la velocidad del vaivén, lo que me encantaba es que mis pies no tocaban el piso y podía balancearlos sin problema. Una vez decidí que era suficiente, bajé de un salto. Se estaba haciendo de noche y había comenzado a refrescar, comencé el camino de regreso, ignorando todo a mi alrededor, a medida que el sol va desapareciendo, las calles comienzan a tener más vida, los anuncios brillantes de las tiendas y restaurantes, música, los adornos, todo era increíble.




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