Las semanas pasaron, seguí yendo y viniendo, entregando y sacando papeles del gobierno cuando pensé que ya había terminado, viajé junto al tío Alejandro a Guadalajara, Guanajuato y San Cristóbal de las Casas, ahora me encontraba en Querétaro, una cuidad muy bonita que siempre había querido visitar junto a mis padres, con los días nuestra relación iba mejorando, pero a veces nos peleábamos por la diferencia de ideas, aun así, las salidas no se arruinaron.
No me di cuenta cuando fue que noviembre se terminó y dio paso a diciembre, el último mes del año. Las vacaciones estaban a nada de comenzar aquí, por lo que en las ciudades se veía mucho tráfico y personas con maletas, nosotros no nos quedaríamos aquí mucho tiempo. Aún estaba pensando en cuando regresaría a Japón, ¿hasta el siguiente año?, ¿antes de navidad?, ¿antes de año nuevo?, no lo sabía aún y tampoco quería presionarme con ello.
Yo sabía que volvería cuando estuviera lista, cuando ya no tuviera miedo -que había comprendido que sí tenía, pero aún no sabía a qué-, cuando pudiera respirar en paz. Yo regresaría a Japón cuando estuviera curada y preparada para ver los rostros que abandoné, preparada para decir “lo siento” miles de veces, para aceptar las consecuencias de todo.
No sabía qué día era hasta que se estaba escondiendo el sol y mi tío y yo seguíamos en aquel restaurante bonito, comiendo pasta y bebiendo refresco, no sabía qué día era hasta que un pedazo de pastel apareció ante mis ojos con una velita y el restaurante puso las mañanitas.
Hoy era 7 de diciembre, el día de mi cumpleaños.
Ya me había pasado en más de una ocasión olvidar mi cumpleaños, pero normalmente lo recordaba a mediodía que mi mamá me felicitaba y preguntaba a dónde quería que me llevara a comer. Tendré muy buena memoria en unas cosas, pero pésima en otras como era normal con todo lo que fuera dígitos; fechas de cumpleaños, edades, horas, calificaciones, sí, todo lo que tuviera números para mí era difícil de recordar.
Comí hasta reventar porque el cumpleañero come gratis, arrastré a mi tío a algunos lugares de paseo y cuando fueron cerca de las 8:00 de la noche regresamos a nuestro hotel, vi unos capítulos de una serie, me senté frente a la computadora a leer blogs, leí 4 capítulos de un libro, entonces, cuando escuché los ronquidos de la habitación contigua me paré y salí de la habitación. Me gustaba mucho pasear de noche, aunque no me dejaran hacerlo, sentía una clase de libertad a la que me gustaría formara parte de mí. El hotel era muy grande, había 2 restaurantes dentro y cómo 3 albercas, un área de spa, un gimnasio, un tipo casino y canchas de fútbol y tenis. Deambulé por ahí cerca de 15 minutos cuando me decidí por fin ir al último piso a ver la luna.
Hacía frío, pero nada comparado con Japón, me senté en el piso mientras miraba hacia arriba y el recuerdo de las vacaciones de verano junto a mi familia en Japón se vio presente, porque había hecho lo mismo, sonreí un poco y me pregunté qué estarían haciendo.
—Tu puedes verlos como me estás viendo a mí— inicié una conversación con la luna —dime, ¿están bien? —parecía una estúpida hablando sola, pero me gustaba, sentía que me liberaba, sonreí de nuevo, —Feliz cumpleaños a mí. Deseo ser feliz— y soplé como si estuviera apagando las velas de un pastel inexistente, siempre me ha gustado pedir deseos, soplándole a los dientes de león, a una estrella fugaz, a una estrella normal, escribiéndolo en un listón, soplándole a las velas del pastel de cumpleaños. Mis deseos suelen ser muy específicos, pero esta vez, sólo quería ser feliz, ¿cómo?, no lo sabía, porque había muchas cosas que me hacían feliz y que me podrían hacer feliz.
…
Japón. 7 de diciembre.
Podría ser un día común y corriente como cualquier otro, pero para los conocidos de Eider no, aun no tenían noticias de la chica, ese 7 de diciembre cayó en jueves, un día de clases normales, pero no se sentía igual, los profesores se mostraban un poco decaídos, pero continuaban con su trabajo, intentando esconderlo; los estudiantes también estaban tristes, sobre todo los que eran cercanos a la chica, sin embargo, sí había unas cuantas excepciones de ambos grupos, excepciones que sonreían y hablaban con ánimos, pero nadie les hacía caso, incluyendo a la profesora Kamenashi.
Alex se notaba un poco más pálido y ya no sonreía ni bromeaba, llamando la atención de todos, era simplemente un chico rubio triste, sin ánimos de hablar, un chico que revisaba cada hora su celular en busca de una notificación del contacto de Princesa Eider. Aun así, él decidió que haría un pequeño convivio, invitó al círculo cercano de la chica y los invitó al café en dónde pasaban algunos días.
Saliendo de las clases, Alex se dirigió automáticamente al café, no tenía club, estaba libre. Traspasando la puerta encontró a Kenshin, lo cual se le hizo curioso ya que su turno comenzaba a las 6, el universitario se acercó al rubio y lo saludó con una sonrisa, en los últimos días se habían estado viendo como lo había propuesto Eider en aquella nota, la verdad es que se llevaban muy bien y tenían gustos similares, ambos se preguntaban de sus culturas y países, se podría decir que habían comenzado con una amistad.
Mientras hablaban, el japonés se dio cuenta de que algo no estaba bien con el rubio, sí, Alex sonreía, reía y hablaba animadamente, pero aquello nunca subió a sus ojos, estos estaban opacos e incluso tristes, paró de hablar un momento y tomó un poco de su café, Alex ladeó la cabeza como señal de pregunta, Kenshin entrelazó los dedos de sus manos apoyadas en la mesa. —¿Qué sucede? —preguntó —te ves, distraído y un poco triste— Alex abrió los ojos, hizo una sonrisa, pero se deformó en un instante, bajó la cabeza mirando a su pedazo de pastel de chocolate, el favorito de Eider, tomó un poco de aire y volvió a mirar al universitario con una sonrisa.