Era el día de mis cumpleaños número dieciocho, un domingo de abril y mi tía Anae se encontraba conmigo tratando de convencerme de picarme una pequeña torta.
Desde que me enteré de mi verdad a mis quince años y la verdad era que no tenía familia porque... ¿Qué familia se alegra del mal de un integrante de la misma? ¿cómo era posible que mientras mi propio padre golpeaba a mi tía, su hermana mi madre y hermana estén bien campantes escuchando?
Eso sin contar que nunca había recibido cariño maternal de parte de mi propia madre, ella que me tuve nueve meses en su vientre. Las miradas que me dirigía era de odio puro, nunca me había dado un solo beso maternal, un abrazo, nunca se alegro o se preocupo por mí. Era como si yo no fuera su hija y su única hija fuera Shirota.
Mi punto era que, ¿para que celebrar tu cumpleaños con personas que no te quieren? ella no lo entendía, y tampoco le había dicho en esos tres años que habían pasado la verdad de lo que me enteré. Ella me lo había ocultado para que yo no sufriera y yo no la iba a sacar de ahí. Ella era feliz si yo era feliz, pero yo quería un poco de felicidad para ella misma, no que dependiera de mí.
—Podriamos ir a una posada nosotras dos y nos juntamos luego a comer con Fujio —dije queriendo cumplir sus deseos y los míos.
Ella quería que yo celebrará mi cumpleaños y yo no lo quería celebrar con personas que no me querían. Para mí las únicas personas que me apreciaban eran ella y Fujio.
Mi hermosa tia hizo una mueca.
—Por favor, solo ustedes dos —dije haciéndole esos ojos con los que nunca me podía decir que no.
Termino por sonreír, aceptando así mis deseos.
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En la posada me la pasé muy bien en compañía de mi tía Anae, ella siempre tenía ese brillo de tranquilidad para mí que aún no logro descubrir como transmite con todo lo que ha pasado por mi culpa.
—¡Fujio!
Al ver a mi mejor amigo en nuestro café favorito corro hacia él con los brazos extendidos, él me recibe y por unos segundos me alza en el aire. Me vuelve a dejar en el suelo dándome un beso en la frente.
Fue en ese momento que me di cuenta que mi tía se había quedado en su sitio, no se había movido en ningún momento.
—¿Tía Anae?
Me acerque a ella, notando sus ojos cristalizados y su cuerpo tembloroso. Tome sus manos entre las mías.
—¿Qué sucede? —pregunte preocupada.
—Yo... —su pecho subía y bajaba.
Me asusté, le dije a Fujio que mejor nos íbamos, pero ella me interrumpió.
—No será necesario. Es tu día, es mejor que lo pases con Fujio. Yo... Yo... Me iré a casa —me dió un beso en la frente y un fuerte abrazo. No pase por alto que miraba el lugar con melancolía. Como si estar ahí le recordara a alguien.
—Pero... —quise protestar, pero ella no me dejó.
—Estoy bien. Solo me duele la cabeza, no te preocupes.
Iba a negarme, no estaba de acuerdo con eso, pero la mano de Fujio en mi hombro me hizo aceptar.
—De acuerdo. Avísame cuando llegues.
Ella asintió y me dió otro fuerte abrazo antes de irse. Ni siquiera se despidió de Fujio.
—Fujio...
—A veces, las personas necesitan pasar sus dolores solos, sobre todo los internos —fueron sus palabras.
Me resenti con Fujio en ese momento, porque no lo entendía. Pero más tarde lo haría y desearía no haber entendido nunca sus palabras.
—¿Ahora eres psicólogo?
—Psicólogo, terapeuta, empresario, contador, actor. Todo en uno —dijo con una sonrisa de orgullo antes de tomar mi mano y juntos ingresar a la cafetería.
Al entrar la sonrisa volvió a mi rostro. En nuestra mesa estaba el señor Tamabayashi. Lo conocí al empezar mi vida académica y desde entonces siempre ha estado presente en mi vida, lo veo de vez en cuando y es junto con Fujio uno de mis hombres favoritos en todo el mundo, ya que él también me veía como su igual, decía quererme como su nieta y siempre respondía a mis preguntas, me daba consejos. Sí, él era el abuelo que nunca conocí.