Lamento mucho decirte que mi conversación con Anae nunca llegó, nunca hablamos, nunca le pregunté nada, no le reclamé y tampoco la escuché.
¿Cómo hubiera podido hacerlo? ¿se puede hablar con los muertos? si conoces alguna manera dímelo porque yo deseo decirle que la amo.
A la mañana siguiente de que me enteré de la mentira en la que me encontraba viviendo llegó a la que conocía como mi hermana gemela a la habitación.
La mire de arriba a abajo. Analizandola. No nos parecíamos en absolutamente nada. Ambas éramos delgadas, sí, pero nada más. Ella tenía el pelo castaño, el mío era rubio, ella hacia lo que se esperaba de ella, yo hacía lo que consideraba lo mejor, ella bajaba la cabeza y yo me enfrascaba en alzarla y dar mi opinión, ella tenía una cara falsa y la mía estaba llena de alegría y emociones.
Era increíble como hasta ese momento no me había dado cuenta de todo eso.
Supe que lo que iba a decirme no me iba a gustar porque ella nunca entraba en mi habitación, ella no me hablaba y tenía una sonrisa de oreja a oreja en la cara.
—Ya nadie te va a poder proteger —dijo ensanchando su sonrisa. Fruncí el ceño sin comprender —Anae se suicidó —una carcajada la acompaño.
Mi mundo se tambaleó por leves momentos. Una rabia increíble me embriagó, contrario a lo que quizás ella esperaba.
Ladee mi cabeza.
—¿Lo sabías, no? —cuestione mientras me ponía de pie y me acercaba a ella.
En ese momento, luego de tres largos años yo alcé la cabeza.
—¿Sabías que Anae Sakurako era mi madre, verdad? ¿y por eso me odias tanto? ¿por qué tú debías ser la única aquí y no lo eres?
Solté una risa historia. Ella movía los labios para hablar, pero nada se le venía a la mente. Lo sabía. Ella no estaba hecha para los enfrentamientos, para hablar y dar la cara. Ella no era yo.
—Pero noticia de última hora, primita —agarre un mechón de su cabello y jugué con él —Tú también eres un fracaso, porque tú tampoco eres hombre. ¿se te olvida que estamos en una familia de machistas? quedarás en la calle cuando el tío Honda muera.
—¡Tú también! —exclamo impulsiva.
Me sorprendió su actitud. Ella sonreía, se alegraba de mis males, pero la primera vez que me decía algo, que su odio hacia mí salía expresado en palabras.
—Te equivocas, prima. Ayer me enteré de quién era mi padre y de todas las empresas que tengo a mi nombre —dije con sinceridad —Lo confirmarás tu misma cuando termine el kōkō, me convertiré en la magnate más poderosa de Tokyo.
La hice a un lado, abrí la puerta y la saqué de mi habitación.
Corrí por mi teléfono, necesitaba a Fujio y lo necesitaba ya.
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Llegué a la mansión Hiromitsu. Kitada nos recibió a mí y a Fujio, me tire en sus brazos y solloce como una niña pequeña.
—Anae se suicidó —dijo mi mejor amigo.
Kitada me apretó en sus brazos, queriendo darme su apoyo.
Ese día me enteré de la verdad de la boca de mi abuelo. Supe que Anae, después de la muerte de mi padre biológico, había vivido el resto de su embarazo encerrada como un animal, mi abuelo la encerró para no mostrarla al mundo como una madre soltera y cuando dio a luz el señor Tamabayashi lo mato a él y le ofreció venirse con él, pero ella se negó, se negó porque no quería arriesgar al padre de su amado, porque el hombre que crecí viendo como a un padre la tenía amenazada conmigo, ella solo quería cuidarme y aunque él señor Tamabayashi haya podido ayudarla ella tenía miedo. Me esforcé por entenderla y no tarde en hacerlo. Toda mi familia materna a excepción de ella eran unos monstruos.
Al regresar a casa pase mi luto de una manera distinta a las demás personas, fui golpeada por Honda Sakurako, como ella lo era, como mi madre me había protegido. La madre a la que yo mate por rechazarla, debí haberla escuchado, debí reclamarle, gritarle y decirle cosas que quizás luego me arrepentiría, pero quizás así ella seguiría conmigo.
Eso fue lo único de lo que me arrepiento.
Kuroeda y Shirota observaban todo con risas.
Yo también sonreí. El dolor de los golpes paso a un segundo plano, porque yo tenía una promesa: los haría pagar por cada mal rato a mi madre.