¡sí, a todo!

Capítulo 2.1

El ataúd pesaba más que cualquier piedra que hubiera cargado, aunque lo que realmente me aplastaba era otra cosa: estar rodeado de puros Belmonte. Y yo, el único Balaguer entre ellos.

La lluvia había cedido su furia, pero no su presencia. Ahora caía suave, insistente, como un velo que lo empapaba todo. No eran gotas que golpeaban: eran agujas finas que se colaban por el cuello del saco, que calaban en la piel y convertían la tierra en un lodo pegajoso que se adhería a los zapatos con cada paso. Sentías que el suelo mismo intentaba tragarte.

Valentina iba delante, firme, con la espalda erguida y el rostro en alto, como si quisiera sostener sola la dignidad de toda su familia. Se había apartado de mi lado apenas comenzamos a caminar, como si mi sola presencia fuera una ofensa. Ahora lo único que veía eran sus hombros tensos, su cabello empapado cayendo en ondas oscuras, y la distancia que marcaba entre nosotros.

A mi izquierda, Diego cargaba el ataúd con gesto de fastidio. Fue el primero en abrir la boca.
—¿Y este qué hace aquí? —soltó en voz baja, pero lo bastante fuerte para que yo lo escuchara.

Detrás de él, a mi diagonal, estaba Iván. Su tono fue más venenoso.
—Ni parece un Balaguer... los otros al menos tienen el porte. Este tiene cara de pobre.

Simón, justo detrás de mí, soltó una risa seca.
—Mírenle el cabello, negro como aceituna. Seguro es adoptado.

El ataúd se sacudía con cada paso, y con él mis entrañas. Apreté los dientes, fijando la mirada al frente. La madera fría bajo mis manos era lo único que me mantenía quieto. No iba a darles el gusto de una respuesta, aunque cada palabra se me clavara como un puñal.

Un único Balaguer entre Belmonte. Y todos deseando que me desplomara antes de llegar al final del pasillo.

De pronto, una voz seca sonó detrás de nosotros, cortando el aire con más filo que la lluvia.
—¿En serio? ¿Ni siquiera en este momento pueden comportarse como hombres? —fue un primo mayor, cuyo nombre apenas recordaba, pero su tono llevaba un peso que hizo que los tres callaran de inmediato.
El silencio que siguió fue más fuerte que cualquier insulto.

La lluvia continuaba cayendo suave, empapando la tela de mi traje, enfriando mis huesos, hundiendo mis zapatos en el barro. Y aun así, lo único que pesaba de verdad era el ataúd... y las miradas.

Sentí cuando el cortejo se detuvo. Un crujido de cuerdas tensándose, un suspiro colectivo, y luego el sonido hueco de la madera descendiendo hacia la tierra húmeda. Fue entonces cuando solté las asas, como si con ese gesto me arrancaran también el aire.

Los ataúdes ya habían descendido completamente a la tierra, marcando el final de la ceremonia. Desde mi posición junto a mi familia, observaba cómo la familia Belmonte se despedía de su heredero y su esposa.

Había dejado el lugar junto al ataúd poco después de cargarlo. No era mi momento, ni mi lugar. No pertenecía allí, no cuando cada mirada de los primos Belmonte parecía una acusación muda, como si fuera un intruso en su tragedia familiar.

Desde la distancia, podía ver cómo los asistentes comenzaban a dispersarse. Algunos lanzaban miradas solemnes hacia los Belmonte, mientras otros simplemente querían escapar de la lluvia incesante. A mi alrededor, el ambiente no era muy diferente.

Mi abuelo Héctor estaba unos metros más atrás, hablando por teléfono bajo su paraguas, mientras mis primos se agrupaban alrededor de Gerardo, que parecía haberse proclamado líder de nuestro retiro.

—Bueno, esto ya terminó. Vámonos —dijo Gerardo, sacudiendo el barro de sus zapatos mientras miraba al resto de nosotros.

—¿Directo a la mansión o hacemos una parada para comer? —preguntó Julián, ajustándosela corbata con una expresión que dejaba claro que ya estaba harto de la lluvia.

—Por mí, directo. Estoy cansado, mojado y me quiero quitar este maldito barro de los pies—respondió Fernando, mientras se inclinaba para sacudir sus pantalones empapados.

—Estoy con Fernando. Además, no hay forma de que encuentre algo decente de comer en este clima —añadió Gerardo, haciendo una mueca mientras comenzaba a caminar hacia los coches

Asentí en silencio, dejando que el sonido de sus voces se mezclara con el golpeteo constante de la lluvia. La verdad, estaba igual de harto que ellos, pero mientras seguíamos caminando hacia los coches, algo me detuvo en seco. Valentina.

Estaba unos metros más atrás, caminando sola mientras el resto de los Belmonte se adelantaba bajo sus elegantes paraguas negros. Apenas había dado unos pasos cuando su pie resbaló en el barro, y cayó de rodillas con un sonido sordo. Su grito ahogado atravesó el aire, y su caída atrajo la atención de sus primos, pero no de la manera que esperabas.

Simón giró la cabeza, mirándola con una mezcla de aburrimiento y fastidio antes de seguir caminando.
—Siempre igual... Valentina y sus espectáculos de princesa caída.

Diego soltó una risa seca, sin molestarse en darle la mano.
—Mírala, arrastrándose en el barro como si fuera cualquiera. Qué vergüenza para la familia.

Iván negó con la cabeza, su tono impregnado de desprecio.
—Debería aprender a comportarse aunque sea en el funeral de sus padres.

Observé todo desde donde estaba, incapaz de creer lo que veía. Valentina seguía en el suelo, luchando por levantarse mientras el barro se hundía en sus manos y rodillas. Sus primos pasaban de largo como si no existiera, como si su caída fuera un espectáculo más que podían ignorar.

Sentí un nudo apretarme el pecho. No entendía por qué me molestaba tanto verla así. ¿Qué me importaba a mí, el Balaguer ajeno, el invitado incómodo en su tragedia? No tenía sentido, y aun así... la rabia me quemaba por dentro.

—Idiotas... —murmuré, antes de girarme y avanzar rápidamente hacia ella.

—¡Bastián, no te metas! —gritó Julián, su tono cargado de frustración.

Fernando, con los brazos cruzados y una sonrisa resignada, le dio un leve codazo a Julián.
—Déjalo, Julián. De todas formas, lo va a hacer. Siempre lo hace.



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En el texto hay: amor prohibido, drama romantico, juvenil +18

Editado: 19.12.2025

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