Si busco el oriente

Si busco el oriente

"Para creer, uno tiene que haber sido defraudado por otros antes".
 


El pastizal se rompía conforme se iba haciendo paso entre ellos. Los tallos secos de los girasoles le pegaban por donde podían y la hierba se enredaba entre sus piernas con intenciones de ser tentáculos. Igual que en el agua, sus pasos se veían ralentizados por todos esos factores, pero a pisotones logró hacerse de un trote veloz que lo llevó lejos de lo conocido.

Quizás, demasiado lejos.

Hacía tanto calor que creyó que sus lágrimas se evaporarían pero, contrario a lo que buscaba, se empapó de sudor y la piel comenzó a enrojecer por los arañazos recibidos más que por la insolación o el llanto.

Una roca, escondida entre el césped quebradizo, lo hizo trastabillar y su gimoteo adolorido ahuyentó a los cuervos bajo el aplaudir de su aleteo escandaloso. Su caída fue amortiguada por una raíz que, como un cadillo gigante, dejó su pista en la palma de su mano, y las piedrecillas enterradas en la tierra que le rasguñaron las rodillas.

Se apoyó sobre su trasero para admirar sus pertenencias regadas por el suelo: unas gafas de marco grueso con una pata partida a la mitad y el mismo libro viejo que no dejaba de releer porque así tenía un pretexto para no asumir su vida por un rato. Sus brazos seguían con rastros de la sangre ajena, temblaba de miedo cada vez que recreaba en su mente la escena, si se miraba los dedos no podía hacer otra cosa aparte de apretárselos, como si eso pudiera acabar con el exceso de grasa de una forma u otra.

Se le habían acabado las uñas qué masticar y las razones por las qué sonreír. Como toda esa vida que fue superada por el sol, él quería ser olvidado por el tiempo y perderse en las llanuras que oirían sus últimos lamentos. Abrazar la tapa de su cuento preferido hasta desaparecer él con su feo cuerpo.

Un suspiro calló los montes, el suspiro de un pequeño que fue roto de adentro hacia afuera al que solo le quedaba llorar hasta que se aburriera de hacerlo.

– Tus fosas nasales se encogen y crecen como las de una liebre temerosa. Eres gracioso.

Pateó el zacate como pudo hasta ponerse de pie, volteando a todas direcciones con tal de hallar algo aparte de las matas duras que fueron plantas antes, pero no dio con aquello.

El sonido rasposo y jocoso de esa voz le transmitió la calidez embriagadora de ser nombrado casi con cariño, de ser alagado y remitente de una risa pequeña y juguetona.

Después de rascarse la cabeza en medio de la confusión, usó el lomo de tapa dura de sombrilla y empujó las gafas a través del puente de su nariz, manchando su visión con la grasa de sus dedos. Se los volvió a retirar con tal de limpiar la suciedad, descubriendo en el lente de al lado la huella de un pie tan pequeño como una moneda de a peso.
 


 

Muy de niño tuvo que dejar de creer en las personas, en sí mismo y en el poder de una promesa. ¿Qué tan descabellado sería dejar su fe en los duendes?
 


 



#13489 en Fantasía

En el texto hay: mexico, hadas

Editado: 16.01.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.