Abre la puerta y su rechino la acompaña hasta que el picaporte choca con la pared. La cortina negra que es la noche atrofia su vista, y es aliada de los ojos verdes que con descontento le reclaman su retraso antes que su propia madre. Un espectro moteado se ha hecho dueño de sus sábanas, un deje de soberbia entresale de sus acciones; está sentada en medio de la cama siendo que tiene su propio cojín por la cabecera pero no pierde la oportunidad de remarcar su autoridad de alguna forma.
Enciende el ventilador, el aire se rompe y es su sonido el que mata ese silencio que lo perturba en las noches más heladas. Las aspas no espantan el calor por completo y eso lo motiva a mantener su cobija bien doblada, se quita las prendas más importantes que llevó puestas ese día y así se avienta al lado del felino, que gruñe por sus malos tratos. A merced de sus sentidos entorpecidos alcanza a poner sus anteojos en el taburete vecino y mima el pelaje de su amiga antes de cargarla hasta su almohada, la que está adelante de su cabeza; suele moverse mucho cuando duerme y lo último que desea es saber que la ha aplastado con su cuerpo sin quererlo. El diablo saldría corriendo en cuanto lo viera ahí, exponiendo sus piernas a muertos, espíritus y demonios a partir de las pantorillas, es demasiado alto y el espacio que exige su niña tampoco ayuda.
Cierra los ojos y cree que eso basta para caer dormido pero ello no es posible, suda hasta por el cabello y se queda ahí, parpadeando con el velo de la oscuridad sobre él y sus pensamientos lo mantienen ocupado hilando conversaciones imaginarias. El camión con el pan y su icónica canción le recuerda que ahora vive en la ciudad, con todas las comodidades que eso conlleva; el bochorno nunca fue una excusa para caer en el insomnio, el miedo sí, pero esos miedos solo evolucionan con los años.
De chiquito era mucho más práctico; no temía a la soledad o el rechazo, en realidad se cagaba en los calzoncillos por los leones: había varios por la zona y uno se acercó lo suficiente una vez como para oír sus pasos hasta la madrugada, ahí si que no pegó el ojo un minuto. Ahora esos animales viven en reservas naturales y zoológicos, la ley también trabaja por sacarlos de los circos así que está fuera de peligro, pero ha crecido lo suficiente para entender que no es solo un adulto, sino también un estudiante, un amigo, un novio, un hijo, un nieto, un bisnieto, un sobrino, un primo... Ha dejado de ser amado incondicionalmente y la incertidumbre lo abruma, que él ame no es una garantía para que sea amado, los lazos sanguíneos tampoco, ni los años de conocerse.
Ya soportó la pérdida de bastante gente en su vida, pero ninguna fue su padre. Ya no es un cachorro del que hacerse cargo, puede detestar la persona en la que se ha convertido e ignorarlo, hacerle daño. La opinión de un extraño no podría importarle menos, pero qué de aquellos seres a los que amó tanto y lo rechazan porque no fue lo suficiente. Quedarse solo por la mierda que hay en él.
En escenarios similares, inquieto y acalorado, cuenta los segundos esperando a dormirse, pero eso solo alimenta el remolino de nervios que quiere hacerse de su alma, por eso rompe el circulo vicioso en el que ha estado por años y espanta las malas memorias tomando su celular, escribe para los que no ve hace mucho, otros noctámbulos desesperados, y no espera una respuesta inmediata, ni una charla muy productiva. Seguramente comentarán tarugada y media, le arderán los ojos por el brillo de la pantalla, reirá un poco y eso ayudará a erradicar el pozo que siente en el pecho, justo donde va el corazón. Respirar le duele, hace vibrar las paredes de ese agujero que consume su cuerpo, fórmula adjetivos crueles para sí mismo y en el futuro no ve a un nutriólogo exitoso, sino un iluso que fracasó. Malos augurios le nublan la razón, son lágrimas que aún no alcanzan a sus ojos y una desagradable pelota de saliva esa que se le atora en la garganta. Recarga la espalda en la pared, sus rodillas están a la altura de su estómago y no es tan valiente como para revisar su teléfono de nuevo.
El mar lo reclama y lo arrastra a las entrañas de La Tierra, cree que nadie podrá salvarlo pero se equivoca, un amigo al que por poco olvida salta del bote y nada contra la corriente, jalándolo y alentándolo a que luche por su vida, y él conoce las fuerzas que le faltaban para ser libre y saborear el viento otra vez. Cuando no se tenía ni a sí mismo, rescató un viejo libro del almacén de sus tíos y enseguida le devolvió el favor, porque no era solo una pila de páginas deshilachadas y un lomo grasiento, sino un boleto a una vida diferente. Al tomar a Harry Potter y la piedra filosofal ya no es Juan, no puede creer que lo haya olvidado y se permite hacer un viaje a otro mundo. Recitando hechizos sobre una escoba no ve volar el tiempo, y la luz chillona que le da en las narices le dice que es el chico más perezoso de la historia, y la hora lo confirma.
"15:06"
– Wow, he batido un récord personal, Micha, es la primera vez que desayuno tan tarde.
El edredón que cubre la cama es un tapete arrugado y sobre él la imagen añeja de un hechicero de anteojos como los suyos. Poniendo en orden su cuarto es que el sonido de sus pasos a pie descalzo es todo lo que oye, lo que le recuerda una de las icónicas frases de su tío Lupe, la garrapata de cualquier bailongo, que grita a viva voz y con su acento ranchero:
– ¡No te oyes, María! ¿Traes tenis o te cortaste las uñas?
Esos eventos siempre fueron sus preferidos, sus primas lo sacaban a bailar, repetía plato hasta reventar y lo dejaban tomar un vasito con cerveza y jugo de tomate y almejas. Eso le recuerda a unos amigos aficionados con la bebida, los Caguameros Despechados, ha pasado un buen rato desde la última vez que se ven para tomar y el chat grupal está cogiendo telarañas, su mensaje no ha sido tomado en cuenta por nadie.
Ya vestido con su piyamo holgado y la playera del América que se compró de puro mame, cruza el umbral de la puerta y encuentra una aparición, es su papá que come Froot Loops, y su oportunidad para hablar con él.
Editado: 16.01.2021