Capítulo Uno – Eres Especial Puede que sea en medio de la noche. Quizás te acaban de despedir. Quizás acabas de dejar tu casa después de una dolorosa pelea con tu pareja. Quizás la vida se siente tan pesada que no puedes respirar. Ya sea que vivas en una ciudad o en el campo, ya sea que estés en un pueblo grande o en un pequeño pueblo, déjame decirte esto: tu historia no ha terminado. No hay razón para quitarte la vida. No hay razón para beber veneno. No hay razón para terminar tus días en la desesperación. ¿Por qué? Porque eres especial. Puede que me digas: "¿Especial? ¿Después de todo lo que estoy pasando? ¿En serio?". Y aun así te responderé: Sí, eres especial. Esta es la razón: Primero, fuiste creado a imagen de Dios. Segundo, el plan de Dios para tu vida no es de maldad, sino de paz: darte un futuro y una esperanza. En tercer lugar, Dios ha depositado en ti un don, un tesoro, que te bendecirá a ti, a tu familia, a tu país e incluso a las generaciones venideras. El salmista David escribió: «Te alabo, Señor, porque soy una creación admirable». Me llamo Samuel Sejour. Nací el 29 de septiembre de 1976 en Puerto Príncipe, Haití, la Perla de las Antillas. Mis padres, Serge y Michillène Sejour, me criaron en una tierra llena de montañas, playas, bosques e historia. Haití es rico en recursos naturales, bendecido con frutos y conocido por su gente valiente, trabajadora y visionaria. Tras su independencia, Haití inspiró y apoyó a otras naciones en sus luchas por la libertad. Nuestro pueblo cree en Dios, está apegado a su cultura y es hospitalario. A pesar de las dificultades, brillamos como diamantes, pulidos con paciencia, perseverancia y trabajo duro. Nuestras mañanas suelen comenzar con una simple alegría: agua, té o café. Estas pequeñas bendiciones nos reciben al despertar, dándonos nuevas fuerzas para el día. Esta mañana, vuelvo a recordarles: Si ellos pueden, tú también puedes. Si ellos lo hicieron, tú también puedes. Como muchas parejas responsables, mis padres eran muy trabajadores. Sus tareas diarias a menudo los mantenían ocupados, así que confiaron mi cuidado a mi tía. No guardo rencor en mi corazón, pero debo contarles lo que sucedió durante mi infancia. Un día, en mis primeros años de descubrimiento, toqué algo que no debía. Demasiado cerca de una lámpara de queroseno, provoqué una explosión. En un instante, mi joven vida quedó marcada para siempre. Sufrí quemaduras y perdí el ojo izquierdo. Me llevaron de urgencia al hospital, donde mis padres firmaron para una cirugía inmediata. Oraron en silencio, encontrando fuerza en Dios, rodeados del cuidado de sus amigos y la dedicación del personal del hospital. Fue un suceso trágico, pero incluso en esa hora oscura, la fe y el amor transformaron la desesperación en esperanza. Ese accidente no puso fin a mi historia. En cambio, se convirtió en el primer capítulo de un testimonio: una historia de supervivencia, valentía y propósito.
Editado: 03.09.2025