Si fueras ella

CAPÍTULO 2

VIOLETA

Tener una buena vida no es lo mío. Hace exactamente cinco minutos me despidieron del trabajo que creí duraría toda una vida. Es un pequeño restaurante, a solo una hora de dónde vivo, y era mi empleo soñado.

Desde que tengo memoria, es el único empleo en el que he durado tanto. «Pensé que me darían una medalla de oro». Por la mañana, cuando todos llegamos con ganas de seguir trabajando, nos ordenan pasar a la sala de reuniones. Dos meseros, dos camareras y la cajera: ¡Esa soy yo! Nos informan que, debido a la falta de dinero, el restaurante será vendido.

Los señores Solís me conocían desde que tenía dieciocho años. Me apoyaron y ayudaron cuando más lo necesitaba. Recuerdo que, al llegar a este lugar, sin nada y con el estómago vacío, buscando qué comer, ellos, con un corazón noble, me recibieron como una hija. Lloré al escuchar la noticia. La señora Micaela me abrazó; ella sabía cuánto me dolía esta situación. Cuando nos separamos, me sonrió y, con gran sentimiento, me dijo.

—Te extrañaremos —me dice mientras besa mi mejilla—. ¡Cuídate mucho!

Veo a mis compañeros, quienes por mucho tiempo fueron mis dolores de cabeza, pero valió la pena conocerlos. Busco mi bolso y salgo del restaurante; me toca caminar hasta mi departamento. No tengo dinero para el autobús. «¿Qué haré ahora?» No tengo trabajo y debo más de cinco meses de renta. No puedo hablar con mi madre; sé exactamente lo que me diría, y no quiero escucharlo. Me niego a volver a Texas. Solo tengo a mi mejor amigo, Marcos. Agarró el teléfono y le envió un mensaje.

“Necesito una buena dosis de helado. Me siento triste”.

Al llegar a mi edificio, entró lo más silencioso que puedo, pues no quiero encontrarme con la encargada; me da mucha vergüenza inventar otra excusa. Abro la puerta, dejo caer mi mochila en el mueble y me dirijo a la cocina a calentar el café. Una vez que lo tengo listo, me siento en el sofá.

Necesito buscar una solución rápida a mi vida financiera. Mis pensamientos se interrumpen por el sonido de mi teléfono. Sé que es ella y lo que menos deseo es discutir, quiero soluciones y no más problemas. Termino mi café y me dirijo a mi habitación. Me desvisto y me coloco la ropa de mis días tristes. Escucho la puerta y sé que es Marcos; es el único que tiene una copia de la llave.

Salgo y, al verlo, no puedo evitar lanzarme en sus brazos mientras lloro.

—No llores, sabes que siempre encuentro una solución —me dice, mirándome fijamente a los ojos— Cuando recibí tu mensaje, un compañero mencionó que están buscando chicas jóvenes para trabajar.

—¿De qué? —pregunto, sin querer involucrarme en asuntos ilegales. Estoy necesitada pero no desesperada.

—Esta es la dirección —me dice mientras me entrega un papel—. Desde hoy comenzaron las entrevistas, así que tienes una oportunidad.

Marcos y yo somos amigos desde hace años, así que no creo que sea capaz de perjudicarme. Lo miro, buscando una señal de algo turbio.

—¡Dios mío! —exclamó, levantando las manos al aire—. Jamás haría algo que te lastimara, Violeta.

Nos sentamos en el mueble y me dirijo a la cocina en busca de dos recipientes para el helado que él trajo. Al mirar la dirección una vez más, me doy cuenta de que es una de las zonas más ricas de México.

Terminamos nuestro helado y Marcos me sugiere ir a una discoteca. La idea me agrada, así me distraigo un poco. Voy a mi habitación y reviso mi armario en busca de algo que ponerme. Me pongo un vestido rojo y unas sandalias a juego. No me maquillo, no me gusta.

Agarro mi bolso y salimos del apartamento; el frío de esta noche me hace estremecer por completo. Nos subimos al auto y enciendo la radio. La discoteca no queda muy lejos, así que no tardamos en llegar. A pesar de que es fin de semana, no había mucha gente en espera para entrar. Las luces de neón nos reciben al ingresar al local. Marcos me lleva a la barra para pedir dos bebidas que alivien nuestras gargantas secas. Bailo toda la noche con Marcos. Más de uno intentó acercarse, pero mi amigo los aparta porque sabe que no me gusta ese tipo de atención. Las horas pasan y la madrugada llega

—Es hora de irnos —Sus ojos están rojos por todas las copas que ha tomado.

—Está bien.

Se despidió de algunos compañeros de trabajo y salimos del club. Al entrar al auto, me quito los tacones y masajeo mis tobillos; me dolía mucho.

Llegamos a mi edificio y bajé del auto. Me despido y entró con mucho cuidado. La encargada odia que los inquilinos lleguen a altas horas de la madrugada. Al entrar en mi departamento, cierro la puerta sin hacer el menor ruido. Me lanzo en la cama sin desvestirme y me quedo dormida.

****

El despertador no deja de sonar y me molesta que esté interrumpiendo mi sueño. Miro la hora a través de mis ojos somnolientos y me espanto al ver que apenas son las seis de la mañana. Me acomodo de nuevo y cierro los ojos, pero otro sonido me fastidia: una llamada.

—Mmm… —digo.

—Pasaré por ti dentro de media hora, Violeta —afirma, sin esperar respuesta. Su voz resuena con fuerza —. ¡Levántate ya, floja!

Cuelga la llamada y miro con odio mi teléfono, como si esa mirada fuera a causarle algún daño a Marcos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.