Si fueras ella

CAPÍTULO 5

VIOLETA

Una pequeña mano me tocó la nariz y di un brinco por la sensación. Abro los ojos y veo a Ross casi encima de mí, muy cómoda. La aparto con cuidado de mi cuerpo y la dejo para que duerma unos minutos más. Me siento en la cama y bostezo; tuve que quedarme anoche porque la señora Daniela se fue de viaje. Pensé que el señor Alexander no iba a aparecer en la casa, pero para mi sorpresa, lo vi entrar acompañado de una mujer muy guapa.

La foto que me enseñó Ross no le hacía justicia. Su altura, los brazos que se ajustaban perfectamente a la camisa y su rostro impecable me derritieron en ese momento. Sin embargo, todo se esfumó cuando me trató de manera altanera en la cocina. No entendí su mal humor ni por qué me habló de esa forma.

Sacudo la cabeza para desaparecer a ese hombre de mi mente. Es un idiota con aires de rey. Salgo de la cama y me dirijo al baño. Lavo mi rostro y me cepillo los dientes; mis ojeras están marcadas está mañana y mi cabello es una maraña de pelo. Agarró uno de los cepillos del baño y comienzo a desenredarlo. Enjuago mi boca y me seco la cara. Me visto con la misma ropa de ayer y salgo de la habitación.

Toda la casa está en un completo silencio. Solo se escucha los pasos del ama de llaves mientras limpia. Salgo al jardín para deleitarme con las hermosas flores que la señora Daniela ha cultivado en los alrededores de la casa. Me arrodillo frente a unas rosas que brillan bajo la luz del sol. Cuando intento tocar una de ellas, un brazo fuerte me levanta del suelo.

Mis ojos se dirigen al causante de tal bravura y se abren al ver al señor Alexander, cuyos ojos arden en rojo por la rabia que siente en ese momento.

—¡Suéltame! —siseo con indignación.

—No me hable de esa manera. —Me amenaza—. Soy su jefe y merezco el debido respeto. —Se acerca—. No vuelva a tocar esas rosas.

—¡Y a mí jamás me vuelva a tratar así! —Alzo la voz— Solo recibo órdenes de la Señora Daniela, no de un bruto como usted.

Aparto mi brazo de su mano y me dirijo a la casa molesta. Mi corazón late con fuerza y lágrimas recorren mis mejillas. Tanto drama por unas estúpidas rosas; ese hombre es un verdadero idiota, insensible, bruto, un animal. Me encuentro con una de las sirvientas y limpio mi rostro con rapidez; no quiero que nadie se entere de lo sucedido unos minutos antes con el señor en el jardín.

—El desayuno está listo, señorita Violeta —me dice ella.

Asiento y subo las escaleras.

Entró en su cuarto y escucho unos leves ronquidos que me causan gracia. Me arrodillo frente a la cama, acariciando sus mejillas. Ross es una niña hermosa, un ángel que alegra mi vida cada vez que estoy en esta casa. Jamás pensé que Ross despertara en mí ese amor por los niños que tenía guardado desde lo sucedido hace años. Ella abre los ojos y me dedica una tierna sonrisa que me derrite por completo. La alzo en mis brazos y nos dirigimos al baño. La bajo y ella comienza a cepillarse. Mientras lo hace, peino su cabello y la ayudo a vestirse.

Salimos de la habitación, tomadas de la mano. Al entrar al comedor, noto los ojos del señor Alexander que me miran de una manera que no logro descifrar. Decido ignorarlo y me siento lo más alejada posible de ese amargado. Ross besa la mejilla de su hermano y se sienta a su lado.

La sirvienta aparece con nuestro desayuno. Le agradezco y me dispongo a comer, sin prestar atención a las miradas que me lanza Alexander, sin percatarse de que me doy cuenta de ello.

El animal que tengo por jefe se levanta y besa la mejilla de su hermana antes de retirarse, dejándonos solas. Ruedo los ojos y espero que Ross termine para ir a la sala y ver un rato la televisión hasta que llegue la hora de su siesta. Los gritos me hacen despegar la mirada del teléfono; me levanto y Ross lo hace, tomándome de la mano como si temiera.

El ama de llaves intenta sujetar a Ross, impidiendo que salga de la casa, pero ella se aferra a mi mano con fuerza. Al abrir la puerta, me sorprendo con la escena que tengo delante de mí. El señor Alexander tiene a un hombre agarrado del cuello, golpeándolo sin piedad. Trato de ver al hombre, pero el cuerpo de mi jefe me lo impide. Como si percibiera nuestra presencia, levanta la mirada y nos observa a ambas. Sus ojos se abren al mirar a Ross, que tiembla a mi lado.

Tomo a Ross en brazos y ella rodea mis hombros con sus brazos, escondiendo su cabeza en mi cuello. Regreso a la casa y escucho los pasos de Alexander detrás de mí.

—Entrégame a mi hermana —ordena.

Me doy la vuelta y mis ojos lo obligan a retroceder unos pasos.

—¡No! —le grito—. Su comportamiento la ha dejado con miedo al ver la escena que acaba de hacer. —Escucho sollozar a Ross y me parte el alma al verla así—. Cuando esté más calmado, puede verla; de lo contrario, no.

Subo las escaleras y entró con ella en su habitación. Me acuesto a su lado en la cama, acarició su cabello mientras noto que su respiración se vuelve más tranquila y me doy cuenta de que se ha quedado dormida. La acomodo en la cama y le beso su mejilla.

Salgo de la habitación, cerrándola con cuidado, y me dirijo a la cocina. Al entrar, tanto la sirvienta como el ama de llaves comentan lo ocurrido hace unos minutos, y me atrevo a preguntar la razón de esa pelea. El ama de llaves me explica que el hombre a quien golpeó el señor es su hermano, con quien jamás se han llevado bien, y que todo empeoró desde que su padre murió. Ahora entiendo todo. Una de la sirvienta me ofrece un pastel de tres leches que preparó anoche y quiso traer al trabajo para compartirlo. Le agradezco, y cuando mi paladar hace contacto con esta delicia, gimo de placer al saborear cada bocado. Todo el personal baja las cabezas, nerviosos, y me dejan sola.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.